AMAUTA 11 siendo la moralidad la represión de los instintos y ha exigido de todos sus miembros que realicen este ideal, sin preocuparse de lo que esta obediencia puede costar a los individuos. Pero la sociedad no es ni bastante rica ni bastante bien organizada para poderles ofrecer una compensación proporcionáda a su renuncia. El individuo se vé pues empujado a encontrar un medio de procurarse una compensación suficiente y que le permita conservar su equilibrio psíquico. Más en general se vé constreñido a vivir psicológicamente mas allá de sus medios, en tanto que sus necesidades instintivas, no satisfechas, sufren la presión constante las exigencias de la civilización. Es así como la civilización mantiene un estado de hipocresía que se acompaña forzosamente de un sentimiento de incertidumbre y de la necesidad de proteger su innegable inestabilidad con la interdicción de toda crítica y de todo debate. esto es verdadero en todos los movimientos instintivos igualmente que respectos de los instintos egoistas. En lo que concierne a saber si así sucede también y en qué medida en to das las civilizaciones posibles, y hasta en aquellas que no se han desarrollado todavía, no podemor ocuparnos aquí. En cuanto a los inpulsos sexuales propiamente dichos, en la mayor parte de los hombres son incompletamente y, psicológicamente hablando, incorrectamente reprimidos, de manera que están siempre prontos a desencadenarse los primeros.
El Psicoanalisis revela las debilidades del sistema y recomienda su abandono. Sostiene que hay que quitar su rigor a la represión del instinto y dar, para esto, mas sitio a la veracidad. Ciertos impulsos instintivos que la sociedad ha reprimido violentamente deben obtener una mas grande satisfacción; para otros, la represióu por rechazo, método azaroso, debe ser reemplazada por un procedimiento mejor y mas premioso. Por haber formulado estas criticas, el Psicoanalisis, enemigo de la civilización. ha sido proscrito como peligro público. Pero esta resistencia no puede durar; a la larga ninguna institución humana puede sustraerse a la influencia de un examen crítico justificado; pero hasta el presente la actitud de los sabios respecto del Psiconálisis está todavía dominada por un temor que desencadena las pasiones y suprime toda posibilidad de argumentación lógica.
Por su doctrina del instinto, el Psicoánalisis ha chocado al individuo como miembro de la comunidad social. Otro aspecto de esta teoría ha podido herirle. El Psicoanálisis ha enterrado la ficción de la infancia asexual. Ha probado que los móviles y las manifestaciones sexuales existen en los niños desde el comienzo de la vida; ha mostrado los cambios que experimentan, como son detenidas hacia el quinto año y cómo, a partir de la pubertad, entran al servi cio de las funciones de reproducción. Ha reconocido que el apogeo de la vida sexual infantil elemental, es lo que ha llamado el Complejo de Edipo, relación afectiva con el progenitor del sexo opuesto y rivalidad contra el otro; tendencia que, en este momento de la existencia se expresa directamente y sin trabas por un deseo sexual. Esto es tan fácil de establecer que ha habido necesidad de un gran esfuerzo para no reconocerlo. En el hecho, todo individuo ha conocido esta fase pero la ha rechazado activamente. El horror del incesto, y un sentimiento potente del pecado sobreviven en este período primario. Talvez ha sido lo mismo en el pasado de la especie humana y los comienzos de la moralidad, de la religión y del orden social están intimamente ligados a la derrota de esta fase primitiva.
No habría habido que recordar al adulto estos antecedentes que le parecen vergonzosos. Se ha puesto a patear de rabia, si puede decirlo, cuando el analisis ha querido levantar el velo de anuncio de sus años de infancia. No quedaba mas que una escapatoria: las pretensiones del Psicoanálisis debía ser injustificadas y lo que se presentaba como una ciencia nueva, un tejido de fantasmagorías y de falsas interpretaciones. Las fuertes resistencias al Psicoanálisis no eran pues de naturaleza intelectual sino de origen afectivo.
Esto explica su carácter apasionado y la insuficiencia de su lógica. El caso se presenta así: en colectividad, el hombre se comporta, respecto del Psicoanálisis, exactamente como el neurótico en tratamiento, al cual, en virtud de un trabajo paciente, se ha podido demostrar que todo ha pasado como se preveía. Pero esta precisión es el resultado de investigaciones emprendidas en otros neuróticos en el curso de algunas décadas de labor. Este estado de cosas, a la vez asusta y conforta. Es una pesada tarea tener por paciente al género humano entero. Pero en fin de cuentas, todo se ha desenvuelto según las previsiones del Psicoanálisis.
Recapitulando nuestra lista de resistencias al Psicoanálisis, se debe confesar que son bien pocas las que corresponden a las que encuentran de ordinario la mayor parte de las innovaciones científicas de alguna importancia; dependen en la mayor parte, del contenido de la doctrina, que choca sentimientos humanos potentes. Lo mismo sucedió a la teoría darwiniana de la descendencia que abatió el muro de orgullo que separa al hombre del animal. Yo he esbozado ya esta analogía en un breve estudio intitulado: Una dificultad del Psicoanálisis. En él indicaba que la interpretacion psicoanalítica de las relaciones del yo consciente con el inconsciente todo poderoso, constituían para el amor propio hu mano una seria humillacion. Esta hu nillación que yo calificaba de psicológica viene a agregarse a la humillación biológica, si así me atrevo a llamarla, infligida por la teoría de la descendencia, y a la humillación cosmológica debida al descubrimiento de Copérnico.
Dificultades puramente exteriores han contribuido igualmente a reforzar la resistencia al. Psicoanálisis. No es fácil hacerse una opinión independiente en materia de análisis, cuando no se ha hecho la prueba en sí mismo y en otros.
Esto exige una técnica especial y muy sutil que no se estaba en grado de adquirir prácticamente hasta hoy. La fundación del Instituto Policlínico de Ciencias Psicoanalíticas de Berlín ha venido a mejorar estas condiciones.
Para terminar puedo, con todas las reservas, plantear la cuestión de saber si mi calidad de judío, que yo no he pensado nunca en esconder, no ha tenido una parte en la antipatía general contra el Psicoanálisis. Semejante argumento no ha sido formulado sino rara vez de un modo expreso.
Desgraciadamente nos hemos vuelto tan sospechosos que no podemos dejar de dudar que este hecho no haya tenido influencia alguna. No es talvez por un simple azar que el promotor del Psicoanálisis es un judío. Para sustentar el Psicoanálisis, era necesario estar ampliamente preparado a aceptar el aislamiento al cual condena la oposición, destino que, más que a ningún otro, es familiar al judío.
SIGMUND FREUD. Traducido especialmente para AMAUTA)