BourgeoisieCommunismDemocracyJosé Carlos MariáteguiLeninMarxismSocialismTrotsky

timentales, sino tam 10. sólo a sus seguidores senTribuna Marxista CLAVE cido el primero y el último de los jefes comunistas criollos, capaces de imponer sus adversarios ideológicos.
Pensando tal vez en éstos y aquéllos, el autor de la Defensa del Marxismo nos confiaba en otra carta su esperanza de que dicho libro contribuyera a darlo a conocer ampliamente en Buenos Aires, pues lo estimaba, y con razón, exento de todo pedantismo doctrinal y de toda preocupación de.
ortodoxia. Ya en uno de los primeros números de Amauta. había dado buena prueba de su extraordinaria libertad de espíritu, traduciendo íntegramente un artículo polémico de León Trotsky sobre el compasivo Lenin de Máximo Gorki, artículo que no figura en la recopilación española de Trotsky acerca del gran caudillo muerto.
Con tales antecedentes, es más que dudoso, pues, que Mariátegui aceptara el gran viraje de 1935, la táctica del caballo de Troya, las repetidas ejecuciones de Moscú y ese hipócrita lenguaje patriotero del que la misma burguesía argentina se viene riendo desde hace muchos años. Patriotismo y caldo gordo.
Lo más probable es que Mariátegui no cayera en ninguna comparsa populista de este carnaval sangriento a que hemos asistido, horrorizados, en el último lustro de la política murdial: El autor de la Defensa del Marxismo era, como su maestro, un hombre íntegro, con una visión totalizadora de la vida social e individual, que no admitía la dualidad corriente entre cuerpo y espíritu, teoría y práctica, democracia y socialismo, guerra y revolución.
Por tanto, es difícil imaginarlo en el triste papel de idealizar, no importa bajo qué pretexto, la estéril Liga de las Naciones. entregado, hasta nueva orden, a la exaltación de Roosevelt, el bueno. haciendo migas con la democracia farisea de Mr. Chamberlain, el reformismo mediocre de Daladier y el socialismo domesticado de Blum.
Mariátegui conocía demasiado bien la mentalidad profesoral de Blum y la absoluta falta de escrúpulos de Daladier.
No hay, pues, por qué suponer que se habría engañado con. 254