AMAUTA 17 TERRUÑO, PATRIA, HUMANIDAD POR JOSE INGENIEROS DEL TERRUNO rir, pidan que vuelvan sus huesos al lugar donde transcurrió su infancia, como si quisieran devolverle toda la savia con que alin entó su personalidad en la hora del amanecer.
94. El amor al terruño es un imperativo natural. Persiste cuando la experiencia dilata el horizonte geográfico, pero pierde en profundidad tanto como gana en superficie. En cierto grado del desarrollo social es imposible que cada terruño viva separado de los vecinos; poco a poco, los que tienen intereses comunes, creencias semejantes, idiomas afines, costumbres análogas, van formando sociedades regionales cada vez más solidarias. La educación sentimental permite abarcar en la amistad y en la simpatía a otros terruños, aunque siempre reservando para el propio los mejores latidos del corazón. Cuando el niño aprende a conocer los hombres y las cosas de su ciudad o de su región, relacionándolas con las de su barriada o de su aldea, el amor al terruño se ensancha. El sentimiento municipal y provincial es todavia un patriotismo en función del medio, elaborado sin sugestiones políticas. Su genealogía es sincera. Brota sin cultivo como la flor silvestre.
En fases de avanzada cultura las ciudades o regiones tienden a asociarse en estados políticos, formando naciones; sólo en la medida de su afinidad los pueblos pueden sentirse solidarios dentro de la unidad nacional. Pero individualmente, como representación de intereses e ideales colectivos, este patriotismo sólo es sentido conscientemente por muy pocos hombres superiores, capaces de reflexión histórica y de abstracción política.
En todo caso la querencia sigue atrayendo al hombre, como a los animales. Pujante y profundo como un instinto, imperativo, intransmutable, sobrevive en todos los hombres el amor al terruño, única y siempreviva patria del corazón.
92. El terruño es la patria del corazón. De todos los sentimientos humanos, ninguno es más natural que el amor por la aldea, el valle o la barriada en que vivimos los primeros años. El terruño habla a nuestros recuerdos más intimos, estremece nuestras emociones más hondas; un perfume, una perspectiva, un eco despiertan un mundo en nuestra imaginación. Todo lo suyo lo sentimos nuestro, en alguna medida; y nos parece, también, que de algún modo le pertenecemos, como la hoja a la rama.
El amor al terruño existe ya en el clan y en la tribu, soberano en el horizonte exiguo de las sociedades primitivas. Ligado al medio físico desde que el grupo se adapta a la vida sedentaria, se acendra al calor del hogar. La consanguinidad lo alimenta y la amistad lo ahonda; la simpatía lo extiende a todos los que viven en vecindad habitual.
En el terruño se oyen las primeras nenias maternales y se escuchan los consejos del padre; se forman las intimidades de colegio y se sienten las inquietudes del primer amor; se tejen las juveniles ilusiones y se tropieza con inesperadas realidades, se adquieren las más hondas creencias y se contraen las costumbres más firmes. Nada en él nos es desconocido, ni nos produce desconfianza. Llamamos por su nombre a todos los vecinos, conocemos en detalle todas las casas, nos alegran todos los bautismos, nos afligen todos los lutos. Por ello sentimos en el fondo de nuestro ser una solidaridad intima con lo que pertenece a la aldea, el valle o la barriada en que transcurrió nuestra infancia.
Ningún concepto político determina este sentimiento natural. Es innecesario estimularlo con sugestiones educacionales, porque es anterior a la escuela misma; se ama al terruño ingenuamente, por instinto, con espontaneidad. Es amor vivido y viviente, compenetración del hombre con su medio. No tiene símbolos racionales, ni los necesita; su fuerza moral es más honda, tiene sus raíces en el corazón.
93. El patriotismo ingenuo se limita al horizonte geográfico. Nadie ama espontáneamente regiones y hombres cuya existencia ignora. La vista y el oído marcan el confín de la experiencia primitiva; todo lo que está más allá es ajeno, fabuloso, mítico. Saçar a un hombre de su barriada, de su aldea, de su valle, de su montaña, es desterrarlo de la única patria sentida por su corazón. Todo el resto del mundo es igual para el hombre que no ha viajado; fuera del terruño puede exclamar con sinceridad que donde está el bien está la patria.
No se le ama porque se ha nacido en él, sino porque allí se ha formado la personalidad juvenil, que deja hondos rastros en todo el curso de la vida. Ese tierno afecto no está ligado al involuntario accidente del nacimiento, desde que a nadie se le pregunta antes dónde desearía nacer; germina en la experiencia, que estimula sensaciones e ideas, cariños y creencias. El tesoro de nuestros recuerdos iniciales está formado por impresiones del terruño; cada vez que el ánimo afectado busca refugio en la propia vida interior, revivimos las escasas escenas del hogar, de la escuela, de la calle, como si las remembranzas de la edad primera pudiesen aliviarnos en el andar accidentado de los años viriles.
La fuerza del sentimiento lugareño se comprende mejor a distancia. Viajando lejos, muy lejos, en ciertas horas de meditación llega a convertirse en esa angustia indefinida que llamamos nostalgia. Todo el que la ha sentido, sabe que no es del estado político, sino del terruño; nadie añora iugares ni personas que nunca ha conocido, ni podría curarse el ánimo nostálgico yendo a vivir en rincones ig.
notos del propio país. medida que se avanza en edad los recuerdos del terruño se idealizan, olvidándose todo lo malo, acentuándose todo lo excelente. es común que los hombres, al moII. DE LA NACIÓN 95. La nación es la patria de la vida civil. Su horizonte es más amplio que el geográfico del terruño, sin coincidir forzosamente con el político, propio del Estado. Supo.
ne comunidad de origen, parentesco racial, ensamblamiento histórico, semejanza de costumbres y de creencias, unidad de idioma, sujeción a un mismo gobierno. Nada de ello basta, sin embargo. Es indispensable que los pueblos regidos por las mismas instituciones se sientan unidos por fuerzas morales que nacen de la comunión en la vida civil.
El patriotismo nacional surge naturalmente de la afinidad entre los miembros de la nación. No lo impone la obediencia a la misma ley, ni el imperio de la misma autoridad, pues hay Estados que no son nacionalidades y naciones que no son Estados. El sentimiento civil, el civismo, tiene un fondo moral, en que se funden anhelos de espíritus y ritmos de corazones. Renán lo definió como temple uniforme para el esfuerzo y homogénea disposición para el sacrificio. Es conjunción de ensueños comunes para emprender grandes cosas y firme decisión de realizarlas. Es convergencia en la aspiración de la justicia, en el deber del trabajo, en la intensidad de la esperanza, en el pudor de la humillación, en el deseo de la gloria. Por eso es más recio en las mentes conspicuas, capaces de amar intensamente a todo su pueblo, de honrarlo con sus obras, de orientarlo con sus ideales.
El sentimiento de solidaridad nacional debe tener un hondo significado de justicia. El bienestar de los pueblos es incompatible con rutinarios intereses creados y de tiempo en tiempo necesita inspirarse en credos nuevos: despertar la energía, extinguir el parasitismo, estimular la iniciativa, suprimir la ociosidad, desenvolver la cooperación. Virtudes civicas modernas deben sobreponerse a las antiguas, convirtiendo el sentimiento nacionalista en fecundo amor al pueblo, conforme a los ideales del siglo. Es justo desear para la parte