REPERTORIO AMERICANO 105 Permanencia de Antonio Machado Por Nicolás GUILLEN (En Hoy. La Habana, 27 de Febrero. 1949. La guerra que Franco desató en el verano de 1936, iba a costar a España tres grandes poetas: Antonio Machado, Miguel Hernández y Federico García Lorca. Rasgos diversos del vasto perfil hispánico, pero coincidentes en el dibujo de una fisonomía universal.
Uno de esos poetas, García Lorca, no tuvo jamás ubicación política, ni mucho menos inquietud revolucionaria. Ella no anula la gracia de su verso, el cual se sostiene flotando en un limbo de brillantes colores, logrados con deliberada ingenuidad, como acontece en la obra de todo gran artista. Sin embargo, alguna vez la urna de oro deja escapar vapores sulfúricos, y estalla el drama violento. Se precipita entonces un odio largamente contenido, sofocado: un odio de campana neumática, como en el romance contra sí, señores. contra. la guardia civil. Ese solo poema salvaría a Lorca en el amor de su pueblo, si no estuviera salvado ya con la limpia preferencia que siempre le dedicó: Mientras el poeta gitano no es político, los otros dos sí lo son. Miguel Hernández asumió una postura muy clara tan pronto sonaron los primeros tiros de julio. Fué militar.
soldado, como en su día Cervantes y Garcilaso. Aunque no peleó por su rey. lo hizo por la gente de su cercana sangre y afin condición. Herido voy, herido, mal herido, sangrando por trincheras y hospitales.
Antonio Machado fué un filósofo, un poeta de ideas, y también un cantor de tierna transparencia popular. Reflejó en gran parte de su obra la angustia crítica de una cultura en busca de zonas más anchas, más auténtica ante el súbito freno impuesto a su destino. Al propio tiempo amó el mundo sencillo, decoroso, el mundo ingenuo de que siempre viose rodeado, y no sólo con amor lírico sino con sabiduría constructora, vigilante; con preocupación y ocupación de futuro.
Lorca murió a balazos, en el campo, aún con estrellas, de la madrugada. El poeta soldado, que debió cumplir el sino violento del autor del Romancero, dejó sus pulmones comidos por la tuberculosis en una cárcel oscura y fría, la de Alicante. Antonio Machado se desploma a las puertas de la patria invadida, en tierra francesa, como un gran árbol desarraigado por la tormenta.
neración del 98 halló grave resonancia en el autor de Campos de Castilla. Para los jóvenes de hace cincuenta años, recién salidos al ejercicio de lo español, el latigazo de Cavite y Santiago de Cuba alcanzó una eficacia revolucionaria. Frente al desconcierto y desorden reinantes en aquella casa habitada por señores venidos a menos por viejos nobles arruinados. estalló una rebelión súbita, que cerraría contra la rémora adherida a un barco no sólo detenido, sino próximo al naufragio. Como quiso Cánovas habíase perdido el último soldado y la última peseta: los inconformes del 98 bajaban al ruedo a pelear porque se salvara al menos la cultura española en sus más íntimas y universales esencias. Pero el rumbo inicial, que parecía tan definido, bifurcose a pocos pasos del punto de arrancada. Aquolla necesidad de encontrar un fuhrer en medio del desastre (a que se ha referido alguna vez el poeta Salinas) empujó a las figuras más impacientes del 98 por un camino largo y accidentado aunque parecíales el más cortoque vino a parar a los comienzos del siglo, otra vez; o mejor dicho, a los años postreros del siglo anterior. Vagos sueños de reconquista americana, voluntad de imperio. predominio clerical y castrense, dictadura. Falangismo, en fin.
Antonio Machado no dudo, como Unamuno. No cayó como el vasco genial, que fué arrastrado momentáneamente por el agua franquista, aunque ello fuera en seguida torcedor implacable en su conciencia. Se quedó junto a su pueblo, vale decir junto a sí mismo. En su propia vida halló materiales preciosos con qué servirlo diariamente, bebiéndole los suspiros y las lágrimas, acompañándole en sus canciones. En cuanto a mí escribió por aquellos días. mero aprendiz de gay saber, no creo haber pasado de folklorista, de aprendiz, a mi modo, del saber popular. Su poesía confirma tan discretas palabras. Ella no sólo se nutre de misterio, de paisa je el hondo y grave paisaje de Castilla sino que busca a lo largo del camino el alma de las gentes simples, dolorosas, grises, que andan a su lado: Son gentes buenas que viven, laboran, pasan y sueñan, y que un día como tantos reposan bajo la tierra.
