76 REPERTORIO AMERICANO Camino a California Impacientes algunos viajeros vadeaban las aguas mojándose hasta la cintura para comPor Antonio REBOLLEDO probar la fuerza de la corriente. Los únicos que no demostraban ansiedad eran los More(En el Rep. Amer. no, acostumbrados a recibir de buen humor los tropiezos de la vida.
California es un imán para los turistas, don Francisco tenía que frenar con energía pa Clarita se valía de sus encantos femeniles para los turistas que van a dejar su dinero y ra que con el ímpetu del descenso no fuera a para reclamar sobre sí la atención de los hompara los que van a buscarlo, porque también pasarse de largo en una de esas curvas y ca bres y lucía picarescamente su cuerpo ágil y hay esta clase de turistas. los unos les atraen yera al abismo con tan numerosa prole. Había turbador. Su rostro moreno, sazonado de sol, sus ciudades, seductoramente anunciadas en las llovido con fuerza la noche anterior y aunque contrastaba lindamente con el rojo artificial revistas de moda; su afamado clima templado, el sol lucía alegremente, era de extrañarse no de las otras mujeres, y su cabellera de azabaaunque se descubra que en Los Angeles se so ver coches que pasaran en dirección opuesta, che, con el oro y amarillo de ellas.
foca uno y en San Francisco tirita: sus playas La experiencia de tanto via je hizo maliciar a Al cabo de hora y media de espera, cuando alegres, sus hoteles lujosos, sus teatros magní los Moreno que algún arroyo formado por la las aguas habían cedido un tanto, se arriesgo ficos, sus museos, sus acuarios, sus parques y lluvia hubiera obstruído el paso; pero ellos no temerariamente el primer coche, un Buick todo cuanto un país rico puede ofrecer para llevaban prisa y era divertido tropezar con no poderoso, con tan poca fortuna que quedó en solaz del viajero. a los otros los turistas vedades o incidentes que rompieran la mono medio mismo de la corriente, inútil, el motor forzados que van a caza de los trabajos tem tonia del camino.
inundado. Diseñados para carreteras lisas, esporales durante las cosechas de frutas y legum Al pie mismo de la colina se extendían tos magníficos coches modernos, como cababres sus huertos y sus campos fértiles y veinte varas de un arroyo turbulento de aguas llos de carrera extraviados en un pedregal, revastos, sus viñedos de apretados racimos, sus amarillas, demasiado torrentosas para arriessultaban lerdos, atolondrados, demasiado bahigueras de dulcísimas brevas, sus naranjales gar cruzarlo. Una larga fila de coches se alirrigones para esquivar los estorbos de los cade hojas fragantes, sus duraznos, sus perales y ncaba en ambas orillas. Ansiosos sus ocupan minos accidentados. Con aquella solidaridad sus interminables campos de hortalizas, de le tes agrupábanse a ver correr las turbias aguas. que crea el peligro, varios hombres se metieron chuga y espárragos, de tomates y de remola Tras de Valentina no tardó en llegar un lujo a sacarlo.
chas, los cuales, por fortuna, no maduran a so Dodge. flamante, lustroso, ocupado por Media hora más de espera y don Pancho se la vez, dando así tiempo para que estos pere una elegante pareja y un niño como de tres fijó que Valentina, viejo jumento entre cagrinos del trabajo hagan un gran recorrido de años, de grandes ojos glaucos, vestido inmacuballos de raza, tenía elevado el cárter y podría turismo periódico, que a veces empieza en los ladamente, a quien, a la vista de la bullangue mejor que los otros vadear el arroyo. Dió a campos de algodón de Texas y termina en los ra pero nada pulcra chiquillada, se le impidió conocer sus intenciones de cruzar el río y tode remolacha de Wisconsin, después de reco bajar del coche.
dos le animaron, unos por averiguar si ya era rrer toda la California prodigiosa.
Cogidos a grandes distancias de algún pue posible el paso y otros por una morbosa cu Fruit Tramps los llaman despreciati blo refugiador, no quedaba más recurso que riosidad de ver lo que ocurriría, deseosos de vamente los californianos, frase intraducible esperar tal vez muchas horas a que cedieran escenas cómicas.
