184 REPERTORIO AMERICANO Carilda Oliver Labra (En Rep. Amer. qué aburrido es esto de recorrer los parques, de saludar amigos, de contemplar embarques. la costumbre inútil de abrir una ventana, y la tarde podrida detrás de la mañana, y el obrero cesante, y la madre soltera, y el cigarro caido en mitad de la acera.
Es lo trágico cotidiano que dijo no sé quién. que me estorba el pan, la cifra y el fusil, y el reloj, y la alfombra, y el Código Civil. Claro! Lo cotidiano suele no ser bello.
hasta que lo perdemos. Todo le estorba a Ca.
rilda, porque todo lo tiene, pero lo que más parece estorbarle es el Código Civil. Es natural: su padre es abogado, su novio es abogado.
ella es abogada. no debe de ser muy divertido para Carilda, en horas de luminosidad interior, ponerse a redactar un expediente posesorio de una hacienda que no sea la de su propio espíritu. Convengamos de una vez y para siempre en que el Código Civil es bas.
tante aburrido.
La estrofa o estancia siguiente es admirable de esa finisima ironía a que antes aludi: Carilda Oliver Labra (1950)
Carilda Oliver Labra es una poetisa de Matanzas, una poetisa de Cuba, un poeta de América. Ocupa su lugar en el Parnaso, y muestra bellezas de antaño, elegancias verbales de hoy, senderos hacia el mañana. Alumna de todas las escuelas, y lo bastante libre para no afiliarse a ninguna, escribe su verso sincero, al parecer humilde, pero con ese or gullo que es dignidad personal o artística en los espíritus superiores.
Por ser tan independiente no se adapta a modos transitorios. El arte efímero, convencional, no la cuenta entre sus adeptos. Como el alma es inmortal, prefiere el arte inmortal.
Generalmente las poetisas son esclavas de la moda, de todas las modas. Pero Carilda Oliver es un poeta. Desdeña lo desdeñable, y nunca está conforme con lo que elige. Salvo una excepción de que hablaré más tarde.
El libro de Carilda Oliver se llama Al Sur de mi Garganta. El título hace presumir oscuridades conceptuosas. Tiene algo de geográfico anatómico, pero en seguida veréis que se trata del corazón. de qué corazón! No es el músculo que dicen los fisiólogos: ventrículo derecho, aorta, vena cava, etc. sino del otro, del que, halo, o nimbo, o simple envoltura, como gasa impalpable rodea al gran motor que rige nuestra existencia. Corazón espiritual, desde luego, en el cual no creen los fisiólogos, ni se toman la molestia de averiguar si existe.
Bien. Ese corazón, al sur de la garganta de Carilda Oliver, es el que en ella siente y canta. Su canto, casi siempre intimo, delata la ternura, y en ocasiones extravasa atomizada ironía. Ella dice algo en las breves palabras puestas al frente de su libro: Publicar ver sos es profanar una intimidad inefable. Las palabras, trémulas, comenzaron a subir sin permiso, hacia la garganta, irremediablement desde el sur. Aquí están con sueño aún, per fectamente puras, sin credenciales, sin apoyo de gracia, sin otra presunción que el elemental deseo de vivir.
Ella misma se presenta, como veis, humildemente, es cierto, pero persiguiendo nada menos que el elemental deseo de vivir.
Vivirán los versos de Carilda. Son vastagos fuertes, signados de misteriosos toques apolíneos. Como saben de dónde vienen, justo es suponer que no ignoran hacia dónde van. en el trayecto esparcen eso que siendo la gracia eterna de la poesía, apenas se encuentra en los caminos del mundo: la ternura.
El libro está dedicado magnífica ofrenda a Hugo Ania Mercier. Ya sabréis de quién se trata. Retened el nombre. Quien asi se llama no puede dejar de ser poeta, está obligado a serlo, o quedará para siempre en ridiculo entre los hombres.
