GERMINAL chiquitina; cuerpo delgado, flexible, andar pausado, rítmico: tic tac tic, canran sus botitas en la acera. Ya se aleja. Ya da vuelta la esquina. ya no la veo. entonces pienso en ese su rostro antes risueño y que ahora la meditación, el rudo barallar, y los azares diarios, han tornado hondamente triste y melancólico.
Sí, aunque ella lo niegue, y finja estar alegre y esboce una sonrisa, un rayo de sol en una mañana gris de invierno, está triste, muy triste, muy rara.
Amorp preguntará aquel vejele que hace una mueca de satisfacción cuando la ve pasar. No digo lo contrario. Cupido es un chacalin entrometido, saltarin y curioso como pocos.
El estado de alma de Pepilla me hace pensar en muchas cosas: qué de tortura íntimas, qué de desolaciones, cuántos desencantos presiento ya en esa almita que apenas empieza Rorecer.
Recuerdo su vida, monótona, triste: en la Escuela: una bandada de chiquillas, un jardin parlante; aquí un tronquito que es preciso enderezar, un tallo que está débil y enfermizo, una hoja que se ha puesto anémica, porque no la besa el sol; todas aquellas incorrecciones infantiles, sinnúmero de nimiedades, que tanto hacen sufrir las almas sensibles, y, presidiendo aquel aquelarre, allá en lontananza, la Ingratitud, tortura como fantasma dantesco el alma delicada de Pepilia. La Ingratitud, qué palabra más ingrata! Pueden los niños ser ingratos?
En el Hogar, la madre, viejecita octogenaria que tiene más achaques que días de existencia, la he visto con los ojos entornados dando vuelta al buso con sus manos largas como aspas de molino y lose que tose. Mudo contraste: la primavera y el invierno, la aurora y el crepúsculo; lo que nace y lo que ya va morir.
Por eso, al verla pasar, desde mi ventana la sigo con mis ojos; va hacia ella mi admiración y siento al evocar su vida, roda renunciaciones y heroismos, que una ráfaga de bondad y de amor puro, invaden mi alma seca y estéril, y me siento bueno como cuando era niño. Tini rinktin dijo el reloj mural de la Escuela; callaron las alegres voces infantiles; volvió reinar el silencio en los vetustos claustros. Los niños enfilados de dos en dos se dirigen sus clases hoy, como lo hicieron ayer, como lo harán mañana.
Oh monotonía de la vida. MARIO CRUZ SANTOS.