que delata cierto rencor a esta despreocupada las aguas. Fiesta para los Morenito. Como Adelantose el fordcito desgarbadamente a grey de alegres nómades que pasan por sus ciu alegres y curiosos pájaros se acercaron al río ponerse en línea, se bajaron doña Gumersinda dades, pueblos y aldeas con aquel prestigio ro a mirarlo todo, las gentes, el agua. Se pusies y la chiquillada para aliviarle de peso, le cumántico de lo que viene y se va, encarama ron a echar piedrecillas. La mayor, Clarita de brieron el radiador con una lona para prodos en matusalénicos coches atiborrados de bul nombre, era ya una diablilla coquetona. De tegerlo del agua, persignose don Francisco cotos, los rostros y las miradas hartos de sol: tez apiñonada, lindos ojos y rostro agracia mo si fuera a entrar en batalla y acariciaron acampan bulliciosamente a la vera de sus pue do, se adivinaba bajo sus pobres ropas la car los chamacos a Valentina, que se metió en blos y emprenden otra vez la marcha, ansio ne firme. Hablaban y reían en español, libre, el agua con su resollar asmático.
sos de nuevos horizontes.
sonoramente. En el ambiente había derroche de ¡Bien ganado su nombre de Valentina! esta categoría de turistas pertenecía Fran luz.
Parecía nadar como perro de aguas y como pecismo Moreno, mexicano de Querétaro, el cual.
rro de aguas salió al otro lado chorreando, sano diremos radicaba porque nunca había estacudiéndose con su propio traquetear ruidoso.
do seis meses seguidos en un mismo lugar, si: Lo que veo en la Naturaleza Engreídos sus amos, palmoteaban jubilosos AMISTADES ORIGINALES campos algodoneros de Texas y los huertos de California, ganando su sustento, el de Gumersinda, su rolliza compañera, también de Querétaro y sus nueve hijos, la mayor de quince años y el menor de tres, todos los cuales ayudaban con laboriosidad de hormigas a la empresa paterna, ya sea apañando algodón, como pizcando fruta, gran parte de la cual se la embaulaban golosamente ahorrando así en la compra y preparación de otros alimentos, como fortaleciendo sus morenos cuerpecillos.
Los once miembros de la familia Moreno viajaban esta vez, como siempre, en un Ford veterano, sin toldo, llantas angostas y largas, y alta armazón, que mucho remedaba a una araña corredora. El fordcito pujaba, crujiente, trepidante, agobiado bajo el peso de tanta mexicanidad. En las cuestas, don Francisco tenía que ceder el volante su replantigada consorte, y él y los mayorcitos ayudaban a empujones a Valentina, como cariñosamente llamaban al coche, que llegaba a la cima sofocado, bufando calor, con viva satisfacción de su compasiva carga.
Camino de California, pues, Valentina se ocupaba a la sazón en dar vueltas a unos endiablados vericuetos en las montañas de Ari.
zona. Afortunadamente era ya de bajada y (En el Rep. Amer. Mi perro, joven policía sólo nobleza y lealtad, tiene ahora un amigo bien original: un cerdo.
Engordamos un cerdito casero y bien molesto, y el perro, falto quizás de mejores amistades, ha fraternizado con el dicho porcino.
Juegan, corren y hasta duermen juntos. ratos disputan, sobre todo cuando se le da un pedazo de pan al perro, pues entonces. oh humana naturaleza! el cerdo se propone arrebatárselo y corre tras su amigo que por entonces ha dejado de serlo.
Lo curioso es que dos tan diferentes personas hayan podido ponerse de acuerdo, aunque sea temporalmente y cuando uno de ellos no logra localizar el otro, se desespera, lo busca. hasta dar con él.
La naturaleza tiene sus caprichos y así hemos de ver un día. hasta el cruzamiento de ese jaez. que no me hablen de que hay diferencias. al final todos somos o cerdos, o perros o. qué sé yo!
Juan CARAZO.
Costa Rica, febrero de 1949.
mente un Oldsmobil que, por atrevido, quedó ridiculamente atascado en lo más hondo.
Este nuevo fracaso hizo general la admiración por el menos preciado fordcito y dió pábulo a una corriente de simpatía que culminó en una acción sencilla y conmovedora. Era una de esas raras, ocasiones en que los hombres, reunidos por casualidad en una situación extraña, se reconocen y se sienten fraternos. Nueve de ellos, ya mojados, cogieron a la extensa prole de don Francisco y la transportaron cuidadosamente a la otra orilla, donde Valentina los esperaba.
Altos, fuertes, rubios, elegantes algunos, echaron a sus robustas espaldas a la morena y gozosa mesnada, como Cristóbales proverbiales. Nueve de ellos, porque no había allí Sansón capaz de llevar a cuestas a doña Gumersinda, que tuvo que meterse al agua, llena de alharacas y aspavientos, empuñada de don Pancho, quien fué a darle su apoyo moral, que no físico.
Clarita aprovechóse de lo lindo para abrazar a un hombre.
Volvió Valentina a empollar a su feliz prole y desfiló ante las miradas envidiosas de los demás coches con el manifiesto orgullo de su proeza.
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