AMAUTA 35 A DE D L CA TIGO POR DORA MAYER DE ZULEN Hace tiempo que he querido escribir sobre el tema del castigo, y este trabajo sería largo. No cabría sino en una serie de artículos.
Ahora pide el momento que ponga mano a la obra refiriéndome al proceso por la muerte del comisario Dittmann en la Oroya, visto recientemente en el Primer Tribunal Correccional y elevado actualmente en última instancia a la Iltma. Corte Suprema de Instancia.
Vendrá pronto una generación que condenará el principio del castigo, como ya se está condenando el principio de la esclavitud.
Demás se sabe que la esclavitud positiva o relativa subsiste aún en el mundo a pesar de la sentencia que se ha pronunciado sobre ella, y lo mismo sucederá por mucho tiempo con el método del castigo. Pero, el primer soplo que rompe las barreras que entristecen a la humanidad es el reconocimiento de la verdad de que no hay derecho a esclavizar, ni a castigar, al prójimo. En adelante, la esclavi, tud y el castigo seguirán siendo prácticas, despojadas del prestigio de ser un derecho, y así se habrá dado un paso de importancia inmensa en cambiar la mentalidad social en su apreciación del delito y del crímen.
Los conceptos esclarecidos en materia penal, preconizados por multitud de juristas modernos, entre ellos Jimenez de Asúa, son ya familiares a nuestra juventud universitaria, y a nuestros forenses viejos, que tratan laudablemente de imprimir rumbos nuevos al sistema de sanción que del co.
lonial Palacio de Justicia de Lima emana.
Desde el primer día de la República las diversas Cartas Fundamentales formuladas para el Estado han repetido que las cárceles no son lugares de castigo, sino de seguridad. Estos jóvenes estados de América han nacido con la luz de un día nuevo de la civilización; solo les falta abrir bien sus ojos a la hermosa aurora que ha presidido su destiDurante la audiencia del Proceso Dittmann flotaba en el ambiente el sentido real de la justicia, se divulgaba en la oratoria de los abogados, y asomaba en las palabras del Fiscal y tronaba en los gritos del público, y a pesar de todo esto, no pudo condensarse dicha justicia en el fallo, a causa de la interposición de prejuicios legalistas rutinarios o de reglas muertas del Código, a los cuales se sujetan los espíritus en una sala de audiencia como en el campo las partículas de humedad atmosférica se someten al poder de la electricidad negativa.
Largas y brillantes disertaciones sobre psicología críminalógica fueron insuficientes para hacer llegar a las mentes al concepto rápido y. simple de la justicia natural.
no.
Parto de la declaración de principios hecha en una excelente frase del Dr. Fernando León, representante del Ministerio Público, al producirse su acusación contra los autores de la muerte del Comisario Dittmann. El deber de este Ministerio reclama pedir no sanciones de vengador sino remedios de sociedad.
En rigor de exactitud debe reconocerse que el afán de castigar que domina todavía en todas las esferas sociales significa casi nunca otra cosa que sanción de vengador. Muy pocos preguntan, y aún los que preguntan no averiguan, si los castigos sirven efectivamente de remedios de sociedad.
El homicidio cometido en la persona del Comisario Dittmann por el populacho de la Oroya, fué un acto de castigo hacia un funcionario que había desempeñado perversamente su puesto. Cómo se quería que el populacho no tuviese la idea del castigo, cuando la tiene y sostiene el Poder Supremo Judicial de la Nación?
Pues, la sentencia contra Lorenzo Delgado y Valdivia, tiene el carácter de un castigo impuesto a una víctima expiatoria del deliio colectivo y no de un remedio de sociedad.
No sería creible que por la condenación de este hombre a nueve años de prisión, vayan a corregir su mentalidad las masas de la Oroya y otras parecidas; antes bien, esas masas populares encontrarían en la mencionada condena un motivo para volverse a exaltar en otra ocasión propicia.
Lorenzo Delgado Valdivia y la mujer Virginia Peña han sido sindicados de perpetrar actos de extraordinaria ferocidad en la persona de Dittmann. Delgado Valdivia, dijose que se había echado sobre el cadáver para beber la sangre de sus heridas.
En cuanto a esta última acusación, el Fiscal se ha resistido a sostenerla estimándola demasiado horrenda para poder prestarle crédito. La defensa deshizo además la acusación sobre bases científicas de medicina legal. Sin embargo, los que saben algo de la psicología actual de la población indígena no ignoran que en los retirados recintos de nuestra serranía subsisten viejas costumbres paganas que el cristianismo todavía no ha podido borrar, y que en medio de un barbarismo social que no encuentra oportunidades para evolucionar hacia condiciones superiores, se evoluciona en sentido inverso hacia paroxismos de pasiones salvajes. En tales regiones se usa comer el corazón de un enemigo y beber la sangre de un vencido odiado, según ritos que han tenido y tienen su consagración respetable en los conceptos de las tribus primitivas.
La aparición de tales síntomas de salvajismo, o no pertenece al dominio de los delitos, no siendo más que un rezago de una moral anterior a la nuestra, o acusa delito en la sociedad civilizada que ha descuidado la cultura de la población incivilizada, permitiendo que en regiones arrimadas ya a la administración de un estado moderno se destaque un lunar de negro anacronismo.
Aunque Virginia Peña haya podido beber y haya bebido, la sangre de Dittmann, no sería ella, sino la deficiente propaganda pùblica, culpable de su salvajismo.
Lorenzo Delgado, Valdivia y sus compañeros, los supuestos méneurs o cabecillas del atentado mortal contra Dittmann, se ensañaron con vindicta feroz en el cuerpo de su adversario. Pero ¿no es saña feroz también, saña de vindicta terrible, condenar a un hombre al suplicio de nueve años de presidio?
La ira es ciega la crueldad cometida por Delgado Valdivia puede considerarse como hecha en un estado casi inconsciente. inconsciente también puede decirse que ela crueldad de un juez cuya imaginación no puede ahons dar absolutamente los pormenores de la horrible suerte que impone, con un par de palabras, con un rasgo de pluma, a un semejante. Que todas estas cosas que digo pueden considerarse para algunos como desagradables e inamistosas? Puede ser; no lo niego; pero sólo a ese titulo irreverente y libertario se crea la personalidad y la dignidad del individuo o de las naciones. Para ser alguien hay que dejar de hacer la servidumbre material o inmaterial; económica o intelectual, cualquiera fuese.
Esta carta que es de americano para americanos, encontrará seguramente muchas incomprensiones voluntarias e involuntarias; pero en tierra y en corazón verdaderamente americanos será aceptada. Nada lastima tanto como la verdad dicha por vez primera, y más aún en medio de un consistorio de mentiras seculares que reinan y gobier nan sobre el mundo gregario, como un Olimpo, y de los Soy de Ud. señor Mañach, atentísimo y devotísimo peores, servidor.
FRANZ TAMAYO