AMAUTA centan sus rebaños de allpakas y llamas. Adoran al sol y a la luna, a los apus y a los aukis. Moran felices en la comunidad de la tierra y en la universalidad del trabajo. Viven aún los Inkas aseguran en la Tierra Misteriosa del Antisuyu; de allí van a volver, cuando el Sol se ponga rojo.
No llevan el estigma de los mestizajes.
Viven su pureza primitiva, ignorados e ignorantes de la pomposa civilización europea.
Admirable supervivencia no estudiada aún por etnógrafos o sociólogos.
Quiera, el Sol mantener la virginidad de Un Mundo.
Que no llegue hasta él el aliento corruptor de los civilizadores.
SECRETO DE PIEDRA Cuando el indio comprendió que el blanco no era sino un insaciable explotador, se encerró en si mismo.
Aislóse espiritualmente, y el recinto de su alma. en cinco siglos estuvo libre del contacto corruptor de la nueva cultura. Mantúvose silencioso, hierático cual una esfinge Se hizo maestro en el arte de disimular, de fingir, de ocultar la verdadera intención, esta actitud defensiva, a esta estrategia del dominado, a este mimetismo conservador de la vida, llamarónle la hipocresia india.
La raza, gracias a ella, protege su vitalidad, guarda intacto el tesoro de su espíritu, preserva su YO.
Se oye de continuo censurar la reserva, el egoismo del indio: a nadie revela sus secretos. La virtud me.
dicinal de las yerbas, la curación de enfermedades desconocidas, el derrotero de minas y riquezas ocultas, los procedimientos misteriosos de la magia. El indio se cuida muy bien de la adquisición de sus dominadores. No hablará. No responderá cuando se le pregunte. Evadirá las investigaciones. Invencible en su reducto, para el blanco será infranqueable su secreto de piedra.
En cambio, él se informará bien pronto de todos nuestros secretos de hombres modernos. Breve tiempo de aprendizaje bastará para que domine los más complejos mecanismos y maneje con la serenidad y precisión que le son características las maquinarias que requieren completa técnica.
El indio es para las otras razas epigónico. Solo da a conocer su exterior inexpresivo. Bajo la máscara de indiferente, hallaremos algun día su verdadero rostro?
Su burlona sonrisa será lo primero que descubramos.
En lo insondable de esta conciencia andina, bulle el secreto de piedra.
POBLACHOS MESTIZOS Hórrida quietud la de los pueblos mestizos. Por el plazón deambula con pies de plomo el sol del mediodía. Se va después, por detrás de las tapias, de los galpones, de la iglesia a medio caer, del caserón destartalado que está junto a élla; trepa el cerro, y lo traspone; voltea las espaldas definitivamente, y la espesa sombra sumerge al pueblo. Se fué el día, se acabó la noche; son clepsidras invisibles los habitáculos ruinosos; lentamente se desmoronan. Despues de veinte años, el pueblo sigue a medio caer; no se da prisa el tiempo destructor.
Gusanos perdidos en las galerìas subcutáneas de este cuerpo en descomposición que es el poblacho mestizo, los hombres asoman a ratos a la superficie; el sol los ahuyenta, tornan a sus madrigueras. Qué hacen los trogloditas? Nada hacen. Son los parásitos, son la carcoma de este pudridero.
El señor del poblacho mestizo es el leguleyo, el kelkere. Quién no caerá en sus sucias redes de aracnido de la ley? El indio toca a sus puertas. El gamonal lo sienta a su mesa. El juez le estrecha la mano. Le sonríen el subprefecto y el cura.
El leguleyo es temido y odiado en secreto. Todas las astucias, todos los ardides, para confundir al poderoso, para estrangular al débil, son armas del tinterillo. Explota por igual a blancos y aborigenes. Prevaricar es su función.
Como el gentleman es el mejor producto de la cultura blanca, el leguleyo es lo mejor que ha creado nuestro mestizage.
Hórrida quietud la de los pueblos mestizos, apenas interrumpida por los gritos inarticulados de los borrachos.
La embriaguez alcohólica es la más alta institución de los pueblos mestizos. Desde el magistrado hasta el último curial, desde el propietario al mísero jornalero, la ebriedad es el nivel común, el rasero para todos. Iguales ante el alcohol, antes que iguales ante la ley.
Todas las aspiraciones del mestizo se reducen a procurarse dinero para pagar su dipsomanía. El hombre de la ciudad que se va a vivir al poblacho es un condenado irremisible al alcoholismo.
Cuántas truncadas vocaciones por el confinamiento en el poblacho. Los jóvenes de esperanzas que estudiaron en la ciudad y hubieron de retornar a su pueblo. se sepultan en el pantano. Cadáveres ambulantes alguna vez abandonan su habitáculo por breves días; reaparecen en la capital. Se les reconoce en conjunto: son los poblanos.
Tardos, como entumidos, pasan por las calles, de frente a los bebederos. Tambaleantes, con los ojos turbios, abotagados, enrojecidos, miran las cosas de la ciudad con estúpida expresión. Gastan el producto de la venta de ganado a cereales hasta el último céntimo. La decencia consiste en su pródigo consumo de cerveza y licores, con los amigos a quienes tutea desde la infancia. Este mozo de traje descuidado, anacrónico, de presencia lamentable, fué un condiscípulo en el Colegio Nacional. Ahora, es el temible leguleyo del poblacho, el agente para las elecciones, el enganchador para las empresas, el vecino principal, cuya industria más saneada es el vivir a expensas de los obsequios del indio, del soborno del propietario, de los gajes de la función concejil, fondos de municipalidades, recursos del Estado.
La atınósfera de los poblachos mestizos es idéntica: alcohol, mala fé, parasitismo, ocio, brutalidad primitiva. La pesadez plúmbea de sus días todos iguales se interrumpe a veces con la ráfaga sangrienta de un crimen. Rencillas lugareñas, choques de minúsculos bandos, odio mezquino que explota en la primera bacanal, en la fiesta del Patrón del pueblo, en la lidia de gallos, en la disputa política. El garrotazo o la cuchillada.
Todos los poblachos mestizos presentan el mismo paisaje: miseria, ruina: las casas que no se derrumban de golpe, sino que como atacadas de lepra, se desconchan, se deshacen lentamente, son el símbolo más fiel de esta vida enferma, miserable, de las agrupaciones de hibrido izaje