El primer poema del libro se titula: Elegia de mi presencia. Consta de cinco partes y es, a mi juicio, lo más íntimamente personal y perfecto de todo el libro. Comienza así: personalidad independiente. Todos los poemas están unidos por el mismo ritmo interior. Son como latidos iguales. Un río ancho que ha abierto en abanico subterráneo cinco afluentes mi me ha dado tedio ver tantas primaveras.
Encuentro insoportables las niñas pordioseras, el pésame, el pregón, la circular que cita, la gente que me llama doctora o señorita. y la lluvia incesante, y el alquiler mensual, y la media corrida, y el hueco del dedal.
Quisiera ser sencilla como la luz silvestre y tener amistad con la herradura.
Todo eso es insoportable, por cotidiano: pero es la vida. Carilda me da la razón cuando dice: Pero debo decirle a Dios con la sonrisa de una muchacha rubia sin ayer y sin prisa: Déjame aquí otro rato, perdida entre las cosas, para tener un novio. y cuidar unas rosas. Bien. La luz del sol, en los campos cubanos, es silvestre. No la cultiva nadie: es sencilla, como Carilda quiere ser. Pero obser vad que, además de eso, Carilda quiere ser amiga de la herradura.
No se trata, desde luego de una herradura cualquiera, sino de la herradura. yo confieso, ante esa declaración imprevista, que estoy un poco confuso. Para qué me pregunto quiere ser Carilda amiga de la herradura? Acudo al diccionario para saber qué es herradura, porque, aunque lo dudéis, yo no lo sé. Carilda desea tener amistad con algo que me es desconocido. Medito. Carilda ha dicho que quiere ser sencilla. recuerdo que, en el interior de ciertas casas, en la puerta de entrada, a veces hay colgada una herradura, para preservar de males imaginarios a los moradores de esas casas. No es ésto una sencillez? Nada más sencillo entonces que desear tener amistad con la herradura, es decir, ser un poco supersticiosa, dar a la vida ese pequeño misterio, ese mágico encanto. viene el cuarto canto. Si yo fuera Papa, si yo rigiera aquí en la tierra los destinos de las almas, en nombre y representación de Dios, Carilda Oliver, tan cristiana, tan poeta, tan humilde, quedaría inmediatamente excomulgada. Ah, jel canto herético, el apóstrofe terrible. Cómo es posible que una mujer tan frágil, tan delicada, no haya tenido miedo a Caronte, a su barca, a los fangos estigios, a Lucifer, en fin? Porque lo que ha dicho Ca.
rilda Oliver es espantoso. Veamos: Señor: tengo el derecho de amar todas las cosas que no amas: el aire enloquecido, el pájaro sin lecho, los miedos, los cánceres, las llamas.
Si pudiera comprarme alguna cosa compraría una frente diminuta.
Estoy sobre la tierra, con mi frente despidiendo las nubes del paisaje.
Le regalo un suspiro al sol poniente: ya no me voy de viaje!
Mira el color injusto que llevan las hormigas; les das un traje asi. como un disgusto, tú que vistes de limpio las espigas.
En la primera parte, que por sí sola es un poema, entra en consideraciones bellísimas acerca de ella misma. aclara al final: Eso está pensado con ancha frente. En las frentes anchas cabe más luz, se ven las cosas con mayor claridad, pero se extiende más el dolor. Las frentes diminutas son las que rigen el mundo, las que lo gobiernan, lo hunden, lo aniquilan. Las frentes diminutas son un don divino para que sus poseedores no puedaa comprender. Comprender es perdonar, pero es también sufrir.
El canto tercero emite la nota de lo cotidiano y vulgar, la difícil poesía de las cosas que todos ven: Te olvidas de este mar, de estos perros famélicos e inciertos.
Te olvidas de cerrar la mirada cumplida de los muertos; y creas esos seres que viven tristemente de rodillas.
Yo me sé morir.
Es tan azul. me quiere tanto el cielo. La segunda parte es también un poema de Señor, tú que me quieres Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica