14 AMAUTA CARTA LOS MAESTROS DEL PERU POR GUILLERMO MERCADO Maestro de escuela, que estás al pié de tu deber en la aldea olvidada, o vives confundido en el fárrago de la capital. Maestro que aun tengas una inquietud fulgurante, o sientas ya el cansancio definitivo de tu misión.
Maestro que padeces el olvido de los que no te comprenden y el cscarnecimiento de quienes no te conocen. Maestro, joven o viejo, seas como fueres, antes de que el sol de tu vida se hunda para siempre y sea tu último instante un ocaso infecundo, has alto en tu camino y extiende la mirada por el mundo y verás que en el estremecimiento universal de la hora que vives, todos los ojos implorantes están puestos sobre tí, y que todos los infortunados, los que hoy tienen sed de compensación sobre la tierra, ponen un grito impositivo en tu conciencia y una esperanza en tu misión. Saben que al minuto presente eres un legítimo portador de justicia y de verdad.
No esperes que te lo repitan. Vuelve tu atención a ti mismo. Ahuyenta las sombras que espesas se cargan sobre tu conciencia, y has que entre a ella, a soplo incontenible, el viento venturoso de tu renovación. Agitate, arranca con prontitud y con osadía el árbol de tus antepasados cuyas raices hondas succionan todavía la tierrra promisora de tu espíritu y cuya ramazón cierra el paso a tu mirada en su vuelo anhelante al ideal. Eres único y tén el valor de serlo noble y generosamente.
Tu hora ha llegado.
En ningún tiempo, como el de hoy, has sido mas vehementemente llamado por la humanidad. Nadie hasta hoy, ni los grandes ni los pequeños, comprendieron que fueras tú el constructor legítimo de tus indiosincracias y el modelador único de sus hijos. Jamás se creyó en el santo destino de tu vida porque no tuviste la locura de un afán ni el valor de una resolución. Has vivido en una noche cerrada de desconocimiento propio. El concepto de tu misión tuvo su límite en el perímetro de tu escuela y dentro del elástico convencionalismo de los presupuestos de Estado.
La sociedad ni siquiera te miró. un peón de albañilería le espera siempre la alegría de su obra terminada; tu miraste en el porvenir la lobreguez escalofriante en donde la miseria y la vejez te esperaban a un tiempo. Si los pueblos en donde dejaste tú simiente te miraron con implacable menosprecio, tuya fué una parte de la gran culpa; debiste encender la linterna en la inisma tiniebla y predicar tu apostolado en el mas duro granito. Tu obra, el espíritu de sacrificio de tu obra, ha exigido de tus labios el grito a la obligación; pero tu voz ahogada en la sombra apenas dió ruegos a la misericordia. Nada de lo hecho atrás puede enorgullecerte. La actitud generosa de tu siembra cuotidiana no alcanzó a peremnizarse por falta de virtud generadora en la tierra que la echabas. Debiste antes darte con todo el encendimiento que pone una convicción y con el esfuerzo heroico de quien construye; pero te faltó la fé y enmudeciste, no tuviste el valor de los actos nobles, la rebeldía de la verdad, la dulcedumbre del bién.
Olvidaste que no era solo el pupitre, hermético desde donde debiste descubrir hombres y que la tribuna del pensamiento libre, el taller del trabajador o la amistad calurosa de un amigo te abrían oportunidad para que los despertaras, los volvieras a la luz y los redimieras. Creiste con sencillez ingénua que allí donde puntualizabas final al programa de tus lecciones de año llenabas también el ideal de tu misión; y no supiste. sea por falta de valentía para saberlo o negligencia por los problemas humanos que desde el momento en que te ponías al frente de un centenar de niños, tu conciencia profesional tomaba a suya la responsabilidad del pueblo en que te radicabas para conducirle. Jamás concebiste que un maestro, para la mejor y mas honda eficacia en la educación de sus años, pudiera con incumbencia santa, contener las sórdidas y malsanas influencias de la sociedad a la que pertenecía. Te dejaste ganar por los prejuicios o te amilanó la obscuridad de tu sitio social. Pero así, ya esta hora, te llegan los clamores de los que en tí esperan la obra inicial para el advenimiento de un mundo mas justo.
Empieza por convencerte que tu obra es obra de revolución. No es concebible un maestro de escuela que no sea revolucionario, Cuando enseñes al ignorante, cuando a tu lado y muy junto y lleno de fé tienes a un niño sumiso, llano a seguir la senda que le señales y blando como la arcilla para las formas de tu educación, es igual que si estuvieras próximo a descubrir un nuevo mundo. El mundo rico y portentoso de una nueva vida. cuando triunfal has puesto ya dominio en tierras del alma, mudas su geología brusca, arrancas el boscaje añoso que fatidizan cuervos seniles, abres sendas promisoras y cuando derramas tu corazón como un cántaro de purtficaciones, señalas un sol que alumbra y un horizonte que embriaga. No olvides que al remozar este mundo que se propició a tus manos legítimamente, realizaste obra hermosa de revolución.
La única educación recibe al ignorante para devolverlo hecho factor positivo, complementario de una sociedad.
No se vale de él para llenar un cometido ficticio; su acción es profundamente descubridora. Destruye peñascos para encontrar la mina, atropella sombras para hallar la piedrezuela maravillosa que a su toque genial ha de encender la llamarada de una nueva vida. No se vale del prejuicio enraizado en la conciencia hereditaria, lo arranca sin vacilaciones, hace la tierra pura y siembra su semilla; para que fructifique cuida de que pueda tocar las corrientes sulfurosas o aguas corrompidas. Dá para su riego el agua mas limpia del universo del espíritu el amor. La única educación trae consigo al hombre único.
Ya la humanidad enseña su mueca de fatiga contra sus falsos hombres; casos evidentes de errores profundos abortos fatales en el proceso evolutivo de los pueblos.
Lograron la encarnacion viva de raros y peligrosos tipos zoològicos en los múltiples momentos de los siglos. Una verdadera prehistoria de inexplicable armonía de hombres. zánganos hombres fieras y hombres cerdos ha tenido lugar. La historia destila sangre de las hazañas de estos monstruos inteligentes. Los pueblos están hastiados de todos ellos; gritan su descontento desde todas las puertas y exigen del artífice humilde de la escuela primaria la modelación inmediata del hombre magnánimo.
Por eso, ahora que una comprensión mas amplia y mas legítima de civilización y de progieso, se arraiga ya en la conciencia de los hombres, haciendo trepidar todos los errores que como moles se alzan todavía sobre la tierra, tú maestro, has dejado de ser el último peón para ser el primero en la gran obra de la reconstrucción social. Ya no eres el paria de la sociedad, eres el conductor de ella, ya no el hombre desconocido porque sobre tí dotará toda la fé de los grupos que conduzcas. De tu obra de amor absoluto y de razón pura, depende la felicidad de los pueblos de mañana.
Eres un soldado del gran ejército de la verdad y de la luz, contra las huestes sombrías de la ignorancia, tu única enemiga. Todos los que así no te consideren son víctimas dę ella, tu obra es de amor, sálvalos.
Al enviaros esta primera carta, estoy seguro que el espíritu valiente de los maestros jóvenes devolverá en acción constructora todo el anhelo que en él despierten mis palabras de verdad y de justicia.
GUILLERMO MERCADO