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AMAUTA LA CULTURA FRENTE LA UNIVERSIDAD POR CARLOS SANCHEZ VIAMONTE Es indispensable que comencemos a trabajar positivamente en realización de una obra común, reclamada ya, de un modo concreto por el espíritu del siglo y conviene que vayamos abandonando las posturas románticas, persuadidos de que el idealismo no reside en la gallardía de los gestos, en la sonoridad de las palabras, ni en la elegancia refinada de las doctrinas estéticas, sino en la labor abnegada y paciente de todos los días.
Recordando que el primer estallido se produjo en los claustros universitarios, correspondería en primer término, y como primera etapa, dirigir nuestra acción conjunta y coordinada hacia la orientación de la cultura, que indebidamente detenta la Universidad oficial.
Fruto genuino del Estado individualista y de la intriga politiquera, la Universidad latino americana sigue siendo, a pesar de la Reforma triunfante en apariencia, nada más que una venerable y vetusta mistificación, especialmente en aquellas disciplinas que trascienden a la vida social y que pretenden regir sus aspectos políticos, jurídicos y económicos.
Si no vacilamos en hablar con absoluta franqueza, forzoso nos será reconocer que casi todo el problema cultural planteado por la reforma universitaria finca en la orientación y en el carácter de la enseñanza de las ciencias jurídicas, sociales y económicas, de las cuales se irradia todo el dinamismo de la renovación.
Hasta ahora hemos luchado con resultados precarios debemos reconocerlo sin embajes por reformar las universidades oficiales, y es cosa de pensar si vale la pena esforzarnos en renovar estas instituciones caducas, sin espíritu ya, y sin otro porvenir, probablemente, que el de fabricar profesionales, urgidos por el afán de lucro, con exclu sión total del afán de cultura.
Hace ya algunos años que los hombres nuevos de América, comenzaron a ponerse en contacto, a estrechar vínculos de comprensión intelectual y sentimental y a concertar programas de acción, que la perplejidad de la hora relegaba a un futuro impreciso y lejano.
En el trascurso de estos años se ha realizado es cierto la única obra seria de aproximación entre los pueblos de América Latina, hasta hace muy poco aislados y recelosos, cuando no recíprocamente hostiles; pero los adolescentes de ayer son hombres hoy y sin embargo, los programas de entonces siguen siendo, todavía, vagas perspectivas filosóficas, políticas, sociales o literarias, sin que la urgencia de la realización perturbe la placidez de los ensueños largamente planeados, pródigamente explicados y armoniosamente proclamados a todos los vientos.
Cuando en el año 18 de este siglo se produjo la irrupción juvenil, teníamos el derecho de rechazar, por maligna, toda interrogación acerca de los propósitos o de las tendencias que orientaban el impulso y precisaban su finalidad.
Evidentemente, hubiera sido prematura la respuesta que no intentó siquiera el balbuceo de la intuición, apagado mil veces por el grito apremiante y heroico de la lucha, pero nos vamos acercando a la terminación del segundo lustro y se aproxima la hora de responder.
Bien está la progresiva consolidación de los vínculos fraternales que nos unen a todos los hombres de la América nueva. Bien está la protesta calurosa y arrogante pero lírica al fin contra la torpe concupiscencia de los tiranos, y bien está, por último, la resistencia perseverante y enérgica que oponemos a la glotonería imperialista de Yanquilandia; pero todo eso no basta. Es necesario que orientemos positivamente nuestro esfuerzo hacia algo, en favor de algo.
Ir contra la dictadura y el imperialismo no constituye un verdadero programa de acción. Es preciso no confundamos. Ambas actitudes son únicamente, reacción, contra la acción regresiva que otros intentan; breves desvíos laterales de significación secundaria.
Hay quien opina que, en el combate, la mejor táctica para la defensa es la ofensiva, y se podría glosar la afirmación; diciendo que, en la lucha perenne de lo nuevo contra lo viejo, la mejor manera de destruir consiste en crear.
Por otra parte, no en todos los pueblos de América asumen formas ostensibles los peligros del imperialismo y de la dictadura, de suerte que ambos serían, por mucho tiempo, un estímulo débil y escaso, incapaz de congregar a la nueva generación y de concitar su actividad.
La lucha contra la dictadura y el imperialismo son, por el momento, el reverso inevitable e ineludible de la medalla; pero solo el reverso, mas fácil que el anverso, porque no es iniciativa nuestra, porque no nace de nosotros mismos, porque no lo proyecta nuestro propio espíritu, porque no lo modela la inspiración creadora de nuestras propias manos. Conviene que vayamos advirtiendo que corremos el riesgo de adquirir el hábito estéril de la actitud defensiva y protestante y, como consecuencia, de caer en el vicio hereditario de la declamación.
Profundizando el análisis, llegaríamos, tal vez, a la convicción de que el peligro de la dictadura proviene de la naturaleza individualista del Estado y de su defectuosa organización democrática, que hace del número el árbitro de todo, y que el peligro del imperialismo proviene del régimen económico liberal capitalista, que hace posible y hasta lícito el abuso de los fuertes, que utilizan en su particular provecho la riqueza social. esta convicción nos llevaría a procurar la solución de ambos problemas fundamentales; los otros serían resueltos por añadidura, como dice la Biblia, DEBEMOS CREAR LA UNIVERSIDAD LIBRE Sin renunciar del todo a la reforma de las universidades oficiales, inyectándoles siempre que podamos la savia efervescente de la vida nueva, deberíamos crear la nueva universidad o, mejor dicho, restaurar la más antigua universidad conocida, la universidad libre, orientada y dirigida por verdaderos maestros, en las que vuelva a haber maestros no profesores rentados y en las que vuelva a haber discípulos no alumnos ansiosos de obtener un título profesional Alguna vez he pensado que si reapareciese en este siglo y entre nosotros un discípulo de Pitágoras o de Platón, se quedaría sin comprender este nuestro empeño de convertir las escuelas profesionales del Estado en emporios de cultura superior, y se preguntaría, estupefacto, porqué aceptamos la imposición de profesores oficiales del escalafón administrativo domesticados y trabados por el corral de la mentalidad gubernativa y de los intereses gubernativos, cuando podríamos escoger, libremente, a los maestros, a los que enseñaran desinteresada y noblemente, sin someter su verdad fecunda y alta al control presuntuoso de graves académicos conservadores, parapetados en la rígida comicidad de su solemne gesto magistral.
La desprofesionalización de la enseñanza oficial universitaria es un imposible, y quizás, un absurdo. Mi experiencia de alumno y de profesor me autoriza a declarar que el noventa por ciento de los estudiantes sólo se interesa por la obtención del título profesional, sin adquirir más que un simple barniz de cultura, indispensable para el mantenimiento del decoro universitario; como, asim mo, que el diez por ciento restante se distingue y se destaca luego por lo que ha estudiado y aprendido fuera de la universidad.