AMAUTA 34 PILCA, L Ο J POR PANAIT ISTRATI (Continuación)
Los escollos con que el destino siembra esta mar que es nuestra vida determina a numerosos humanos a vegetar en pequeñas embarcaciones que bogan prudentemente cerca de las costas. Spilca. Spilca, el plutache del Bistritza, conocía los escollos y los burlaba. antes que perder la nariz en una balsa, gustaba mejor hacerse despedazar por las olas.
La manera como se muere no me es indiferente. Tengo mis preferencias. Sin titubear demasiado, fui por la tarde del domingo siguiente, a afrontar el escollo que tantos voinics temieran.
La pintoresca hora (1) moldava batía su cadencia al son de tres instrumentos zingaros. Una treintena de muchachas, entre ellas Sultana. Una veintena de mozos.
Se transpiraba un poco porque el sol reberberaba, pero esto no le hacía nada a los danzantes. Se tenían por el dedo meñique y (para mayor decencia y para satisfacer también a los padres que vigilaban. interponiendo entre sí un pañuelo bordado, y la hermosa ronda se lanzaba hacia su centro. Un voinic gritaba. a su sitio! ja su sitio!
Los pequeños pies y los grandes golpeaban el suelo en granizada, las manos rudas arrastraban las manitas en alto hacia la cabeza, abajo hacia las rodillas, después el círculo se desata en un impulso que aleja los cuerpos, estira los brazos y he aqui que la guirnalda humana corre algunos pasos a su derecha, se vuelve más largamente a su izquierda. Todos los pies golpean jen su sitio. en su sitio! Se aspira una bocanada de aire y se recomienza. Esta es la hora rumana. Para gustarla es preciso ser rumano y aldeano. No es complicada pero si rica de sangre generosa.
En colores también más que el arco iris. Pañoletas de borangic amarillo o blanco según la clase de gusano de seda que se cria con cuidados maternales, Corpiños y faldas de tela de lino, blanco como la nieve. Delantales de terciopelo o de lana negra. bordado y encajes, que han visto lágrimas, que han escuchado suspiros. Las risas y las canciones no han faltado nunca, porque se gusta bien pasar de las lágrimas a las risas.
Hermosa, no hermosa o fea, la muchacha de la hora es siempre agradable a los ojos de los mozos. Saben que ellas están ahí para buscar un marido, mientras que ellos vienen alli mas bien para buscar la mujer, raramente la esposa. De aquí la gran atención llevada a los gestos y a los cuchicheos por la madre de la pequeña. Los mozos tienen consciencia de esta sobrevigilancia, y esta es la explicación del pañuelo que separa las manos, satisface a los padres y no sirve para nada, si no es para hacer los deseos más violentos.
Vestido del zabune bordado, y calzón de tzari blanco ajustado al muslo, calzado con iminei bien lustrados, y cubierto con un sombrero de fieltro de anchas alas y cinta tricolor, el mozo es, desde luego, el orgullo de su sexo; es barbat y se cree voinic. Esto agrada a la muchacha que no se creé sino hermosa. la sinceridad prudente, un poco astuta, de aquella, contesta con una promesa imprudente, categórica, pero que no le cuesta nada. Si eso prende tanto mejor. Si no, se doblega a la ley, se une al yugo, funda un hogar y se convierte en el guardian intransigente de las costumbres, sobre todo cuando es padre de muchachas que se van a la hora a buscar un marido.
Es siempre a la proximidad de una carciuma que las hora tienen lugar. es natural; esto abochorna, y es preciso beber un vaso. Se bebe para la sed o para fanfarronear, pero se bebe siempre. mientr que se bebe se habla, para decir alguna cosa o para fanfarronear todavía. Solo los muy viejos, los de testas nevadas, sentados a la sombra de un nogal secular, beben para recordar, hablan por afición y contemplan con ojo lejano, las agitaciones de una vida que no les apasiona ya. mi llegada, había todo eso. Al instante, las miradas investigadoras me hicieron comprender que en la aldea se había divulgado la noticia de mi noviazgo con Sultana. Para confirmar este rumor, fuí a saludar a mi futura ya su tía, después de lo cual, solo, me senté a una mesa aislada bajo los peros, bebí una oka de vino y asisti tranquilamente a la danza y a las conversaciones de los bebedores ante la taberna.
Me encontraba bastante lejos de estos últimos para que, favorecido por el alboroto de la hora. ellos pudiesen ocuparse de mi, no obstante bastante cerca para que una parte de sus palabras me llegasen a los oidos. Estas palabras no eran demasiado malévolas a mi parecer. Al.
gunos afirmaban: él vendrá seguramente. él lo sabe.
Este él, era el logofat Costaki, mi escollo, el terror de la región, Yo pensaba. Que él venga. El vino. Un galope levantó una nube de polvo en el camino hizo pasar un estremecimiento por entre todos los asistentes. Las cabezas tanto de los bebedores como de los danzantes y de los zingaros, se volvieron vivamente, con miradas de ansiedad hacia el caballero que, abordando la hora. puso su caballo al paso del buistru (2. Todo el mundó admiró el animal. Yo lo admiré sinceramente. Era un corcel digno de mejor jinete.
Pequeño, moreno, de movimientos vivos como el mercurio, este jinete echó las bridas al tronco de una acacia cortada y se lanzó entre la juventud ante la carciuna.
Todos los sombreros le saludaron. Un grupo de preferidos le rodeó inmediatamente y le puso, sin tardar, al corriente de mi presencia. Entonces me volví para mirarlo de frente, sin cobardía. Yo quería el juego franco, El logofat, encabritado sobre sus piernas flacas, escuchaba el despacho de los habladores con oido distraido y sin decir palabra. De rato en rato, echaba miradas furtivas en mi dirección, después, súbito, escuchè esta provocación que se dirigió a mí, con un timbre ronco. Es necesario desjarretar a los extranjeros intrusos!
Por toda respuesta a este desafío directo, me dirigi hacia la hora. que acababa de entablar una nueva danza, separé a Sultana de la amiga que la tenía de la mano y me puse a danzar entre las dos muchachas.
Esto era correcto; lo que hizo el logofat, lo fue menos.
Se sabe que un muchacho entrando en la hora. no debe separar jamás a un danzante de la mano de la pareja que le agrada. falta de un sitio entre dos muchachas, no puede entrar sino entre dos hombres. Es una regla absoluta, respetada por todos los que no buscan disputa. El logofat Costaki creyó bien contravenir esto ante la estupefacción general. En el momento en que menos lo esperaba, una mano se aferró de mi puño, por detrás, del lado de Sultana. Yo volví la cara. La ronda se detuvo.
Los zingaros se callaron. Pálido, ante mí, el reptil me miró de arriba abajo con una mirada de odio y dijo con voz ahogada. Permites que entre aqui. Entra en otra parte. Yo quiero aquí. Si tu quieres aquí, toma!
Un golpe de rodilla en el vientre lo tiró al suelo.
Un gemido de bestia estrangulada, y el villano se desvaneció. Nadie vino en su socorro. La taberna se vació. Las mujeres huyeron. Un viejo exclamo. Esto es una historia gorda. Yo grité a los músicos. Para el próximo domingo! Os contrato para tocar car en mis esponsales con Sultana.