AMAUTA 32 Carta americana para a mericanos POR FRANZ TAMAYO La Paz, 24 de agosto de 1926.
Señor don Jorge Mañach.
La Habana, Cuba.
Muy estimado señor Mañach.
García Monge me manda los recortes con que se ha servido usted favorecerme y por los que veo cuanto en la Habana se dijo por usted y por el señor Aznar sobre algunas opiniones mías tocante a la raza Americana, Yo le estoy muy agradecido por todo lo dicho y aun más como americano por la victoria que usted obtuvo sobre Aznar, quien, en medio de durezas para mí, de circunloquios periodísticos y de tartamudeos de ciencia literararia, acaba finalmente por conceder cuantò usted pidió.
Espero o temo (no sé cual) que estas victorias americanas sobre españoles a que nos han habituado los libertadores, se multipliquen en lo porvenir, no ya en lo material de las cosas, sino en lo inmaterial de las ideas. Todo sea ad majorem Americae gloriam.
Pero respecto del señor Aznar, cuya bonita prosa admiro, yo le habría dicho a estar más cerca de él y a poder responder más oportunamente, con una palabra del grande Bernard Shaw: am not arguing, am telling you!
Esto para señalar cómo yo, escritor americano, muy americano, me colocaba en situación de ánimo y de intención muy distinta a la de él, escritor español, demasiado español (Estos crescendos quieren ir en mayor laude del culto señor Azriar. Le habría dicho además, a la manera de cierto argumento griego para probar el movimiento, vea, señor Aznar, cómo Mañach, americano, me entiende, hasta en ciertos detalles como el de los ojos azules, y usted español de nacimiento y de cultura, no me hace el mismo honor, con ser el más hidalgo de los escritores peninsulares. quod erat probandum, según mi carta a Vincenzi.
Porque yo debo decirle, querido señor Mañach, que en este punto de la interpretación de mi carta, el señor Aznar tiene razón cuando pretende que yo atribuyo incomprensión del alma americana a los españoles de todo tiempo. Esa es la verdad. Hablé yo del desprecio fundamental del español para el americano, y olvidé decir que ello provenía de fundamental incomprensión. Estimo yo que éste es el punto fundamental de todo nuestro debate. Más aún me inclino a creer que de todo debate humano, pues los hombres luchan y se mueren de no comprenderse y de no comprender bastante. Apunto es esto que tengo una grave sospecha, y es que los hombres no tienen mayor tarea sobre la tierra, que la de comprender y que para eso sólo vinieron a esta vida. Hay pues que comprender, y éste es un grave, muy grave negocio. Corozco hombres que pueden muchas y muy plausible cosas, pero que comprenden mal, o no comprenden nada. Tengo para mí que se puede ser un gran artista, un santo o un sabio, y que si no se comprendió en la medida precisa, se ha marrado la propia vida. Es entendido que todo cuanto digo puede ser una pura extravagancia de este su humilde servidor, señor Mañach: pero así no más, como tan sabrosamente decimos en criollo, Pero en fin, es preciso entenderse. Que usted, señor Mañach, me pida menos razones para entenderme, es facilmente aceptable dentro de mi tesis: usted es americano, somos americanos. Que el señor Aznar me entienda menos y me pido mayores razones, se acepta igualmente y con la misma facilidad: es español, y todo es muy claro.
Honradamente, yo estoy obligado al mayor esfuerzo. Helo aquí.
En esta pobre vida humana todo es graduado y relativo en lo referente a entendimiento y comprensiones.
Hay incomprensiones e incomprensiones. Por razón de tiempo, por razón de espacio o distancia, por razón de deficiencia intelectiva, por incomprensibilidad propia del objeto estudiado, quién sabe por cuantas razones más. También por razón de heterogeneidad de almas, y de naturaleza, caso hispano americano. Estas catalogaciones escolásticas me repugnan temperamentalmente, pero al instante me son indispensables. Yo debo dar algunos ejemplos de incomprensión, para que lo que yo dije de los españoles no se tome coléricamente, como parece que se ha tomado.
Movido por ciertas alusiones del admirable Paul Deussen, yo tuve que releer últimamente un diálogo de Platón. el Parménides. Pues bien, yo que pretendo entender a Platón, confieso que no comprendo el Parménides. Entiendo literalmente todo el argumento dialéctico del diálogo, pero no alcanzo a comprender la necesidad intelectual y científica del mismo. No comprendo cómo se puede derrochar la máxima agudeza dialéctica, tanta profundidad analítica, tanta fuerza mental para disociar las más sutiles atomizaciones del pensamiento humano, tratándose de un problema que a mí ya no me parece problema ni me sig nifica enigma alguno. he aquí como yo, entendiendo literalmente el Parménides, no alcanzo a comprenderlo debidamente. Entonces, viejo estudiante como soy, tengo necesidad de hacerme artificialmente una recomposición de lugar y de tiempo. Tengo que decirme que cinco siglos antes de Cristo, probablemente la evolución mental de nuestra humanidad era tal, que consentía como posibles ciertos gustos, ciertos trabajos, ciertas investigaciones, y todo ello en forma y manera que no son practicables en nuestros día. Algo más, traigo a colación una vieja experiencia que tengo y que consiste en lo siguiente: a veces a través de milenios de historia literaria e intelectual, reaparecen esporádicamente inteligencias y maneras de la inteligencia que al instante parecían haber desaparecido para siempre de la escena del mundo y de la vida. Así tocante a Platón Siglos después de muerto el filósofo, en Alejandría aparècían ciertos maestros que resucitaban el pensamiento platónico justamente en la materia y en la forma que semejaban haber envejecido y pasado para siempre. Pero aún más, pasado y muerto el neoplatonismo alejandrino, es en pleno siglo XIX que esa resurrección se repite en la persona de uno de los hombres más apreciables del pensamiento occidental, Thomas Taylor, en quien enncontramos, al lado de una cultura plenamente occidental y moderna, un gusto, una preferencia por aquello que justamente era moda y necesidad del tiempo de Platón, y ya no es más de nuestro tiempo.
Todo esto sobre las incomprensiones por razón de tiempo.
Por razón de incomprensibilidad propia del objeto estudiado, la teoría de Einstein es tan profunda que, complicada con mi impreparación técnica en matemáticas, se me hace casi del todo incomprensible.
Me consuelo con un consuelo de necios: de diez expositores de Einstein en Europa, nueve no han comprendido aún a Einstein.
Pero vengamos a nuestros negocios, y saquemos la incomprensión por heterogeneidad de alma y de naturaleza. Usted, recuerda, señor Mañach, mi tesis sobre la influencia de la tierra, etc. Yo creo que la incomprensión de españoles y americanos viene de que la tierra americana engendra y cría una sangre humana, así sea blanca, mestiza o india, distinta, muy distinta de la sangre humana española. esto se añade la historia triste y estúpida de trescientos años de colonia española, que no esta seguramente para borrar naturales disidencias ni para aproximar sangres dispares y distintas. Aproximémonos un poco a lo que está a nuestro alcance, la experiencia literaria