Antonio Machado (Poco antes de morir)
Los que le vimos hace doce años, en Valencia, guardamos de Antonio Machado un recuerdo familiar, complementario de la lirica estampa en que nos lo entregó para siempre Rubén Darío. Prócer de estatura, el cuerpo sólido, ligeramente encorvado por los años, la cara de líneas firmes e irregulares, espaciosa la frente y muy alta, como de torre. Su desaliño personal, que hubiera parecido de astrónomo o de matemático si no supiéramos que fué una licencia poética, trasmitía a su figura un encanto suave de sorprendida ingenuidad. Parecía valerse de lo indispensable y urgente pa ra insertar el espíritu, para hacerlo vibrar en ordas anchas, luminosas; en círculos esparcidos desde el sitio en que se derramaba su voz.
Como ningún otro poeta de su tiempo en España, resumió Antonio Machado la ansiedad de un camino nuevo al desplomarse la gigantesca estructura del imperio americano. La que llamara uno de sus contemporáneos geAníbal Casás, joven catalán que enseña en das, muy bonitas, muy graciosas, picantes y Columbia, estuvo muy bien inflado, cere deslenguadas. Sara de Struuck tocó muy bien monioso, pedante, culterano en su interpreel piano y bien combinados salieron los magtación del catedrático enamorado de Rosita, níficos versos de Lorca con un preludio de a quien Federico, en una de sus ingeniosas traBach; y terminó el acto con una chusca polka, vesuras, recogió de los ambientes universitarios de auténtico sabor.
de España.
El último acto sumó a un buen actor: Juan En el segundo acto la dolorosa y ridícula familia de las solteronas cursilonas. la maStruuck, catalán vuelto después de muchos dre, Margarita Ucelay Da Cal, estupendamen años a la afición teatral, en una perfecta cate maquillada, acierta en cuanto hace y dice; racterización de Don Martín, el viejo y triste y Graciela Iduarte mexicana. Elisa Elm profesor de preceptiva, provinciano escritor y hart chilena y Sara Struuck chileno es poeta a quien Federico le cuelga estos versos: pañola en la difícil y conquistada escena de ¡Oh madre excelsa! Totna tu mirada conservar el poema de Federico con frases suela la que en vil sopor rendida yace; tas, perfectamente cursis con sus complicados recibe tú las fúlgidas preseas trajes y sus monumentales sombreros. En el papel de las Ayolas, las hijas del fotógrafo de y el hórrido estertor de mi combate. Granada, muy bien Margarita Blondet Hogan, y al más joven de los actores, Manolo Monprofesora de Barnard, y Lulú Bonelli de Has tesinos, granadino, estudiante, hijo del Dr.
tings, las dos puertorriqueñas, muy bien vesti Manuel Montesinos, alcalde que fué de Granada, y de Concha García Lorca. Sobrio y seguro el muchacho, es él quien aparece, como hijo de una de las manolas han pasado veinticinco años y en la triste derrota de la vida de Rosita le da la puntilla de la vejez con el temido y definitivo Doña Rosita.
Habrá que agregar que, entre bastidores, estaba también Francisco García Lorca, profesor de Columbia y de Queens College, inteli gencia andaluza que recuerda la frase de Darío: finos andaluces sonoros. buen conocedor y sentidor de la obra de su hermano, colaboración esencial para el éxito conseguido.
En Nueva York, pues, un grupo de gentes de todas partes, guiados por el conocimiento de la obra de Lorca y, además, sumergidos en su recuerdo, ligados a su sangre y a su talento, hermanos de su carne, tocados ayer y hoy por su genio, hijos de su misma época y de sus mismos ambientes, han llevado a cabc una representación para la que todo elogio nos Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica