118 YIDA VERDAD Uri poco de viento. ennegrccido con 3l perro el alma de la noche penetraba en encadenado aquel corredor oscuro y parecía exa. cerbar la ferocidad del perro eocaderiado. Tensos tenía sug músculos y presto estaba sal.
tar; grunía salvajemente; veces ladraba y sus ladridos: se ocultaban en los rincones de toda la casa. La señora y yo conversábamos, pero a ratos no era posible escuchar nuestras propias palabras; aquclla cólera encadenada nos aturdía con sus furores de fiera. Qué tiene ese pobre perro. pregunté la señora. Está furioso de verse prisionero. Desde pequeño lo, crié encadenado y era feliz; pero hace unos cuatro dias lo solté: ha recorrido el inundo y, lo que es peor, ha entrado en relaciones con una perrita de la vecindad y eso creo 30 le ha becho un daio terrible. Será preciso soltarlo le repliqué. No me conviene, yo no puedo pagar la matrícula: ahora ladra, pero ya se acostumbrari la esclavitud. Vamos verlo, señora; kerá preciso soltarlo.
Con las orejas echadas atrás, con el pelo erizado, aquel prisionero grañía escarbaba con verdadero frenes sí, El cuello se hallaba gravemente herido, y condolida la señora, resolvió desabrocharle el collar, Saltando, removiendo la cola, ebrio, ebrio de dicha, buyó de aquel sitio el perro desencadenado. Esa bestia había conocido el amor y amaba, babía conocido la indepeadencia de todas las cadenas y batallaba por la libertad.
Los que no conocéis el amor para los hombres, los que no amais la independencia y la libertad, no conoce séis esta suprema dicha de ser libres de corazón y libres de pensamiento.