24 REPERTORIO AMERICANO Bienvenido tu pecho de musicales ramas, tu pecho con sus pájaros de constante arrebato, el ara en que practicas tu nevada cordera, el verso en que congregas la fruta y la colina, y el bucle del trigal, y el pequeño saludo del mendigo que te ama.
el pan moreno, el cántaro con agua, y la simiente: tu voz ya desplegando territorios, tu palabra, y los odres ventrudos de la calma; tu voz, tu paz, tus altas abejas labradoras, tu paz, tu voz que ensancha y que derrama los ríos navegables, los mares interiores, el himno de las mieses eternas y de los estandartes, con torrentes de niños entreabiertos; voz de tierra y de germen que dora las espigas, tu voz de grandes ramas desgajadas en piélagos de avena, en continentes de hogaza que se huele a mansedumbre; voz que pesca entre gritos de bravos pescadores, su montaña de aceite y esturiones, su torrente de muslos gimnastas que se nutren en el panal secreto de los laboratorios.
Bienvenida tu mansa palabra capitana con que mueves y agitas los brazos del verano.
Parado al pie de tu alma, centinela de tu alma, héroe abrupto, no puedes frustrar tu propio abismo.
Hoy empiezas de nuevo sobre el céfiro, y logras capturar tus antiguas golondrinas fugaces en el aire fragante de Temuco en la noche.
En tu grito fragante de soledad, ahora se estremecen quimeras de juventud, erguido sobre los pies desnudos del agua sin memoria.
Me desplomo de dulzura al golpearte la puerta, al golpearte la espalda con mi rama silvestre, con mi verso que se abre como un yuyo del campo sobre tu regimiento de palomas; he salido a tu encuentro cubierto de hormigas inocentes, con el gabán del huerto que medita.
teniendo una ferviente mujer de agua en las rodillas.
Por eso, cuando llegas hasta América inmensa desde la breve lengua de cigarra del monte, desde mi sol de estero, de límpida costumbre, desde el limo inocente del camino, desde la alta señal de la bandera que en el álano ondea, te saludo y te pido trepar en altas rocas y gritarnos la huella de la voz necesaria.
Salgo a verte y conmigo el cóndor y su ala capitana, para hundir en tu frente oceánica un timón de laureles.
Salgo a verte, y medir la distancia asombrada, cuando escuchas tu antiguo horizonte que bala estirado en las cuerdas de guitarra de la frecuente lluvia de Temuco; cuando sale a tu encuentro el rostro y su costumbre, con el can familiar, la humareda aromática, y la lechosa lumbre de la antigua ventana; cuando como un labriego el sol se detiene a tu puerta apoyado en la casta vicuña de la tarde; cuando el sudor del caballo acreciente el amor de la casa, y te da un salto al pecho y se hunde en tu garganta.
Me desplomo de pequeña dulzura al hallarte guarneciendo la vieja pared, la ventana, el cuello de la antigua Maestra que tú engríes, donde un breve remanso de cielo se amontona.
Me desplomo en el aire sazonado del pueblo que chupa tus raíces; y voy por tus colinas y estoy junto a tu rostro tallado entre las rocas, donde un mosto azulado se deslie a lo lejos; o en el cerro Niclol, por la mano araucana, o tallado en el árbol de Buda y sus bayas doradas, que musicales, van cayendo a tu cráneo absoluto; y estoy contigo, a veces, en las praderas, o bajo el sol de Gorki, y voy con los jinetes de Kasajstán, el rostro de Tatiana Karpova, o el cuello de nardo mal herido de Sonia Kosmodemianskaia; y te hallo circuído por manos, y por torsos, por músculos desnudos y cuellos de titanes que pronuncian el prólogo del trigo y la manzana, y envían a los mares planetarios un huracán de espigas sosegadas.
Poeta sin reptiles, soterrado y sin linde, ocupado en moverle la guerra a los pantanos y ponerle sus flores de sangre, y brasas, y venablos al cieno donde habitan demonios haraganes; poeta que cruzando su lámina, su ventarrón atlántico traes un vuelo de palomas heroicas; ven, salta a las montañas permanentes, donde estamos los indios de corazón sonoro; y aquí en mi Tumipampa y Huapdondélic ábrete en tus batallas de amor y mil caminos.
Te escuchan Machu Pichu, y Aztlán, y está escuchándote el Cristo del Incario. la espalda abierta en ramosde Túpac Amaru; blande la roja jícara del corazón abundoso, de la canción en llamas, del traspasado pulmón que en ti pusieron los jinetes de la palabra cierta, resplandeciente, clara: espero verte al muro de tu voz geométrica donde un hercúleo dios se consume en dulzura.
Hay mil caminos, poeta, que van a tu alta efigie, de halcón tallado en sangre y en lucientes espadas; hay mil poetas que aman el ruido de tus botas usbekas y te llaman los muchachuelos pequeños, royendo tu substancia, tu guitarra de sal, con su delgada gota de sonido; hay mil llamas ardiendo por las verdes colinas vertiendo el oro nuevo de la canción reciente: escucha la palabra en agraz, oye la casta maniobra del mancebo vertiéndonos el canto, y vuelca las colinas, los valles, las ciudades, y cólmales la panza a los volcanes; trae el oriente y sus coolíes, sus minas y sus fábricas, y reposa del todo el monte en tu garganta y déjanos el rastro, el menester y la memoria.
Que vengan los ganados junto a los olivares y olfateen tu sombra y que tú con tus raíces des lecciones de calma al regimiento, hables al hombre, al asno y al pequeño reptil que bebe tinta en el periódico amarillo, y que digas del maíz y de su vellocino y en las brumas andinas abras tu voz a solas dialogando por todos los caminos entre un vuelo de garzas que te ciñe las sienes, entre el gato y la lumbre y las torres livianas que se alzan sobre el céfiro de Temuco en la noche.
Rostro tuyo, poeta, de manso caminante y mejillas de roble de estrías fatigadas.
Huya de las semanas confusas, huya al menos de las fotografías que engendran los disparos.
Huya de los carteles y de las fundaciones, huya de las medallas y de las estampillas; huya al cabo del rol de presidente, y busque a veces el banco de la escuela rural, el pueblo opaco, mientras muera la tarde agarrada a tus mangas, entre una tempestad de espigas y palomas, y ponga el sol su lengua de can en las montañas, y se vierta tu nombre de resinas ocultas en la pequeña brisa de Temuco en la noche.
IV.
III Te he salido al encuentro entre rocas y mapas, y con voz de laurel vengo a cerrarte el paso, este opaco perfil de labrador sonoro te entregará preguntas de amarguras espesas, de aquellas amarguras tan quietas y translúcidas que toman el lugar de los suspiros.
Te entrego aquí, poeta la cotidiana patria, la quietud inocente de los vegetales en la lluvia, te entrego el humo que se alza desde las chimeneas, la voz de la cigarra y el ruido de las fincas, el exacto hormigón y esta dura luz detenida, recíbenos la tierra, recobrándote, pero exprópianos antes el cañón y la bomba interminable, y échale al mar esta hórrida coagulación del fango. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica