26 AMAUTA P IL A, L Ο J POR PANAIT ISTRATI (Conclusión)
Hacía seis días que vivía como una bestia salvaje, en la floresta espesa vecina al konak señorial del dominio del bajo Bistrit a, donde reinaba como amo el logofat Costaki; el verdugo de Sultana, de tantas otras. Allí no había medio de apercibirlo. Yo no se si comía, si bebía, si tomaba descanso. Sé que mis vestidos estaban como andrajos, manos, pies y cara todo ensangrentados a fuerza de correr día y noche de un camino a otro a través de la espesura.
Estos parajes estaban bastante alejados del lugar del crimen; el logofat no los temía. Era el bosque por donde él volvía de sus revueltas de inspecciones forestales, siempre solo y a caballo, siempre armado de pistolas. Yo no tenía, por toda arma, mas que mi odio, mi sangre hirviendo del deseo de venga: za. Mi cuchillo no me habría de servir gran cosa. Para hacer caer al hombre en mis manos desnudas, tenía una cuerda, presta a tenderla de un árbol a otro.
La sexta noche era víspera de este primer domingo de octubre en que debía celebrar mi unión con Sultana.
En lugar de encontrarme en la fiebre del mas regocijante día de mi vida, me encontraba en un foso, la cuerda en la mano, la oreja en acecho, sin alma, sin Dios, sin esperanza.
Había momentos en que no sabía lo que era. Un el batir de alas de un pájaro nocturno me volvia a poner el cerebro a plomo. Entonces, mi primera idea, mi solo deseo, era él. Lo imaginaba aproximándose al trote o al galope. La cuerda tendida al nivel de las rodillas del caballo, recibía el choque. La bestia se derribaba. El enemigo en mis manos. Yo le saltaba encima. Qué muerte atroz le esperaba. Ah, Señor! Si existes y si quieres la justicia, déjame beber este vaso de agua fresca. Después iré a revestirme del sayal, no viviré más que para cantar tus alabanzas! rápido quebré una rama seca. El estallido detuvo hombre y caballo. Un momento permanecieron fijos en su sitio, sin cambiar de posición, después volvieron a emprender el descenso. Yo no estaba muy adelante. Entonces siguiéndoles de cerca, atravesé el camino detras de ellos.
Pero esta demora les permitió alejarse. Perdì la cabeza, puse dos dedos en la boca y lance un penetrante silbido.
Un tiro de pistola fué la repuesta. Siguió un juramento.
Reconocí la voz del logofat.
Jamás hombre alguno fué más feliz en la desgracia que yo en aquel instante. Como un tigre bajé el camino a carrera y la obstruí con la cuerda, tendida con todas mis fuerzas decuplicadas por el odio.
Los segundos me parecieron eternidades, la noche, un infierno. He aquí que en el curso de esta espera, negra como mi odio, escucho a mi enemigo venir a pie.
No montaba, avanzaba tanteando, llevando al caballo por la brida. Dios sin corazón, eso no lo había previsto. Va a descubrir mi cuerda. Adios venganza!
Levanté la cuerda y me arrojé de bruces a través del camino. Cálla logofat: descarga tu pistola sobre mi cabeza, envíame a reunirme con Sultana. Pero si 110 sale bien tu tiro, desgraciado de ti!
Con la oreja pegada al suelo escuchaba el paso cadencioso del caballo que se aproximaba, después distinguí el de su amo. Mi brazo me cubría la cara. No que ría ver nada. No respiraba. Ví el segundo del ajusticiado que, el cuello sobre el mamometro, espera que la es.
pada se abata. Esto no era temor de la muerte, pero si de la fuga súbita del logofat.
El liega y se detiene. Un paso, dos pasos.
Su mano empuña la inía. Me levanta el brazo y dice. Pues toma. Estás muerto, herido, o solamente borracho?
Yo no contesto nada, pero de un salto le enlazo brazos y cuerpo, lo estrecho cara a cara, aliento contra aliento, ambos arrodillados mientras él grita socorro, mientras que sus huesos crujen, que su voz se extingue. Su busto se quiebra como una tabla y se pliega sobre la espalda.
El monasterio Pantelimon del Monte Athos: un cuartel fortificado que encierra seiscientos monjes. Ha sido fundado por la emperatriz Catalina II, de Rusia. El día de su inauguración, no fué ella admitida a poner los pies sobre esta tierra de donde el sexo femenino está proscrito hasta en los animales, los volátiles.
Es un cuartel. Hay dos cañones para la defensa del Staretz, de su estado mayor y de sus riquezas. Hay soldados en sayal, que se llaman hermanos. pero que tiemblan ante las superiores como todos los soldados. Aquel que estaba cubierto del hábito religioso y creía, tal como yó, partia leña, pescaba, preparaba el aceite y los olivos, cultivaba la viña, engordaba los capones, rezaba por él y por los inteligentes que discurrían sobre la existencia de Dios, que comían todo, bebían todo y descargaban su virilidad en Karea, donde había mujeres discretas, o bien entre ellos, en franca camaradería. Aquellos que no podían hacer como los últimos, se mortificaban en la soledad piadosa. Todos aspiraban al perdon del Redentor, quien lo acordaba a todos porque estaba crucificado.
Es allá lejos donde me he convertido en haiduc.
Así recé aquella tarde, y Dios escuchó mi plegaria.
La encrucijada que había escogido para la ejecución de mi designio era la más propicia. El camino antes de hacerse plano y de permitir a un jinete lanzarse, describía en lo más alto un rápido zig zag, estrecho y poco practicable a causa de un arroyo. Aquí, el hombre a caballo estaba obligado a descender y caminar a pié por un trayecto de doscientos metros más o menos. Era durante este tiempo que yo podía reconocerlo en la oscuridad, para no maltratar a un inocente, aunque estuviese cierto que el único jinete que frecuentaba estos parajes era el logofat.
Con el crepúsoulo nubloso que descendía dulcemente sobre la floresta de encinas, escuchaba, agazapado en mi fosa, el murmullo del arroyo, cuando el ímpetu de un trote se estrelló claramente sobre el obstáculo. El jinete saltó a tierra. El caballo estornudó. Salté con el corazón enloquecido de alegía.
En algunos trancos, por atajos penosos, trate de aproximarme bastante para distinguir la talla corta de mi enemigo, pero el hombre estaba enteramente cubierto por su bestia, que el dejaba ir sóla, permaneciendo del lado opuesto al mio, La noché se hacía más completa a medida que se avanzaba en la espesura de árboles gigantes. Me era necesario tonces a todo precio, reconocerle aquí. Si salía de este camino obstruído, me escapaba. Qué hacer para retardarlo? La menor imprudencia de mi parte me hubiese sido fatal. Dios mio, pensé. serás protector de los verdugos. La traducción del francés ha sido hecha por Eugenio Garro)