120 REPERTORIO AMERICANO CARTA DE NUEVA YORK Alberto Rembao, mexicano de Nueva York Por Andrés IDU ARTE (En el Rep. Amer. BAIXENCE Alberto Rembao En el valle de lágrimas que es la vida se encuentra el hombre, de tiempo en tiempo, con la bendición de una sonrisa. El mexicano de Nueva York tiene a su alcance una de las más dulces y consoladoras: la de Alberto Rembao.
Siempre me ha recordado su fisonomía la de Franklin Roosevelt, hombre también de inolvidable sonrisa, aun más seductora para quien lo veía en persona y no sólo a través de fotografías y películas. No, no era una máscara publicitaria como la de tantos otros políticos norteamericanos. Nunca tuve esto es lo más curioso del caso completa fe en el gran Presidente, siempre pensé y todavía pienso que era más un habilísimo líder que un apóstol de las buenas causas; pero no puedo negar que las dos veces que lo vi y estreché su mano salí tan fascinado como todos sus seguidores. La sonrisa de Rembao es auténtica sin ningún género de dudas porque no busca poder, ni dinero, ni influencia. Esta miel no puede ser falsificada porque es íntima, privada, doméstica; porque no es anzuelo para nada ni para nadie. Es porque es.
Moreno del Norte de México, hombre alto y corpulento y a la vez elegante y ágil de movimientos, es prudente y franco, suave y viril, cortés y abierto, respetuoso y llano en el trato con todos. De finas y armoniosas facciones, con unos ojos generalmente quietos y a menudo vivos, vivarachos, de una vivacidad casi infantil, es por momentos infantil del todo este hombre que anda por los cincuentas. Cuando habla de su infancia en Chihuahua, cuando recuerda las dominicales peleas de gallos, cuando nos cuenta los cuentos que le hacía su tía Silvina, lo vemos inevitablemente de pantalones cortos. Lleva, como todo hombre bueno y sensible, muy a flote la niñez. Su padre don Andrés Rembao, sus tíos paternos don Rafael y doña Silvina. precursores de la Revolución de Chihuahua lo llevan de la mano por entre los espesos matorrales de la vida, y lo salvan de espinos y de zarzas.
Salió de México hace veinticinco años, que ha vivido en los Estados Unidos, primero en el Oeste y luego en Nueva York; y parece que llegó ayer. Es compendio de mexicanidad, de mexicanidad norteña, fuerte y campechana. El acento y los giros se le conservan intactos. La mímica mesurada, aún más. esto asentado y vivificado todos los días por el ambiente mexicano de su contorno, de su casa. las paredes llenas de recuerdos mexicanos de todo tipo hacen juego los suculentos platillos de su mesa. No conozco otra y recuerdo la excelente de José Rubén Romero de más firme y discreto mexicanismo. aquí no sólo habla el estómago agradecido del amigo, sino el corazón, porque es en la mesa y en la sobremesa donde se realiza la comunión de la amistad y el cariño. Rembao despide mexicanidad, satura de mexicanidad a todo y a todos los que están a su vera. Su nobilísima esposa, nacida en España y crecida en California, es tan mexicana que no hay quien lo ponga en duda, a pesar de haber pasado sólo breves estancias en nuestra patria. Será campesina la manera de Rembao? Es provinciana, y la capital de Chihuahua era en sus mocedades parte del campo. El cosmopolita periodista neoyorquino tiene en las venas espíritu químicamente puro de Chihuahua.
Sí es revolucionaria su manera: tiene las esencias de la Revolución Mexicana en la que él con sus tíos tomó parte desde su adolescencia de 1906. Su cultura, su universalia dad, su limpieza moral evitan por supuesto toda esa estridencia del lenguaje o del ademán o del vestuario que es la fatalidad de los revolucionarios que dejaron de serlo, de los revolucionarios enriquecidos. Viendo un día los retratos de los Orozco en la maravillosa Historia Gráfica de la Revolución de la familia Casasola, pensé en Rembao. Con la fineza que añade el estudio y con el mimetismo que impone la vida de las grandes ciudades, en esos cuerpos y en esos espíritus sólidos y templados está la matriz de este hombre. No en balde es hijo de familia de parecida extracción que la de los Orozco, ni en balde hizo sus primeras armas en las huestes de don Pascual.
Rembao, en la Revolución, siendo oficial revolucionario, perdió una pierna. Esto es indiscreción, porque nadie lo advierte. Con una soltura y pudiera decirse con una destreza excepcionales lleva su pierna artificial.
Cuando un día lo supe, allá en el verano de 1938 en Staten Island, no podía yo creerlo: tuve que verlo con mis propios ojos. Cometo la indiscreción porque no es decir que le falte nada, sino que tiene algo más que muchos hombres por cómo le ocurrió el percance luchando en el campo de batalla por lo que creía y por cómo su lucha diaria se ha realizado con un doble esfuerzo que nadie sabe.
Pero la llaneza serena de Rembao no es sólo provinciana y revolucionaria. Tiene esos orígenes, pero mayor contenido. El hombre ha tenido una vida juvenil de obstáculos y dificultades y su espíritu es, como el de todos los mexicanos, ardiente, tormentoso y atormentado. No es su serenidad la del agua mansa de la fuente, sino la del mar vencido por su entereza. Ha limado aristas, ha llenado huecos, ha podado excrecencias, ha domado al potro bravío lo lleva con maestra seguridad de la rienda. Un amigo común me decía: es un hombre que se ha encontrado a sí mismo.
Rembao es evangélico. Pertenece a la Iglesia heterodoxa y lucha dentro de ella y por ella. Pero no le he conocido nunca, desde que lo trato, y ya van diez largos años, la menor pasión sectaria. Si no supiera yo que es militante, no lo hubiera notado: de gentes de todas las religiones vive llena su casa. Si hubiera yo sabido que es cristiano y que se empeña en serlo. El perdón de las ofensas, el servicio al prójimo, la comprensión de los pecadores, el consuelo para los desdichados y el dominio de sí mismo para marchar hacia el bien, esto es, la vigilancia cuidadosa de sus actos diarios, muestran un alto ideal de vida. Sin prédica formal, sin aparato externo, sin mecanismo de parroquia.
Estoy hablando del hombre, y al hacerlo hablo del escritor. Lo que se dice de él puede decirse de su literatura. Su prosa está transida de Biblia, pero es su esencia una prosa barroca de mexicano. El concepto suena a Gracián, pero lo sigue la risa ranchera, la pirueta bromista y caprichosa. Aun en el editorial de tipo político religioso surge el chihuahuense versado en letras clásicas y en relatos campesinos.
Su gracia es indefinible, y me estrellaría si quisiera definirla en un artículo volante como es éste. Quisiera yo recoger de sus libros algunos de sus típicos decires, y algún día lo haré. Baste aquí un ejemplo de su conversación, muy reciente. Una pintora española decía en casa de Rembao a un grupo de escritores hispanoamericanos, que el pintor está más cerca que nadie del misterio de la creación porque el mundo se hizo con las manos. Rembao le contestó, entre veras y bromas, que no, pues se hizo con el Verbo. del tema trascendental dió el salto la agudeza guasona, que yo siempre sé que va a venir por cierto peculiar brillo de sus ojos: más que con el Verbo, con el soplido. Imitó el sonido del soplo y añadió. Por lo que, bien visto, el universo viene a ser la congelación del soplido. No necesito decir que parecidas cabriolas se han visto repetidas, con igual gracia, cientos de veces. Quien lo haya leído y lo haya tratado lo sabe bien.
El Rembao conversador no tiene superación posible. Yo, también conversador, recuerdo a sus semejantes de muchas latitudes, pero a ninguno mejor. su viaje atento por la vida diaria y por la vida interior se añade el viaje material por el mundo. De sus visitas a Europa, a Suramérica, al Asia. donde fué huésped de Mahatma Gandhi brota un caudal de recuerdos y observaciones alegres, reidores y a menudo profundos. Siempre he creído que cuando se dedique a escribir rememorando su infancia en Chihuahua, su adolescencia en la Revolución, su juventud esforzada en Nuevo México y California y los hombres y las cosas de sus viajes, tendrá el mayor éxito literario. no es su casa un sitio donde se juntan las amistades de tantos lugares. Qué casa hispanoamericana tiene mejor selección? Repaso a la carrera en la memoria y veo allí a Carlos Pellicer, a Alfonso Reyes, a don Manuel Gamio, a Luis Alberto Sánchez, a Cossío del Pomar, a Raúl Roa, a don Fernando Ortiz, a mil más. para los que aquí vivimos ¿qué mejor refugio del vendaval de la pasión, de la intemperancia, de la furia cotidiana?
El profesor, el periodista, el escritor, el director de revistas y publicaciones, revolucionario mexicano merecen otros muchos co Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica