132 REPERTORIO AMERICANO JOHN KEITH, misma, de civilizarlos. en últimas instancias se reduce su maestría a considerarlos objetos de laboratorio, como el ridículo ensayo de la Indian Office. El indio americano que, como cualquiera otra obra maestra de la naturaleza, supo resistir el proceso de proletarización y desculturización completa, según palabras del Dr. Lipschuts, no puede ser otro sino el hombre fruto que define Gabriela Mistral, con esc sentimiento suyo tan americano y tan exacto. Ha dicho la poetisa, al decirlo lanzó a la rosa de los vientos uno de sus más ricos poemas, en las mismas páginas donde el trópico es el cielo verdadero, el único cielo cielo y la tierra es de aire vegetal. allí mismo lo dice por su único amor en lo cierto.
Decidme que sí o que no, queridos amigos de América, pero por favor. meditad los poemas de Gabriela que bien lo merecen.
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Sevilla, España.
Canto del exilado perenne (En Rep Amer. Atención de la autora. República de El Salvador, Centro América!
Pequeña y cálida, suave y acogedora; un punto, en la inmensa geografía del mundo.
hasta cuándo. ¿Qué signos anunciarán para nosotros el alba de la Justicia y de la Libertad?
Dejamos a cada paso lágrimas y sangre. Ese es nuestro Mensaje para la juventud!
la sangre humana, es licor universal de vida y nosotros estamos bautizados con ella.
Vivimos en cada sufrimiento ya sea negro, blanco o amarillo.
El Alba nuestra será también de Oriente y Occidente; florecerá en el Norte y en el Sur; y para entonces, Frankenstein, la Rosa de los Vientos esparcirá vuestras cenizas sin piedad, por los siglos de los siglos, amén.
Amparo CASAMALHUAPA, Patria de mi gente mayor, tu historia emocionó mi corazón de niña y me señaló rutas eternas.
El Padre José Matías Delgado se yergue en mis recuerdos infantiles como forjador tuyo; y el gran José Santiago Célis, máttir ahorcado por la corona espoñola, rabiosa y decadente.
Este y aquel; tú y yo.
Podemos contarnos con las manos, los exilados de siempre. Pero cuidado! Frankenstein, México, enero de 1949.
es El cerco de madreselvas Amo tus maquilihuas y no los puedo ver; el manantial de tus aguas no fluye para mi sed, y tus volcanes inquietos y ardientes no alcanzan a iluminar mi esperanza.
Por GONZALEZ ARRILI (Envío del autor, en Buenis Aires.
Diciembre de 1948. Qué genio maléfico te aparta de mi vida?
Siento como Darío estremecerse las vértebras enormes de los Andes. y es que hay un gigante Frankenstein, aferrando las almas de los pueblos.
Viene del Norte al Sur, conoce el Occidente y el Oriente; siembra pobreza e inquietud y tritura lamentos y alaridos de horror.
Manes de Cuscatlán, de los divinos bosques de Hibüeras y del antiguo reino de Nicoya!
Velad por nosotros.
Que haya un renovado vigor en nuestra sangre, que la mirada se nos vuelva penetrante y el corazón respire fortaleza. dónde iremos en la hora de la intriga y el dolor. Con qué armas habremos de luchar, quién estará por nacer tras las rudas espaldas del gigante y cuándo nos ayudará?
La predilección materna por los cercos de madreselva era permanente, pero un episodio de la niñez hacíale creer que las víboras se refugiaban en ellos al promediar las tardes, quedándose a su arrimo toda la noche, para salir de madrugada a estirar el cuerpo frío por sobre las piedras y los yuyos. De manera que sólo bien hecha la mañana con el sol, atrevíase a llegar hasta el cerco. y, cuando estaba florecido, armar con aquellas maravillas de carnosidades blancas y amarillas unos ramos bordados con hojas verdes que luego lucían en el comedor sobre los floreros de vidrio pintados al óleo por dentro ribeteados en oro vivo.
El cerco era como un telón de metro y medio de alto por poco menos de cien de largo, pues corría de una casa esquinera a otra, con la sola interrupción del portón de cinc, y luego seguía, dando vuelta a la calle, por espacio de otra cuadra hacia abajo. Troncos y alambres fundadores y sostenes del cerco desaparecieron bajo el lujurioso desparramo de ramas y hojas en larguísimas series, entrelazados hasta formar una pared aparentemente defensiva.
El entrecruzado de las ramas se tupía en verdes diversos hasta reventar en flores blancas que al envejecer, días más tarde, amarillaban aterciopelándose y divagando en olores melosos que permanecían en el espacio de la manzana y de las calles hasta caracterizar la propiedad, pues no hacía falta más que olisquear la madreselva pródiga para saber de cierto que allí estaba la casa de los abuelos.
Eso aparte de que el cerco florido y oloroso tenía en su lánguida historia vulgar un episodio de cabalgata que, pudiendo terminar en tragedia no pasó de una parrafada poco más o menos alegre. Tratábase de un capítulo escrito al iniciarse la juventud de mamá, cuando mamá era muchacha. según la acertada denominación de Cucullu. Una tarde salió con un grupo de ellas a caballo. Iban dispuestas, para matar el semiaburrimiento de las vacaciones, a recorrer algunas calles centrales y acaso dar un galope por el camino de Santa Cándida. Marchaban jarifas, luciendo polleras largas, botas altas, sacones abotonados, según era de uso cabalgar las mujeres, una pierna enhorquetada en la silla especial. Mamá jineteaba a Pacheco. un alto tordillo rosado que fué el crédito del abuelo y luego alcanzaron a conocer todos los nietos. De regreso ya la colorida cabalgata, comenzaron calles que daban a las moradas de las amazonas, quedándose cada una en la suya. Venían galopando, calle Madrid abajo, y al llegar a la casa frente al cerco, ya fuese porque Pachea recorrer las Estamos a media noche desde hace largos años.
El anhelo violento de nuestros pueblos niños, nos da temblor de impaciencia.
Hasta cuándo será. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica