AMAUTA 31 negra cabellera trenzada con hilos de perlas; adorna su frente, con la imperial diadema.
Las charangas de los distintos linajes, silenciosas, espectantes, aguardan, mudos los instrumentos, en los extremos de Aucaipata. todos menos el Inca, se descalzan de sus usutas de lana blanca, y todos con el Inca, se ponen atentísimos a mirar hacia oriente. Qué inmenso voto era proferido en estos instantes de angustiosa espera. Vendrá, no vendrá?
Los que alguna vez en sus vidas hayan pasado por estos segundos de absoluta indecisión, podrán comprender lo que ésta espera significaba. Mas sobre los montes se cierne un resplandor de oro, los cuerpos rígidos se ponen en cuclillas. que así se arrodillaban los indios) se abren los brazos, y con las manos derechas al rostro, envían besos al Sol. La caricia suprema de todo un pueblo era lanzada contra el cielo, un suspirar hondo libertaba los pechos, la alegría inundaba los ojos, y las melodías incaica unas rudas, suaves otras, henchían los aires formando vasto coro.
La hostia solar se alza, el frenesí de los ojos se llena del oro matinal, enronquecidas las gargantas dan aullidos de gozo, enloquecidas las manos baten frenéticas sobre los tambores, y el Inca se levanta augusto.
Silencia al jnstante su pueblo. Tiene el Inca en sus manos, dos cálices de oro, y levantándolos hacia su padre el Sol, le brinda la sagrada chicha, el licor de maiz, que las Vírgenes del Sol han destilado.
Del caliz de su mano izquierda bebía el Inca, y repartía el resto, vertiendolo en pequeños vasos de oro o plata, entre los personajes de su séquito. La ceremonia que el Inca ha realizado, es imitada por los curacas, por los caci.
ques, por los capitanes del Tahuantinsuyu.
Formábase despues, la más alegre de las procesiones.
Alto en el cielo el Sol, sus rayos se quebraban en las cornizas de oro de los palacios, encendían el agua de las pedrerías, en las joyas; se irisaban en el boscaje de plumas de los penachos, y de los abanicos. En sus andas de oro el Inca, en sus andas de oro la coya, por la calle del Sol, se encaminaban hacia el Coricancha.
Por una calle paralela, iba el séquito de los curacas del Imperio. Los más diversos rostros, los más diferentes tocados. Traían unos dice Garcilazo chapados sus trajes de plata, y guirnaldas del mismo metal, como tocados de sus cabezas, venían otros desnudos, cubiertos con pieles de león, con la cabeza del animal, embutida en la del indio, se cubrían otros, con una veste blanca y negra, formada con las plumas del cóndor, y llevaban los yungas máscaras, y hacían ademanes y wisajes de locos o simples.
Se detiene la procesión en el recinto de Intipampa.
Solo el Inca y los suyos, penetrarán al Templo. Terminanada la adoración, sale el Emperador, y como ofrenda, entrega al Sumo Sacerdote, los cálices de oro conque brindara al Sol su Padré. Los curacas, también como ofrenda, dejan en el Templo, los vasos con que han libado. Procedíase despues a consultar los augurios. Sobre el ara del Templo, va a ser sacrificado el Llama Negro del Raymi.
Viene el llama revestido de una roja gualdrapa, y están sus orejas adornadas con aretes de oro. Solemnemente, por el Inca, es entregada a los tarpuntay. Los corazones se recojen, las preces por un feliz augurio desbordan de los labios.
Intactas y palpitantes, las entrañas del llama negro del Raymi, son mostradas al Villac Uma. Se inclina sobre ellas la anciana cabeza, cuya mitra ostenta la faz del Sol, las examina atentísima. el creciente lunar de plata, que bordea su barba, toca el corazón de la bestia sacrificada. Están las almas pendientes de sus palabras. Habla el Supremo Sacerdote. Se muestra al Sol propicio a sus hijos. La nos ticia és acogida con un clamor jubiloso.
Pero hace tres días, que está apagado el fuego de los hogares, en Intincancha y Acllahuasi se ha extinguido el fuego sagrado, y es parte de esta pascua, la ceremonia de obtener el nuevo fuego dado de la mano de Inti. Salen de su cenobio las Virgenes del Sol, van en blancas teorías, deslumbradas por la luz, porque ellas viven en perpetua clausura. Están como palidecidas. Sus bellezas mrorenas, son sin embargo la flor de la belleza del Imperio.
Al pasar, se teje sobre sus cabezas un velo de suspiros, pero los ojos, no las miran de frente, un cordón de oro ciñe sus frentes, y les sujeta el manto inmaculado. Llevan en sus manos las ofrendas que servirán al Inca en el banquete próximo; el pan sagrado, llamado Sancu, la mas suave chicha, las telas más finas, llautos, bolsas de coca. Guardará el Inca para si, algunos regalos, repartirá los otros a sus más valientes capitanes.
Se agrupan en círculo las Vírgenes del Sol, ponen las mamacunas sobre el altar la Chipana, y un poco de algodón carmenado. Es la chipana un gran brazalete de oro. Pende de él como medalla, un vaso cóncavo de oro pulidísimo. digno espejo para que el Sol se mire. Avanzan los sacerdotes, maneja el más anciano la chipana, pronto los rayos del sol son captados, y el algodón se prende. Un alarido de felicidad se escápaba de las gargantas, la fanfarrias atronaban los aires, se abrazaban los guerreros, y las Vírgenes en suaves giros, bailaban alrededor del nuevo fuego, la danza ritual.
Venía despues el desborde del Raymi, tras del banquete ceremonioso, las libaciones sin medida de la sagrada jora, y luego las danzas, y las canciones con las divisas, blasones, máscaras e invenciones que cada nación traía.
Cuando la embriaguez de la alegría y contento, alcanzaba la cima, era el momento de la kashua, la danza de ritmos siderales, que el Inca iniciaba, el baile dionisiaco que nos legó el genio de la raza, el que fundía los individuales destinos, y en un alegre panteísmo, hacía borrar las diferencias, entre loʻmutable y lo eterno.
Así seguía por nueve días la gran pascua del Sol, en la Ciudad del Cuzco, la Santa Capital de los Incas.
Ilustraciones de Elena Izcue UTCA e WT