GERMINAL Lo que dice el café.
Una noche, en la quietud propicia que me formaba un biombo chinesco cerca del cual había dos jarrones de helio.
tropos floridos, valiéndome de un conjuro especial que me enseñó un mago de la Arabia Felice, consegui que el Café me hablara, y dijo así. Después de haber sido pieve y un coral vivido sobre el verde oscuro de mis hojas, bajo las ceibas hospedadoras del amor de los pájaros cantores, no quisiera desaparecer definitlvamente aquí: deseo atravesar el océano irme lejos, bogar hacia un país apto para asimilarsë mi alma de ductilidad y complicaciones, bogar, pero no hacia el Norte duro la Albión debulosa: la tierra de Calibán, los dominios de los grandes yarones blancos que van por sus avenidas, olorosas fragua, empujándose bestialmente y resollando como locomotoras; los hombres que mastican largas lonjas de carne cruda en sus edificios como una pirámide egipcíaca, me dan angustia; esos púgiles que galantean la maquinaria y que miran con ojos fijos como los de una estatua, me devorarían con labios de plata y dientes de hierro colado.
Mi alma es una alma delicada, nerviosa, ligera, sutil, delicuescente; por eso Voltaire me llanó divino. ya que mis hados me llevan ser tostado como se fostaba en otras épocas las virgenes devotas del Cristo, que me ruesten, pero no en las parrillas de Berlin, que esto suceda en algún país de sol donde se sientan los aletazos sonoros que dan las águilas latinas, donde una mujer parienta de las Veous antiguas conozca: todo el refinamiento que pueden alcanzar las llemas de los dedos y todos los matices de dulzura que hay en el beso de los labios. Para mí, Roma, Venecia, Sevilla, París. Este sobre rodo, esta Lutecia extraña y diabólica que formó la última ilusión irrealizada de Julián del Casal. Me someto ser her: vido con un manojo de tilo, pero que la marmita donde doy mi esencia de elección sea cogida por unas manos entusiastas de mujer bonita, como se coge una flor en un valle, y vaciada.
en tazas de un arte raro como se vacia una ánfora en un festin, Después, con mi aspecto cambiante de azabache en la blancura de la porcelana, humeando alegremente, que tenga yo el privilegio de refrescar los labios cansados de las grisetas seductoras, mientras agonizan en los ángulos de un salón áureo las últimas vibraciones de un valse de Straus.