26 REPERTORIO AMERICANO Canto a Gabriela Mistral Por Carmen CONDE (Envío de la autora, en Madrid, España. (Del Libro Homenaje a Gabriela Mistral, editado en Madrid por sus amigos con motivo del Premio Nobel otorgado a la ilustre chilena. Una montaña no cuaja dos veces, ni un río.
Ni es la misma tormenta la que oímos si el rayo nos triza las noches. Dios no se le encuentra en la tierra, porque vamos a El. las grandes criaturas que son Dios en nosotros nunca nacen dos veces: ni el río, ni la montaña.
ni siquiera el pájaro, si es pájaro de nuevo, el mismo pájaro.
Mi propio lenguaje quiere oírse en tu voz inmortal. Háblanos mujer, varona de Castilla de Chile!
No he de ballarla otra vez en el mundo, grandioso monte cálido; selvario de poesía, volcanes.
No he de hallarte, Gabriela, porque en el tiempo distante nos vimos y corremos ahora dejándonos atrás.
Es tu tronco tu voz.
Es tu voz una torre.
Un campanario tañido por siglos de criaturas silentes.
Hay retablos en ti; primitivos pintores encendieron tus piedras labradas por los monjes callados y en rezo. te corren gacelas, caballos; te ciernes de las aves que arañan las nubes.
Es tu voz una selva.
Es tu voz la que inunda los sembrados de voz de los hombres.
Las palabras germinan, son acimos panes.
Tus palabras nutrieron la tierra.
Desolada y agónica hoy te busca tu halda, se recuesta contigo.
Has abierto la puerta del mar, aureolándote viva de olas.
Ya no queda, Gabriela, ni un verbo que tu boca cansada, que tu mano de Sarah no haga curvo de amor, no lo dome. Cuán joven mi tronco a tu voz!
Dijísteme hermana, y las savias, campanas movieron en mí: sobresalto de augurios que ya cumplo viviendo. Tánta colina pequeña yo; infatigables arroyos que caían de tus laderas pródigas!
Sin saberlo, inmersa en tu cima, en tu marea, en tu paisaje.
Que tú hablabas y soñaba esta critura oyéndote la voz, sin la palabra.
Gabriela, oráculo de sinos: tu tristeza es un manto de espesuras.
Embriaguez de tu canto, avenidas de ti en planicies músicas.
Alaridos, negras aulagas de tu llanto y tu sed de amor sin celo. Oh mujer de los hijos derramándose por la tierra en virtud!
Gran madre noble que no canta a los suyos de la entraña cuando quiere cantar a los nacidos. Qué le ofrecen a Dios las que paren sin saberlos cantar?
Tengo abierta en mis ojos tu risa, la que a niña devuelve tu tiempo compacto.
Tu llamada ungidora es la cierta llamada a que acudo.
Unas manos calientes, intactas y pobres, sin más don que ser mías, te extiendo.
Gabriela Mistral (1938) su lengua retumba en la tuya, vivifica las frondas del verbo.
Otra vez América, Castilla es, por ti, en el mundo!
Por encima del mar y la tierra, por arriba del luto y su humo, apartando la cáscara amarga del llanto, yo te entrego mis manos, itus manos, Gabriela!
En el río Lempa Es una estampa de Blanca Lydia TREJO. Envío de la autora. En México, Noviembre de 1948. Tú los nombras y en anillos de luz suben gozosos: musicales y alados los niños en torno al resplandor de tu garganta.
Tú enlazaste, Gabriela, con todos: nacidos y por nacer, muertos sublimes y aquellos que nunca sabremos si Dios ha librado con luz, de su huesa. Qué marea de Andes, qué Pacíficos nadan tus venas; cuánta llama recorre las praderas de ti! lianas gigantes tú hueles, que te trepan y enroscan sangrándote altura; a leones y a ciervos; sacudes tus melenas ya grises, solemne, pausada, levantando de Chile sus cimas por mirar desde allí.
Castilla te escucha.
Una vieja y redonda moneda cuyo borde es Vasconia la fértil.
La Castilla doliente, remota y quemada Castilla.
El paisaje es único y tiene un siglo de edad.
La aurora asoma. El Lempa se tiñe de luz. el paisaje es único.
De ribazo en ribazo, una gacela baja a calmar su sed. Un cazador la mira y carga su escopeta, pero un cocodrilo, en un abrir y cerrar de ojos, antes que aquél, la hace su presa y la arrastra al lecho del río.
El hombre al verse defraudado, exclama. Pobre animalito, tan lindo morir entre las fauces de un cocodrilo tan repugnante y feroz!
II Las horas, pétalos del tiempo, se han deshojado sobre el río.
El saurio, echado sobre la arena, recibía un baño de sol. De su espantosa boca, un pajarillo desalojaba toda clase de bichos que le causaban la mar de molestias. La fiera, dejabale hacer tranquilamente, en tanto que contemplaba con sus ojillos entrecerrados, la lontananza azul.
Cuando el pajarillo emprendió su vuelo hacia el zacatal, el cazador, instintivamente, disparó. Desplomóse la avecilla a los ojos mismos del saurio, que indignado, se sumergió de nuevo entre las ondas.
En la ribera, estremecióse el melonar. La tarde, también se echó a morir.
El crepúsculo envolvióla con su manto escarlata y la sepultó en la noche. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica