REPERTORIO AMERICANO 31 vo. Lo acompañaban a menudo en sus recuer ga mía, qué noches, qué conversaciones! Me dos de ese ayer de crinolinas, mantillas y re hablaba de museos, de cuatias, de estatuas que zos; de sables coloniales e indios atemorizados; había tenido frente a sus narices tantas veces de juegos de prendas en los salones, de inocen y parecía que ya las estaba viendo. Cómo te jiras campestres. De su boca oyeron la me aprendí cosas. Hablaba inglés, francés, rujor versión sobre el origen de la Flor del Es so, que sé yo cuántos idiomas. luego, qué píritu Santo, la que se abrió para maravillar dulzura, qué nobleza de pensamiento, qué dislos ojos de un desconsolado amante.
creción la suya! En el barco venían unas muHoy habla el hombre, pero su charla, al chachas jóvenes. sabes. unas hermanas.
principio inofensiva, ha ido levantando ronca Eran graciosas y alocadas. de uno de estos tempestad en la dama que escucha. Yo no la países de Centro América, salvadoreñas o tiquiero, es cierto, pero tal vez la quiero. y, cas, no recuerdo bien. Me buscaban para ju¿a qué venía ese desgranar de nombres de mu gar ping pong, para bailar, para reírse conmijer, de novias exquisitas, de divinas amantes go. En ocasiones las atendía. Crees que la aquí y allá, en todos los rincones del mundo? condesa se ponía celosa. Qué esperanza. Primero lo escuchó con interés, luego con fin Cuando pasaban a su lado se sonreía, extendía gida cortesía. Por último hubiera querido pela diestra maternal sobre sus cabezas o acarigarle.
ciaba sus barbillas mientras decía con sutil iro No tienes ideas de cómo me quería aque nía. Qué dicen las indiecitas simpáticas?
lla limeña. Se divierten las indiecitas. Indiecitas, eso no más eran para ella. No le preocupaban lo Era una chiquilla salvaje de mi tierra. Esmás mínimo, y eso que estaba enamorada de taba destinada a ser una hembra espléndida. Si mí. sabías tú. Estella María se llamaba.
vieras como temblaba cuando la sujetaba para Bello nombre. no es cierto? Estella María.
besarla, en un descuido, tras de las cortinas del No lloró al despedirnos, como comprenderás.
teatro! La enseñaba a actriz. No ha llegado Sabía dominarse. Pero hemos quedado citados a serlo. las pasiones de su vida real se lo impara un día que tarde o temprano llegará. Yo viviré esperando ese momento, porque esa mupidieron. Pero. cómo temblaba con mis besos!
jer era lo soñado. Te das cuenta? Lo soñado. Si yo. Pobre Berta, la nicaragüense. Me estuvo buscando tres días y tres noches, desesperada. Cuando me halló, por fin, tenía los ojos muy tristes por la pena. Imagínate, tres días preguntando por mí en la ciudad. Era la doncella de Jerusalén, te lo aseguro. Ella es magnífica, sabías? Una especie de Rubén Darío hecho mujer.
proviso en su casa. No creas en las apariencias.
Se ensombreció la cara del hombre, no tanto por los contumaces ataques a su ídolo sino por la manifiesta incerdulidad sobre su perspicacia masculina. Oye. pero me crees tonto. Crees acaso que soy un pobre diablo que nunca ha visto nada, incapaz de distinguir el oro de la hojalata. Crees que puedo confundir a una aventurera cualquiera con una mujer superior. Si no digo tanto. Puede ser una excelente mujer, pero también puede que sea lo soñado sólo para ti, no para los otros, porque tú y especialmente tá la viste en condiciones tan favorables que la sublimaron y te la hicieron apreciar más. eso me refiero. Para cuántos hombres no habré sido yo también lo soñado, sí señor. propósito. no te he hablado del romance que viví tres días con un gringo, cuando yo venía para Panamá? Es una de las cosas más bonitas que guardo para cuando esté viejita y me siente en un sillón a repasar mi vida. Quieres que te lo cuente? sin esperar la contestación del hombre, le encajó la historia que su imaginación había estado puliendo desde media hora antes, para tenerla lista y aplastar con su audacia al interlocutor. Terminaba así. Tenía, como tú, la obsesión marinera.
Como te dije, durante la guerra se paseo por todos los mares con la Marina norteamericana. Sabes qué nombre le puse. Simbad. ahora ¿qué hace, vende salchichas. interrumpió el hombre para molestar. No vende salchichas. Pasó por Panamá en una encomienda de negocios, por cuenta de una importante firma de Chicago. Si vieras qué recorrido tan interesante llevaba. Me ha escrito lindas cartas desde todos los lugares. Te interesan las estampillas. Tengo muchas. mira tú lo que son las cosas. Para ese gringo, por cierto joven y bien parecido, yo fuí también lo soñado. Sabes cómo me llama en sus cartas. Scheherezada. iQué va a saber de esas cosas. Los gringos son muy superficiales. Pues éste era muy culto. Me llama Scheherezada porque le encanté durante esos tres días con los atractivos de mi espíritu y con mis atractivos de mujer. Ese nombre simboliZa a la mujer que llena las horas tediosas. Para él fuí la soñadora de mil sueños, dreamer of a thousand dreams. Algún día volveremos a reunir nuestros sueños y volveré a decirle como le dije entonces en mi inglés chapurreado. have drowned myself into your liquid blue eyes. me he ahogado en tus líquidos ojos azules. sabes por qué acabo de comprar Scheherazada para mi tocadiscos. Para recordarlo mejor. Fuiste sultana de veras. preguntó él con no disimulada inquietud. No, hombre, si era muy respetuoso.
Al fin se enredaron en una polémica, empeñados ambos en deslucir a la condesa y al gringo, respectivamente. Fanfarrón. Querría ver qué facha tenía la condesa pasada de moda, y la nicaragüense, y esa cómica de la legua que se ponía en trance cuando la besabas. Ya me habían dicho que las mujeres tropicales tenían un vocabulario exuberante.
repara en las cosas que me has dicho. ly como desafías. La mujer interrumpió llena de curiosidad. qué venía a América. visitar un hijo que está establecido desde hace tiempo allá en el Sur. Pero ella se volvió a Europa. Es viuda, naturalmente, y rica. es así de vieja?
Había lanzado el primer golpe. El hombre vacilo un poco, pero se repuso. Bueno, igual que yo, quizás algo mayor. Pero atractiva, muy atractiva. de esas mujeres que hacen olvidar la edad. comprendes. Comprendo. Pero. crees que en una semana que duró la travesía pudiste cerciorarte de que ella era lo soñado. Era lo soñado. Si viniera, querida amiga, yo no tendría ojos para mirar a nadie, ni siquiera a ti, cuya compañía me agrada tanto a ratos. Porque tienes tus cosas simpáticas. SAbes. admitió generoso, mientras llenaba de nuevo la copa del vino verde de la botella. En este punto el ingenio femenino había preparado su desquite. Le dijo con una voz completamente desprovista de pasión, con un tonillo de consejo, de charla al amor de la lumbre. iSi supieras. lo mejor exageras.
Fué muy corto el tiempo para que puedas asegurar que fuera lo soñado. Es natural que la encontraras exquisita. Iban de viaje, no tenían preocupaciones inmediatas que resolver, ella estaba elegante desde la mañana, comían en un lindo comedor rodeado de cristales, oían música romántica, sostenían coloquios a la luz de la luna. ninguna responsabilidad, nadie con quien tener que discutir. cómo no había de parecerte encantadora? qué le costaba a ella prometer para un futuro incierto, esconder lo que no se debe mostrar ni decir, a quien no ha de volverse a ver jamás. Pero si en vez de seguir viaje se hubiese detenido, si la hubieras continuado viendo, cuántas desilusiones no te habrías llevado quizás. Por fuerza la habrías tenido que ver alguna vez con resfrío, o con dolor de muelas, o discutiendo con el servicio doméstico, o con una horrenda redecilla sujetándole los rulos, una mañana en que te hubieras presentado de imEn vano la mujer intentaba detener las remembranzas de su compañero. Alguna extraña nota se había puesto a vibrar en ese ser suyo tan huraño, y no quedaba otro remedio que oírlo. No sabía dónde ni por qué, pero le dolía oír. Se contemplaba de reojo. Todas las noches se acicalaba con esmero, a pesar del cansancio. Era una forma de reafirmar su personalidad, su chic. No quería enmohecer en este medio campesino, ni olvidar las artes mágicas en que culminaba su feminidad. Pareciera, sin embargo, que este varón no la hubiera mirado nunca. No había reparado en el fulgor de su pelo color del bronce, ni en su sensitivo rostro donde las lágrimas recién lavadas dejaran una huella patética, ni en esa peculiar combinación de busto delicado a lo María Antonieta y piernas fuertes de amazona. No, no había mirado nada. no sabía nada de su gracia. su perfume. su traje negro que brillaba bajo la luz eléctrica. su señorío que en las calles hacía volver la cara de los cholos, asombrados como si hubiesen visto un copito de nieve. Nada de eso veía. Terco. terco. llorando por mujeres lejanas y ya perdidas.
Como hubiera hecho un hábil mercader, había reservado para lo último la más sensacional de sus memorias. Era cosa bastante reciente. El escenario y el personaje femenino alcanzaban ya un prestigio de novela. Parecía cosa de novela. Verás. Venía en el mismo barco. Era una condesa italiana. Sí, no pongas esa cara, una auténtica condesa italiana. Qué gran señora. Si vieras qué culta, qué refinamiento. Todos me envidiaban su amistad en el Sebastián Elcano. desde el capitán hasta el último de los pasajeros. Ah, qué noches, amiSe acercaba Navidad. Desde la memorable conversación, la condesa italiana y el norte Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica