366 REPERTORIO AMERICANO JORGE CAMPOS (Medinaceli Madrid, España)
nos dice que enviará sus publicaciones de tipo americanista a quienes, en estas Américas, se las pidan.
También desea, en cambio, obras de autores hispanoamericanos y así completar la parte de la Literatura hispanoamericana, a punto de concluir.
Pedimos a nuestros amigos, acojan esta solicitud.
veras existe, florece hasta en el desierto, como lo demuestra la antigua Judea.
Entonces Papini dice cuál es, a su juicio, la causa de este retardo de la cultura en nuestros países. La causa es el derroche que hemos hecho en América de nuestra energía espiritual. La mayor parte de nuestra riqueza psíquica la hemos gastado en la lucha por el aprovechamiento del suelo y en la pelea política. La pelea política! He aquí el dedo puesto en la llaga. No es extraño que este balance de Giovanni Papini haya motivado una polémica que ha sacudido la América española desde el Río Grande hasta Cabo de Hornos.
No es extraño, porque nos duele, porque tiene que dolernos. El escritor florentino ha tocado el punto neurálgico, el punto que sangia. Pero. no tendrá razón el escritor florentino. La pelea política. No es este acaso el gran mal de nuestra América? Sí; en esa pelea hemos derrochado nuestra riqueza espiritual. Nos hemos ejercitado prodigiosamente en la suspicacia, en el prejuicio, en el antagonismo de los grupos y los partidos. No ha quedado tiempo para el estudio atento, para el sereno vagar, para el ocio bello, sin los cuales la obra de arte y la obra de ciencia son imposibles.
Nos hemos ejercitado también fabulosaniente en el desdén, en el desprecio, para la obra de pensamiento y de creación artística.
Lo único que valía en estos países era la politica y los negocios. Los únicos hombres llevados y traídos, los hombres de influencia y inando, han sido los políticos y los militares.
Los intelectuales, los artistas, los estudiosos, tenían que conformarse con puestos de segundo o tercer orden en una oficina de gobierno o en una biblioteca pública.
No nos dé coraje el balance desfavorable de Giovanni Papini. Uno de nuestros grandes pecados es el de la soberbia, el orgullo. No damos nunca nuestro brazo a torcer. No reconocemos nunca que nos hemos equivocado.
No confesamos nunca nuestro inmotivado rencor, nuestra sorda inquina, nuestra mezquina actuación. Dice Papini con ironía, sin duda que el estudio que de nosotros se propuso hacer fué en el plano de lo intelectual y espiritual, no en el de lo económico o lo político, porque dejó a los geógrafos la estadística de las exportaciones y a los historiadores la estadística de las revoluciones. Ah, las revoluciones. La pelea política. No es esta acaso nuestra especialidad? Las revoluciones son resultado de nuestro enorme orgullo, de nuestra temeridad individual y colectiva. No le damos nunca la razón al contrario; ni siquiera al amigo y compañero. Nos extrañamos ahora de las consecuencias de nuestra actitud? Reconozcamos que el insigne escritor florentino tiene razón. Si no reconocemos eso, si nos encastillamos en nues.
tro orgullo y porfiamos lo contrario. puede esperarse que haya en nuestros países, en nuestra gente, propósito de enmienda, reforen el carácter y magnánima superación en el pensar y en el actuar?
Octavio Jiménez ABOGADO NOTARIO Oficina: 25 vaars al Oeste de la Tesorería de la Junta de Protección Social TELEFONO 4184 APARTADO 338 ma Luis VILLARONGA.
San Juan. Puerto Rico.
Estos poemas de Olga ACEVEDO, en Santiago de Chile.
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131 Varick Street New York 13, CRUCERO Yo no olvidaré nunca su mirada. uli tali, tuli tali.
Los dos deditos rosados, su cara de luna nueva, sus dientecitos de leche.
Era en la gran soledad de aquel camino y a la hora del viento y de los pájaros.
Nos despedimos dolorosamente sin decirnos palabra.
Ella se ríe, se ríe con sus dos años preciosos.
Qué quiere decir, no sabe Tuli tali, tuli tali.
LUNA DE OCTUBRE Yo no olvidaré nunca su mirada.
Era como la de un niño desvalido que se quedara desorientado y solo en mitad del camino.
Hasta hoy no he sabido como puede resistir a su pena.
Que no hay nada, Señor, tan espantoso, que haber dejado de querer a un hombre.
Rosa adentro, rocío de sus violetas dobles, muchas veces el suave tulipán del ensueño.
Viene un viento de lejos con su voz y su espada y, hay un trémolo de alas y campanas distantes.
Yo no podré olvidar nunca su mirada. as palomas se escuchan en los álamos nuevos y un rumor, de alas jóvenes, suelta anillos de espuma.
Hay un olor a menta y a azucena en el aire y un gran gozo de bestias humildes en el campo.
CANCION DE CUNA No pretendo presentar una poetisa sino hacer justicia, ya que una escritora de la talla de la chilena Olga Acevedo, debe ser de todos conocida y con especialidad en los círculos literarios; sus libros no necesitan presentación, ellos solos se bastan. Su colorido y musicalidad no decaen ni cojean; y es posible que, para aquellos que sentimos cariño por la generosa tierra chilena, sintamos en lo más hondo de nuestro ser esa llamada de sus bosques y ríos, y a veces es tan profunda esa llamada que nos parece oír el golpe de la piqueta de los mineros o el estallar de las olas bordando sus playas. El lirismo cursi no tiene puesto en la poesía de Olga. Poesía de mujer, que no miente su fuerte emotividad; su encanto reside tal vez, por indole propia e influjo del medio ambiente en que creció y vive. Veamos ahora unos poemas de su libro La Violeta y su vértigo.
Con sus dos índices breves la niña Lulito canta: tuli tali, tuli tali, tuli tali, tuli tali.
Nada, sino la aguda conminación me inquieta en esta hora inmensa de altas llamas veloces.
El agua fresca esponja los caminos celestes y el corazón del árbol se hace música pura.
Qué quiere decir la niña cuando florece el almendro, y el agua pasa cantando su trova de lirios blancos?
Qué bella está la vida con su vestido de alas.
Qué frescura en los prados de suspiros azules.
Los pájaros sacuden leves citaras de oro y una canción de ríos y montañas me nombra.
Qué quieres decir Lulito cuando madura el durazno, y pía un palomo blanco sobre su cuna celeste?
Salvador Jiménez Canossa.
En Costa Rica.
He aquí que maduran los sombríos espesos para que pase el barco leve de mi ternura.
Una sonrisa se abre en todas las rosas y una palabra nueva canta la Luna nueva. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica