8 AMAUTA DETRAS DE LAS MONTAÑAS POR LUIS VALOARCEL igual entusiasmo que la (sipas) más juguetona. Gracias al Sol, gracias a la tierra, gracias a las cumbres y a los cerros y al rio. La inka solemne de la cosecha es el tedeum de los ayllus.
Vivir y morir bajo el gran cielo de los Andes.
Vivir al amor de su paisaje la égloga sin fin. Vivir la eterna juventud de los pueblos campesinos. Morir, cerrar los ojos como para guardar siempre el bello panorama en la cámara interior de los recuerdos. Los ayllus son trozos de naturaleza viva.
LOS AYLLUS Desparramados por la cordillera, arriba y abajo de las montañas, en las estribaciones de los Andes, en el regazo de los pequeños valles, cerca a las cumbres venerables, cabe a los ríos, a la orilla de los lagos, sobre el césped siempre verde, debajo de los kiswares vernáculos, en las quiebras de las peñas, oteando el paisaje, allí están los ayllus.
Los ayllus respiran alegría. Los ayllus alientan belleza pura. Son trozos de naturaleza viva. La aldehuela india se forma espontáneamente, crece y se desarrolla como los árboles del campo, sin sujeción a plan; las casitas se agrupan como ovejas del rebaño; las callejas zigzaguean, no son tiradas a cordel, tan pronto trepan hacia el altozano como descienden al riacho. El humillo de los hogares, al amanecer, eleva sus columnitas al cielo; y en la noché brillan los carbones como ojos de jawar en el bosque.
Después del Intiwata, cuando el Padre Sol ha surgido detrás del Apu Ausankati, los trabajadores yogan con la tierra. Perfumes de fecundación impregnan la brisa matinal.
Sale de los apriscos el ganado y el olor a boñiga fresca agrega un matiz al paisaje campero. Silva el pastorcillo; ladra el perro custodio. En marcha. Por el desfiladero, la theoria mugiente y balante rumbo a los verdes ichales de la altura.
Abajo, la oscilación de las chakitajllas viriles, des florando la virginidad cada año recuperada de los maizales.
Hilitos de agua como cintajos metálicos que se tejen y se destejen en la pampa grávida. Es el riego.
Lejanos se escuchan los cantos hombrunos, el estribillo es la nota aguda. Júúúúúúúúú. Jaichaaaaaaaa.
Las mujeres hacen cola al pasar el portillo que conduce a los sembrados. Portan las comidas calentitas.
Vedlas de uno en fondo por la senda que divide los maizales.
Ellas tambien cantan con voz cristalina, y contestan el estribillo de los maridos. Guaaaaaa. jaaaaaa.
Jaaaaaa.
El agudo es ya un silbido, y después la cascada de las risas. ju. Kju. Kju. Kju.
Avanza la columna de tirapiés.
En este wayllar se han detenido las mujeres y hacen rueda; desatan los líos portadores de las ollas del almuerzo. Humean apetitosamente. Olorcillo de hierbas silvestres. El paik o, la ruda, el watakay. Doradas mazorcas de chojllos tiernos. Del ventrudó raki se escancia el akja de oro que apaga la sed y conserva la alegría. Entre bocados y sorbos, corre la conversación salpimentada de chistes que provocan hilaridad de hombres, mujeres, ancianos y niños.
Los perros frente a sus amos, fija la mirada de sus ojos lacayos en las bocas que se hartan. Termina el banquete. Otra vez el canto, otra vez el rompe. las mujeres a los hogares; el sol en el zenit. En la lejanía los Apus solemnes, los Aukis menores, imperturbables kamachikuj, presidiendo la tarea de todos los días paternalmente. luego las fiestas. La alegría del kalcheo, cuan: do todo el ayllu, desde el machu centenario hasta el warmacha apenas en pie, deshojan las rubias, las blancas, las rojas mazorcas, cuando la Marka el Tak e están henchidos de comestibles para todo el año, cuando los ventrudos rakis, los urpus mayores, están ahitos de dulce akja.
Oh! felicidad. Kénas y pinkuillus, antharas, armonizan sus sones orquestales, y todo el ayllu entra en la darza en la Kashwa magnifica, y de todos los pechos rebosa el júbilo hecho canto, y hasta la viejísima Mama Simona taktea con LA MUJER QUE TRABAJA Es poco probable que haya otra mujer sobre la tierra que posea las virtudes hogareñas y sociales de la mujer andina.
El símbolo de la actividad femenina: la hilandera ambulante. Hace su jornada cinco y seis leguas por los caminos y las sendas, por los villorios y el despoblado, con el huso en movimiento. Porta a las espaldas, junto con el crìo, los productos que va a vender en la ciudad, o los menesteres con que retorna a su choza. Prepara los alimentos, cuida de sus hijos, de sus animalitos domésticos, el cuy solo a ratos visible, la gallina, el chancho, el perro. Teje la tela para el vestido de todos los suyos. Recorre el campo en pos de las yerbas aromáticas, de los yuyus comestibles, de las ramas secas para mantener el fuego. Escoge el estiércol de los corrales, la chala. la chamarasca. En el kalcheo, deshoja el maíz.
Auxilia al marido en las rudas faenas agrícolas.
En la noche, mientras duermen los niños y conversa desde su cama el esposo, élla no deja en inercia sus manos laboriosas: el maiz tierno, la kinua, el trigo, salen de sus dedos, grano a grano, libres de cutícula, listos sara preparar el potaje cotidiano.
Cuando el varón es perseguido, élla lo reemplaza en todas las tareas. No teme al trabajo; apenas se fatiga.
Siempre dispuesta al esfuerzo, con la sonrisa en los labios, toda la bondad del alma se le asoma a los ojos tranquilos.
Solícita, cuidadosa, tierna, jamás pronuncia una pa labra de disgusto. Resignase a su suerte; y cuando el marido ebrio la golpea, comprende que pronto cambiará golpes por caricias. Animosa, valiente, nada le intimida; trás de sus llamas cargadas de la leña que élla ha recogido del monte o de papas que ha escarbado con sus manos, llega a la ciudad, realiza su negocio y vuelve a su ayllu, a cualquier hora del día o de la noche. La india que se urbaniza no pierde sus cualidades económicas. Eļla, en el mercado, en la tienda, en el empleo, trabajará incansable, y pondrá todo el dinero a disposición de su amancio. algun mestizo vago y vicioso.
UN MUNDO Veinte días de la orilla del mar, en el último repliegue de los Andes, en la invisible hondonada que protegen como infranqueables muros las montañas; allí, donde casi es imposible llegar, vive Un Mundo.
Las aguas de la Historia no bañaron sus riberas.
Desde los Inkas magníficos del Cuzco, desde la época de oro del Imperio del Sol, los habitantes de Un Mundo, no saben más que la leyenda un poco fantástica, un mucho confusa de los Hombres Blancos.
Les consta que los viejos emperadores se marcharon para no caer en manos de la invasión extranjera. Por el camino alto dicen huyeron los Inkas a refugiarse en el Antisuyu. Llevaban un kokawi de piedras.
Visten los unkus negros y adornánse la cabeza con vistosos pillkus. Trabajan la tierra con la chakitajlla y apa