José Carlos MariáteguiMarx

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Admito que se pueda reducir a reclusión a hombres fe.
lices, como medida de represión de pasiones o de seguridad pública pero nunca como castigo. Es posible que un preso varie bajo las influencias de una buena disciplina carcelaria, que medite, se ablande, se doblegue; que su carrera de mero impulso irreflexivo se interrumpa y se torne en un reflejo de impresiones nuevas, que ojalá tuvieran siempre la dulzura y el esmero de un obstinado tratamiento psicoterápico. Ese sería entonces un remedio social. Pero, seguramente, que para tal objeto habrían bastado los cinco años de penitenciaría pedidas por el Fiscal. exigir todavía a los penados el pago solidário de la cantidad de mil libras oro en concepto de reparación civil por la muerte de Dittmann! Que la indemnización a la desgraciada familia del finado Comisario, si es que se halla necesitada, la pague la Peruvian Copper Corporation en cuyo servicio perdió éste la vida. Quién pudiera ser exigente en punto de reparación civil. Qué reparación civil hase pensado dar a los acusados en el Juicio Dittmann, que han sido absueltos y desde luego han sido encontrados inocentes, y que han sufrido años de prisión, del 1921 al 1926. Qué reparación civíl se ha acordado pedir por los dos muertos víctimas de Dittmann en el incidente fatal del 27 de mayo de 1921; qué indemnización para los deudos de éstos y los cuatro heridos que resultaron en la misma ocasión, amén de otras víctimas del iracundo funcionario habidas antes. En buena cuenta, con aquellas muertes, Dittmann es el único verdadero responsable de su propia muerte. tampoco Dittmann merece castigo. Diremos con Queletet: Es la sociedad la que prepara el delito, y el individuo el que lo ejecuta. Un hombre del temperamento inadecuado de Dittmann, de vicios alcohólicos y sin dignidad personal ceñida a su cargo de autoridad, debiera haber sido destituido de su puesto tiempo ha. Entonces no habría tenido oportunidad de provocar durante una larga historia funesta, la ira de las masas que se desencadenó contra él y se cifró en un drama sangriento.
La sociedad con su tolerancia o indiferencia tiene la culpa de la supervivencia de esos tipos bárbaros que recuerdan el paganismo, como Virginia Peña, suponiendo a ésta una salvaje que intentara beber la sangre de su enemigo, o como Dittmann, autoridad de horca y cuchillo, sin noción del siglo en que vivía.
Casi todo lo que acabamos de exponer se ha dicho en la audiencia del Juicio Dittmam, pero con la debilidad y timidez de las inspiraciones nuevas que no aspiran aún a substanciarse completamente. El Fiscal de la Nación, no pudiendo consent que el linchamiento del de la Oroya haya sido un acto justificado, lo califica, en término menor, de explicable. Así también es explicable, y no justificada, la condena de Delgado Valdivia. Debiera reconocerse que la ley de Lynch es justa donde la ley del Estado no se hace sentir a su debida hora y en su debida forma.
Mientras más se analiza más se descubre que la sociedad es cómplice de los delitos que se realizan por doquier, y un cómplice no tiene derecho a castigar acciones en cuya gestación ha participado. Sirva esta consideración para templar el ánimo de los tribunales de justicia, intérpretes de la sanción social.
Invitamos a las personas que simpatizan con esta revista a susoribirse en el grupo de 66 AMIGOS DE AMAUTA Los Poemas de la Revolución La III Internacional ha pasado su tarjeta de visita al Mundo.
Llegará mañana.
Proletarios, hay que alistarse: zurzamos los andrajos con hebras de vigor.
La canción de los fusiles marcará su marcha.
Que nadie pregunte adonde. Al fin!
Los grandes rotativos burgueses responden con un estremecimiento de placer. La Liga de las Naciones ha quebrado los puentes levadizos que nos unían a Rusia.
No importa camaradas no importa: tenemos un genial ingeniero en Carlos Marx.
ESTEBAN PAVLETICH.
México 1926.