REPERTORIO AMERICANO 283 Paloma mensajera para el negro Martí (En el Rep. Amer. De mi garganta salen voces largo tiempo calladas.
Walt Whitman. 17 años de tu tránsito, negro. 17 largos, duros, secos, desesperados años 17 siglos para Izalco. 17 urgidos, breves, insubstituíbles años, de mi pequeña muerte hacia tu inmensa vida, te envío esta paloma mensajera de amargas esperanzas.
Pedro.
Febrero 19 de 1949.
el hombre que se alza de ronto con su sueño y camina empujando su destino, el hombre que solloza, el que ordeña, el que ama, el hombre que maldice, el que labra las piedras, el hombre que pregunta sin que nadie responda, el que canta, el que odia, el que amasa la arcilla, el que llama sin que nadie le abra, el que empuja el arado, el que llora más allá del consuelo, el que ríe, En un rincón cualquiera del cementerio hay tres tumbas sin lápida.
No.
Nadie descansa en ellas.
Nadie duerme.
Allí no yace nadie.
Los cuerpos que contienen nunca fueron cadáveres.
Erguidos, altos, secos, inalcanzables, duros, fuera del tiempo, en el espacio abiertos, con sus terribles ojos mirándonos sin término, con sus tremendos nombres germinales, brotando, retoñando, floreciendo rojos, con sus oscuras manos prolongándose, reptando pertinaces, ciegas, irremediablemente radicales, directas a la entraña tormentosa, con sus claros follajes de alto sueño abriéndose en el aire, con sus macizos troncos desafiantes, ellos, allá, en su muerte sin reposo, reclaman implacables nuestra cómoda vida, nuestro suave descanso, ellos, allá, vigilan nuestro sueño, responden por nosotros, preguntan con todas nuestras ácidas preguntas, ellos, allá, mantienen el recuerdo, alimentan el odio, batallan en la dura batalla cotidiana, ellos, allá, palpitando sin tregua, transidos corazones del silencio.
el que mata el que alimenta hogueras, el que pide sin que nada le den, el hombre que se calla con terrible silencio, el que engendra, el que sufre, el que lucha, el que abate los árboles, el hombre que edifica alzando piedra a piedra su esperanza, el que entierra sus muertos, el que ayuda a su hijo con la primera lágrima, el hombre que cosecha, el que vela, el que hila, el que rasga su carne, el hombre que batalla, el que grita su angustia, el que reparte el pan, el hombre que acaricia, el que acusa, el que alza los brazos, el que inclina la frente, el hombre que tortura la madera, el que tiende las manos, el que entra en mujer, el que impreca, el que sangra, el hombre que asesina su fatal universo, todos los hombres, todos se detienen, se detienen y escuchan, escuchan tu respirar sin término, el inmenso latido de tu gran corazón, tu indecible presencia, tu galopante muerte establecida. El hombre que castiga la fragua y bate el hierro el que esparce semillas el que recoge el agua, Este poema de Pedro Geoffroy Rivas poeta salvadoreño asilado en Méjico exalta el recuerdo de Agustin Farabundo Martí, fusilado en El Salvador en el año 32, en compañía de los estudiantes universitarios Luna y Zapata, por los sicarios del sanguinario vegetariano General Martinez, Con ellos remató la matanza de veinte mil campesinos exterminados por el delito de ser pobres y de ser hombres.
En el trágico paseo les siguió Víctor Marin, fusilado en el año 44, a quien le deshicieron las carnes pero no le ablandaron el espíritu, no le hicieron hablar, no le arrancaron la delación buscada.
Estos hombres supieron dar su sangre a raudales para ahogar en ella la tiranía. El martirio, el sufrimiento de todos ellos es simbólico para todo buen salvadoreño: es la imagen viva y siempre recordada del calvario de todo un pueblo, mantenido durante catorce largos, duros, secos, desesperados años. como diría Pedro Geoffroy Rivas.
Siete plomos les pesan en el pecho.
Siete espinas les taladran la frente.
Siete olvidos les rondan afilando las garras.
El odio los rodea como una vasta sombra, húmeda, persistente, que niega el sol, el aire, la flor y su perfume.
Un silencio feroz, como un duro sudario de piedra impenetrable, quiere ocultar el ancho tumulto del recuerdo.
Pero su lumbre oculta se propaga como una inesperada ola subterránea que va de tumba en tumba desparramando muertos, que va de surco en surco despertando semillas, que va de sangre en sangre sublevando pulsos.
Una ola tremenda que nadie ve, que nadie siente, que no detiene nadie.
Una ola que sube más allá de la cumbre y estalla sobre las altas llamas como un trueno terrible, Pilar BOLAÑOS.
En Costa Rica. Agosto de 1949. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica