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REPERTORIO AMERICANO 331 El último editor de los tiempos románticos Una tarde un señor ofrece a don Claudio los tomos de una solemne biografía escrita, sin duda, con fines políticos. No compro eso. arguye malhumorado don Claudio. El ofertante insiste y aduce razones de oportunidad: Sa va a vender mucho, porque hay interés en difundirla. Don Claudio soslaya toda explicación y termina: Sí, sí, es posible: pero, no compraré un solo ejemplar. Amoscado el corredor y ya despidiéndose le dice a don Claudio: Caramba, don Claudio, que es caprichoso. Como si no tuviera tantos libros idiotas que se venden. don Claudio, solemne como un Júpiter tonante, le suelta esta andanada: Es verdad, sí señor. Tengo libros para imbéciles y tengo libros escritos por imbéciles; pero libros de imbéciles para imbéciles no quiero tener. Estamos? El final de la escena no es necesario describirlo.
III Claudio GARCIA, falleció en Montevideo el 18 de julio Por José PEREIRA RODRIGUEZ (En el Rep. Amer. El claro cielo de este día luminoso se en trerito que dice: Ejemplo y argumentos de la turbio con la muerte de un amigo, antes de Kultur germana los de enfrente. Aqueque en el desfile militar los agudos clarines y llo hizo época en favor de la propaganda alialos sordos tambores hiciesen trepidar el aire.
dofila.
Por el fallecimiento del antiguo librero y edi Durante la Segunda Gran Guerra Mundial, tor don Claudio García, ocurrido en la ma la librería de don Claudio tuvo en sus escadrugada de hoy, se podría asegurar, sin caer parates nueva oportunidad de realizar propaen hipérbole, que la cultura popular uruguaya ganda democrática. Acababa de hacerse una ediestá de duelo. Don Claudio fué un propulsor ción económica de Los Miserables de Victor extraordinario del libro económico. Tal vez, Hugo. Don Claudio llena materialmente de en este sentido, no haya nadie en la historia ejemplares de la edición económica sus escade la bibliografía nacional que pudiera aventa parates; entre ellos distribuye tres grandes reJarlo. Desde el folleto hasta el libro, desde el tratos de Franco, de Mussolini y de Hitler. cuadernillo estridente hasta la hoja suelta y como una bandera de guerra, un enorme letrevolandera de beligerancia insobornable, todo ro que dice: Los miserables a cincuenta centé.
fué para él, motivo grato para exaltar su di simos. Alguien le objeta. Don Claudio, falnamismo. en medio de su laboriosidad, en ran comillas. él dice. no sobra verlas distintas etapas de su acción, ya en el éxi güenza.
to como en el fracaso de sus intentos, siem En plena dictadura, en 1943, alguien llepre pronto para echar a volar la frase mordaz, ga a la librería y casi como en secreto, le pide la apreciación socarrona o el pensamiento in a don Claudio, un libro verde. Cachazugenioso. Pero detrás de esta manera de ser, un damente, don Claudio toma un ejemplar de tanto displicente, tres directrices señalaban su la flamante Constitución Nacional que luce rumbo: la libertad de pensamiento, la idea re una modesta tapa de color verde, y le dice al publicana y la democracia política. iQue no asombrado cliente: Tome usted. No vale nale tocasen ninguno de estos principios! Por da. Se la regalo.
defenderlos, desde su modesta trinchera que Cierta mañana charlaba yo con don Clauera un mostrador cubierto de libros habría dio en la librería. Entra una señora de modessido capaz de cualquier valentía.
to talante y le pregunta. Tiene el libro Como buen español y orgulloso de ser ga. Quieres escribir sin faltas. poco usado? Don llego, escondía su espíritu chacotón bajo un Claudio camina hacia un anaquel, retira un linianto de socarronería que le permitía atacar bro, lo hojea y se lo entrega a la señora: ésta sir ofender y castigar con la risa como con la pregunta. Cuánto vale? Don Claudio. con sonrisa o la frase levemente malintencionada. mucha parsimonia, retoma el libro, vuelve a Escribió un día ese maestro de maestros mirarlo lo vuelve a ofrecer a la solicitante.
que es Baldomero Sanín Cano que, en ocasio diciéndole: Un peso. Está casi nuevo. La nes, la anécdota asume una categoría tal que señora con gesto de evidente sorpresa, exclavale por sí sola para definir un personaje o ma. Un peso? Es un robo. Sin poderse.
una época. En Claudio García encuentro el contener, don Claudio le grita indignado. ejemplo paradigmático de esa alta opinión. Las si yo le dijera que usted es una gran. La anécdotas que lo muestran como protagonis dama sale sin volver la cabeza hacia la calle ta adquieren categoría y muestran el fondo de y como yo le reprochase con la mirada a don su espíritu de una manera intergiversable. Aca Claudio tan descabellada salida de tono, me so, por esto, nada mejor que recordar algunas explica, sin inmutarse: Porque usted se hapara definir y perfilar a este hombre bueno brá dado cuenta que me llamó ladrón.
en la hora en que comienza a desdibu jarse por Un escritor interesado en ver en letras de el camino sin retorno.
molde su primer libro de malos versos intenta tentar a don Claudio para que le edite la obra II y le promete: Yo le compraré cien ejemplares. don Claudio le echa este balde de agua Juan Carlos Sabat Pebet le lleva en sus fría: Pero, y usted cree, por ventura, que tiempos mozos, los originales de su primer li se va a vender algún ejemplar más?
bro: El verso castellano. Tímidamente le ofre Solía tener, en ocasiones, gestos inauditos ce las revueltas cuartillas a don Claudio, di en un comerciante de libros viejos. Estaba yo ciéndole. Es un libro de texto. don Clauotra vez dialogando con él, cuando llegó hasta dio, tal vez sin pensar el efecto que va a pro el mostrador un adolescente con tres libros baducir en el ilusionado optimismo del mucha jo el brazo. Cuánto me da por estos. precho, le dice haciendo un juego de palabras: gunta el mozalbete. Don Claudio revisa los. Detesto los libros de texto.
tres volúmenes y dicele, mientras, guiñándome Un día don Claudio coloca en los escapa el ojo, me hace ver los inequívocos sellos de rates de su librería de la calle Sarandi, unos la Biblioteca Nacional. Te daría una pacjemplares del, por aquel entonces, alabade liza por sinvergüenza; y hala, hala, que hoy Apóstrofe de Almafuerte que acababa de apa mismo devolveré estos libros a donde los hur recer en la revista La Nota que, en Buenos Ai taste. así debía ser porque el muchacho tores, publicaba un emir diplomático. Los ro nó las de Villadiego sin inquirir más explitundos versos, algo absurdos según la despia caciones.
dada disección de Ricardo Rojas, ponían al Uno de los lectores curiosos que nunca falKaiser como no dijeran dueñas. Frente a la li tan, se acerca a don Claudio y pregunta por brería estaba instalado el Centro Germano; des obras de un escritor uruguayo que no es del de éste arrojan unas piedras, rompen los vi caso nombrar. Tiene algo de Fulano de drios del escaparate y, filosóficamente, don Tal? Don Claudio ilustra al interesado de esClaudio amontona unos cuantos de los guija ta manera: Sí, hombre; un clavo que no nie rros junto a algunos de los folletos con un le lo saca ni el Papa.
Don Claudio García quiso publicar colecciones pulcras y baratas. Inició así la Biblioteca Rodó de obras nacionales. La completo con la Colección Cultura de ecléctico contenido. Reeditó textos universitarios agotados.
Mantuvo la empresa heroica de editar La Pluma, revista de hermosa presentación, que dirigió Alberto Zum Felde.
Edito numerosos volúmenes de autores noveles de escritores prestigiosos, obras éditas de difícil hallazgo y libros inéditos abiertos a lo incierto de la esperanza. Amontono títulos de las más diversas modalidades. Tres, sin embargo, fueron los escritores a quienes destino sus preferencias: Rodó, Acevedo Díaz y Quiroga. Del salteño Quiroga fué, por antonomasia, el Editor. Reunió sus Obras Completas.
Publico todos los libros agotados, coleccionó todas las páginas dispersas y, cuando le entregué los recortes de los folletines que Horacio Quiroga había escrito para Caras y Caretas y para Fray Mocho de Buenos Aires, bajo el pseudónimo de Fragoso Lima, don Claudio dió a la imprenta los tomos IX y de los Cuentos quiroguianos, salvando del olvido las narraciones de desigual mérito del autor de Anaconda, tituladas El remate del Imperio Ro.
mano, Una cacería humana en Africa, El moro que asesinaba, El devorador de hombres, EI hombre artificial y Las fieras cómplices.
Toda esta copiosa labor editorial, empresa heroica y silenciosa, la fué cumpliendo don Claudio por tozudez de su origen galaico, sabiendo que el resultado material iba a ser casi nulo. En lugar del apoyo unánime se encontró, muchas veces, la crítica malevolente o la indiferencia. así, de tanto tentar en vano la acogida de quienes tenían la obligación de secundar y de alentar su labor, al fin y al caLo, patriótica, fué dilatando la aparición de los volúmenes luego de haber editado centenares de tomos de la más diversa indole. Esta labor editorial, desprovista de todo apoyo oficial, no tiene parangón en la historia de la bibliografía nacional.
Don Claudio García fué así el editor indispensable. Libro que se solicitaba, él procuraba ponerlo en circulación. Cómo se las ingeniaba es por ahora misterio que algún día podría ser revelado. En una oportunidad, sin confesarse pecador, desde luego, acotó un ensayo de Ortega y Gasset sobre la piratería editorial, con este comentario: Si no fuese por las ediciones clandestinas, algunos autores de fama mundial habrían permanecido inéditos para el público rioplatense. no hay que forzar mu(Concluye en la pág. 335. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica