VIDA FERDID.
143 huta ana compra para ornar el pecho de los hombres eminentes.
Al ver el médico la tlaga, sintió tojos los bríos de sli ancr la ciencia y de su entusiasmo por el bien; se acer.
có, metió en ella sus dedos y después de examinarla on rato, prometió al mendigo curarlo e breve plazo; si cual 40 sería su gorpresa al notar que Marcelo en vez de alegrarse se tornaba sombrio, como asustado, como si acabara de oír una revelación dolorosisima. Luego reponiéndose un tanto, logró exclamar: jsi no tengo dinero! como el médico prometiera curarle gratuitamente, Marcelo se irguió lleno de ira, como si acabara de sentir sobre el rostro ei latigazo de una injuria, y encarándose al sabio lo miro ferozmente y, como una saliya, le ladzó esta confesión brutalmente amarga, hiriente como un dardo:ży si me cura, con que quiere que me mantenga?
Dijo, y se alejó apresuradamente mascullando palabras ịnjateligibles, como de oración de blasfemia.
Marcelo, iph Marcelo! Te siento pasar a mi lado cou la bondadosa faz encantadore, lívida por la indignación más tremenda cada vez que la crítica honrada valiente pone el dedo en tu llaga nauseabuada; te digo adiós con lástima desde la risueña colizia de. mi juventud y te sigo cou la mirada al través de esa flaBura cuyo término está el negro abisino de la Tuina, que cruzas mumgrando las últimas imprecaciones contra la villania de los audaces. Luego que has desaparecido, fuelro mi cara al sol y tono un baño de luz y de ale.
gría.
RUTENIO.
SES