4 AMAUTA si persistes en tu conducta suicida. Arrogante colonizador europeo, tu ciclo ha concluído. La tierra se poblará de Espartacos invencibles. tù, hombre de los Andes, persiste en ti mismo, cúmplase tu sino. Obedece el mandato de la tierra, si vives con su alma; pero, no te consuma el odio. El amor es demiurgo.
Haciéndote grande y fuerte, el blanco te respetará.
Triunfarás sin ensangrentar tus manos puras de hijo del campo.
Sueñen los malvados con el Sol de sangre; en tu alma regenerada solo brillará el rayo del sol que besa la tierra en la santa copula de todos los días.
Como en la cósmica armonía, los dos mundos girarán dentro de sus órbitas, recibiendo, por igual, el hálito creador del Rey de los astros.
UN PUEBLO DE CAMPESINOS El Perú como Rusia es un pueblo de campesinos. De los cinco millones de hombres que probablemente carecemos de cifras exactas viven en el territorio nacional, no llega a un millón el número de los habitantes de las ciuda des y los villorios.
Cuatro quintas partes de la total población del Perú la constituyen los labradores indígenas.
Bolivia, el Ecuador, Colombia, una mitad de la Argentina, integran la colectividad agraria de los Andes.
Los problemas de esta gran colectividad andina son comunes a otros paises como Venezuela, como el Brasil, COmo México, como la América Central y las Antillas. Un fuerte porcentaje de pobladores de raza aborigen forma el ele mento básico de las nacionalidades americanas.
Viven estas repúblicas en el desdoblamiento insalvable de los dos mundos disimiles: la minoría europeizada, la mayoria primitiva.
Somos los pueblos felahs, los campesinos eternos, ahistóricos de Spengler. En la capital y las pequeñas ciudades perdidas en las inmensidad del país inhabitado, una simulación de cultura occidental justifica el barniz de pueblo moderno con que nos presentamos en el concierto de las naciones cultas.
Mirando las cosas del Perú desde este plano de realidad verdadera, resulta trágicamente grotesco cuanto hacemos por parecer civilizados. Ridículo nuestro republicanismo democrático, ridiculo nuestro progreso, ridiculos, ridiculos, hasta vencer todo límite, aquellos intelectuales y artistas que representan a nuestro pueblo como la simiesca agregación que Rudyard Kipling llamó el Bandar Log Es un gesto elegante, de absoluta decencia, cerrar los ojos a todo lo que desagrada. Qué puede importarle a un señoritín del Palais que haya en la sierra cuatro millones de indios piojosos. Sucios, malolientes provincianos, al diablo.
Esos cuatro millones de hombres 110 son ciudadanos, están fuera del Estado, no pertenecen a la sociedad peruana.
Viven desparramados en el campo, en sus antiquísimos ayllus. De ahí los extrae violentamente la ley para que cumplan sus preceptos severamente, en el servicio militar obligatorio, en el servicio vial obligatorio, en el servicio escolar obligatorio, en todos los servicios obligatorios fijados por la legislación y la costumbre.
Para el campesino indio toda relación con el Estado y la sociedad se resuelve en obligaciones. El campesino indio carece de derechos.
Sin embargo, ante la Constitución y los Códigos es jurídicamente igual a sus opresores. En distintas épocas se han fundado vastas asociaciones para protegerlo. Mucha filantropía se ha gastado siempre para el campesino de nuestras sierras. El campesino indio es un infeliz, un incapaz, un menor: precisa a. mpararlo, urge hacer legal la tutoria del blanco y del mestizo sobre él.
Cómo se han emocionado los filántropos con el sufrimiento del indio. Si, había que extenderles la mano protectora.
Pro indígena, Patronato, siempre el gesto del señor para el esclavo, siempre el aire protector en el semblante de quién domina cinco siglos. Nunca el gesto severo de justicia, nunca la palabra viril del hombre honrado, no vibraron jamás los truenos de biblica indignación. Ni los pocos apóstoles que en tierras del Perú nacieron pronunciaron jamás la santa palabra regeneradora. En femeniles espasmos de compasión y piedad para el pobrecito indio oprimido trascurre la vida, y pasan las generaciones. No haya un alma viril que grite al indio ásperamente el sésamo salvador!
Concluya una vez por todas la literatura lacrimosa de los indigenistas.
El campesino de los Andes desprecia las dulces palabras de consuelo.
LA PALABRA HA SIDO PRONUNCIADA El murmullo del viento percibido en la alta noche, en la medrosa soledad de la puna, acongojaba su alma: eran los malos espíritus trashumantes que dominaban en las tinieblas y asían, con sus garras invisibles, al más osado. Pasad, pasad, malos espíritus de la noche.
Bien cerradas las puertas de la casa del pastor, mugía el viento como una bestia libre, en la planicie ilímite y oscura. Mugía el viento, silbaba a ratos y su silbido agudo punzaba el corazón.
Solo consejos cobardes dábale el viento nocturno.
Pero, llegaba el día y disipábanse los temores como las sombras al brillar el sol. En las faenas rurales, en la caminata por lomas y hoyadas, en el pastoreo, sentíase fuerte, valeroso, agresivo. Quién osaría contra él. Arrogante, trepaba las montañas, y desde las cúspides medía la tierrra como un cóndor.
Tornaba la noche. otra vez el pavor, la cobardía.
Su alma infantil, de primate anacrónico, no se emancipaba del miedo ancestral. Poblada estaba para él la noche de poderosos enemigos.
El murmullo del viento era la inintetigible voz del monstruo nocturnc.
Una vez, sintiòse con valor sereno y se puso a escuchar el murmullo del viento. Estaba solo, completamente solo, en plenas tinieblas, se podia imaginar aun no llegado mundo, en el materno claustro, así debía ser de oscuro.
Articulábanse las voces dispersas del viento de la medianoche. Escuchando, en silencio, concentrada toda el alma en percibir distintamente el mensaje misterioso, intuyó el desconocido lenguaje. Si, era la invitación a la libertad en las sombras. Podía salir, saldría a la llanura inmensa en la noche. Ya no temía a nadie. salió, y se zambu11ó en las calofriantes tinieblas, y gritó y silbó como el viento, y corrió con él, raudo, por encima de la tierra, por sobre las más altas montañas, por las quiebras y las encrucijadas aras del suelo, vertiginoso como el huracán, acariciante como el céfiro.
La palabra había sido pronunciada, y nunca más sintióse medroso ante poderes invisibles.
Osado, mataría ahora el monstruo interior.
Disiparíanse entonces las sombras que envolvian su conciencia; haríase definitivamente fuerte, fuerte y valeroso en todas las horas. Quién podría entonces explotar su ignorancia. Quién abusaria más de su debilidad momentánea?
Murmullos del viento percibido en la alta noche, en la soledad de la puna, habíanle revelado la verdad redentora, eran el sésamo salvador. Se hombre, y no temas!
La Palabra ha sido pronunciada,