AMAUTA RESISTENCIAS AL PSICOANALISIS POR SIGMUND FREUD contenta de condenar aún sin exámen previo. Es entonces que se presenta como una simple prolongación de esta reacción primitiva contra la novedad, como una concha de protección. La historia de las ciencias nos muestra bastantes innovaciones de gran valor que provocaron una resistencia intensa y obstinad cuya absurdidad han demostrado luego los acontecimientos. De una manera general esta resistencia ha mirado a ciertos aspectos concretos de la innovación en causa; y de otra parte es el efecto total de estos aspectos que ha conseguido reducir la reacción primitiva.
El Psicoanálisis, yo comencé a desarrollar hace cerca de treinta años, partiendo de los descubrimientos de José Breuer sobre el origen de los síntomas nerviosos, ha sido singularmente mal acogido. Su novedad es incontestable, aunque haya elaborado una cantidad de materiales conocidos, resultados de la enseñanza del gran alienista Charcot y de los trabajos relativos a los fenómenos hipnóticos. En su origen, su alcance era meramente terapéutico; el Psicoanálisis pretendía crear un tratamiento nuevo y eficaz de las enfermedades nerviosas. Pero relaciones que no habían sido percibidas al principio le permitieron traspasar en mucho su objeto inicial. Pudo en fin pretender dar bases nuevas a nuestra concepción de la vida mental y, en consecuencia, ser de una aplicación legítima en todo el dominio de la ciencia psicológica.
Después de diez años de silencio, adquirió de golpe un interés general y desencadenó una tempestad de refutaciones indignadas.
Preferimos no decir aquí nada de las formas que ha tomado esta resistencia al Psicoanálisis. Que baste el observar cómo, aunque la lucha contra esta novedad esté lejos de haber terminado, se puede ya prever su éxito. Los adversarios del Psicoanálisis no han logrado asfixiarlo. El Psicoanálisis, del cual yo era hace veinte años el único practicante, ha encontrado desde entonces numerosos partidarios, importantes, celosos y activos, médicos y no médicos que lo aplican en la terapéutica de las enfermedades nerviosas, lo cultivan como método de investigación psicológica y lo utilizan, como auxiliar, para sus trabajos científicos en los dominios más diversos de la vida espiritual.
No consideraremos aquí sino los motivos de resistencia al Psicoanálisis, sus relaciones internas, los diferentes elementos de que se compone y su valor respectivo.
La observación clínica debe aproximar las neurosis de las intoxicaciones y las de afecciones tales como la enfermedad de Basedow. Son estos estados que dependen del exceso o del defecto de ciertas sustancias muy activas, se.
gregadas por el cuerpo mismo o tomadas del exterior, vale decir en definitiva, de trastornos químicos, de tóxicos.
Aislar y poner en evidencia la o las sustancias hipotéticas, características de las neurosis, sería un descubrimiento que no correría el riesgo de suscitar la oposición de los médiCOS. Pero nada indica que estemos en camino. Por el momento, no tenemos más dato que la forma sistemática de la neurosis que, en el caso de la histeria, por ejemplo, está constituída por trastornos fisiológicos y psíquicos.
Las experiencias de Charcot, como las observaciones clínicas de Breuer, muestran que aún los síntomas fisiológicos de la histeria son psicógenos. esto es que son los precipitados de procesos psíquicos cumplidos. Nos encontraríamos, pues, gracias a la hipnosis, en grado de reproducir artificialmente, y hasta cierto punto arbitrariamente, los síntomas somáticos de la histeria.
El Psicoanálisis se apoderó de este nuevo dato y se dedicó a descubrir la naturaleza de estos procesos psíqui cos de consecuencias tan sorprendentes. Pero el sentido de estas búsquedas no era del gusto de los médicos de esta generación, habituados a no atribuir importancia sino al orAVAA El profesor Freud, por Raygada El niño, en los brazos de su niñera, que se vuelve gritando a la vista de una cara desconocida; el creyente que inaugura con una plegaria cada jornada nueva y saluda con una bendición las primicias del año; el campesino que rehusa comprar una cosa que no usaban sus padres; son otras tantas situaciones cuya variedad salta a los ojos y a las cuales parece legítimo asociar móviles diferentes.
Sería sin embargo injusto desconocer su carácter común, En estos tres casos, se trata del mismo malestar: el niño lo expresa de una manera elemental, el creyente lo apacigua ingeniosamente, el campesino lo convierte en el motivo de su decisión. Pero el origen de este malestar, es el esfuerzo psíquico que lo nuevo exige siempre de la vida mental y la incertidumbre, extremada hasta la espera ansiosa, que lo acompaña. Se podría hacer un hermoso estudio sobre la reacción del alma ante la novedad en sí, pues, en ciertas condiciones que no son ya elementales, se constata la reacción inversa y una sed de lo nuevo por el amor de lo nuevo.
En el dominio de las ciencias, no debería haber lugar para el temor a lo nuevo. Eternamente incompleta e insuficiente, la ciencia está destinada a buscar su salud en descubrimientos e interpretaciones nuevas. Hace bien al evitar el error grosero, al armarse de duda, al no admitir lo nuevo sino después de un exámen serio. Pero en ocasiones este escepticismo manifiesta dos tendencias inesperadas.
Se alza ásperamente contra las innovaciones considerando con respeto lo que está ya reconocido y aprobado y se