Repertorio Americano CUADERNOS DE CULTURA HISPANA Tomo San José, Costa Rica 1958 Marzo NO Año 36. NO 1183 dujo al conocimiento de muchas cosas grandes en el arte y en la vida, empezando por su propia obra, que guardo en mi lejana casa, manuscrita por él con las más delicadas dedicatorias (A Berta ingrata Singerman. Berta admirable Singerman etc. según el caso. Por él conocí al gran pianista austriaco Shanbel, pues, Juan Ramón amaba el piano como detestaba el violín.
Era tal su aversión por el sonido de este instrumento que él llamaba «gato encerrado en una caja de madera. que por muchos días fue para mí también realmente insoportable su sonido, así lo pulsara Menuhim. hasta temo que, así como en mi mente estuvo por mucho tiempo grabada esta obsesión, llegue alguno de mis lectores a sentirla algún día, por simple contagio sicológico.
Berta Singerman iunto a Juan Ramón Jiménez ¡Adiós Juan Ramón. Por Berta SINGERMAN (De Sucesos Bogotá, Junio de 1958. Hay, qué relumbres y olores. Hay, cómo rien los prados. Hay, qué alboradas se oyen!
Esta era la poesía. divina pero humana de Juan Ramón Jiménez, cuya muerte ha enlutado al mundo. Habrá un paraíso de los pájaros? Habrá un vergel verde sobre el cielo azul, todo en flor de rosales, aureos con almas de pájaros blancos, rosas, celestes, amarillos. preguntaba Juan Ramón Jiménez a Platero, el inefable burrito de Moguer. Es en aquel paraíso donde está ahora su alma.
Juan Ramón, ya lo he dicho, era un hombre intransigente en materia de gustos. Era un esteta caprichoso como que detestaba el violín, como que una vez hizo retirar de un avión en que volaba todo cuanto fuera amarillo, como que casi moría con cualquier estridencia. Pero, eso sí, no proviniera ella de un niño. Cuando nos encontramos una vez en Buenos Aires me dijo. Berta, he cambiado mucho. Durante el viaje en barco, a pesar del continuo barullo de unos chicos, he podido escribir versos. Ya no me molesta el ruido. No era así. Era que amaba a los niños, y no hallaba en ellos ninguna estridencia que no hiciera parte de la armonía natural que él les suponía. Así como anaba a los animales y no podía soportar crueldad con ellos. En Madrid solíamos ser visitados mi esposo y yo con frecuencia por el poeta. Muchas veces al regresar de la calle lo encontrábamos echado en el suelo, jugando con nuestra niña, que en ese entonces tenía dos años. En la época en que los grillos están en celo, en Madrid se venden jaulitas con grillos. Trudy Araquistain, la esposa de Luis Araquistain, le había regalado a mi pequeña Myriam una jaulita.
Cuando llegó Juan Ramón y vió aquello, no pudo contener un gesto de desagrado, pero no dijo una palabra.
Cuando, al rato de haberse despedido vimos las jaulitas vacías, comprendimos que en un momento en que nos descuidamos había libertado los grillos. qué noche pasamos con el chillido de los insectos por toda la calle!
Ya no era «música vana como la vana música del grillo. Era la venganza infernal de Juan Ramón, que por la mañana nos llamó por teléfono para amonestarnos. Cómo pueden ser tan crueles de admitir que se guarden grillos en celo en una jaula?
Tuvimos mi esposo y yo el privilegio de ser algunos de los pocos amigos del inaccesible, del huidizo, del silencioso, del suave Juan Ramón. Ese hombre que no pertenecía a este mundo, que tenía su propio universo de intocada belleza, sólo se asomaba al mundo de la mano de Zenobia, su amante compañera, esa esposa que era casi el único lazo que lo unía con lo tangible. Porque Juan Ramón había hecho de su buen gusto y de su exigencia una torre inexpugnable.
Juan Ramón fué para mí algo más que una amistad literaria. Mi admiración por su obra parece que hallaba en él una reciprocidad que me encantaba. El me introDespués de la guerra civil Juan Ramón y Zenobia viajaron a Cuba. Vivían encantados, y el poeta se aterraba con la exuberancia del trópico. El hombre europeo que encontraba floreciendo la vida por todas partes, monstruosamente, no encontraba palabras para decirnos su maravilla. Pero pronto se marchó de la Habana. saben ustedes por qué? Porque le molestaba un aviso, el 11 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica