REPERTORIO AMERICANO CUADERNOS DE CULTURA HISPANICA Tomo XLV San José, Costa Rica 1949 Sábado 15 de Octubre No. 21 Año XXX No. 1096 Juana Manuela Gorriti Por GONZALEZ ARRILI (En La Nación de Buenos Aires. Junio 19 de 1949. BAIXE ND Juana Manuela Gorriti Dió vida a una serie de figuras que se desenvolvieron en tono heroico o en gris de humildad y resignación, conforme a modalidades de su época y a falsos mirajes literarios de romanticismo traducido y un tanto rancio en las largas travesías marinas. pesar de ello, resultó una eximia narradora, una muy divulgada novelista y una admirada mujer por su lugar entre las primeras que aventuraron en América hispánica sus pasos por los caminos más que difíciles del relato novelesco. fué por esos caminos donde ganó su fama después de cosechar sus méritos, sin desentonar demasiado con ambientes sociales en que mujer literata se aseme jaba demasiado a esas novedades peligrosas que las buenas mamás de hace no más de cien años querían a cualquier precio alejar de los umbrales de sus casas, aun cuando no atinaran a explicarlo ni medianamente siquiera.
Venía de hogares patricios y toda su infancia pudo ser contada sin fantasear en envidiables ambientes de ciudades provincianas y campos rudos, con ruidos repetidos de sables carabinas de las montoneras que defendían la libertad de la tierra natal y de las patrullas godas partidarias de los despotismos reales venidos de lejos. Sus evocaciones de Salta, donde naciera, encantaban a los espíritus más sutilmente impregnados de los restos dejados por la epopeya emancipadora no terminada aún.
Los cerros de cien colores, los ríos secos o en torrente formidable, los valles lujosamente tapados de verdura, los jardines floridos, los amaneceres demorados en las profundidades de las quebradas, los atardeceres sonoros de silencio y de misterios, aparecían y reaparecían en su memoria inagotable. Las figuras que tomabon cuerpo y sd movían en aquellos escenarios norteños estaban demasiado cerca suyo para dejar de transmitirles el calor de los grandes afectos, que a veces desfiguran, o el sacudón de las propias tragedias, Era hija de José Ignacio de Gorriti, hombre de pluma y espada, el guerrillero cuya historia llena páginas de un interés perdurable; era sobrina de Pachi Gorriti, valentón montonero como el otro, que defendió cada puerta de la quebrada de Humahuaca y peleó en cada ladera de sus cerros, en coda banda de sus ríos y en cada bocacalle de sus pueblos; y era sobrina también del doctor don Juan Ignacio, el presbítero filósofo, diputado, gobernador y maestro de escuela, cuya pluma trabajó segura y firme, como lo demuestran sus Reflexiones, en la formación de nuestra nacionalidad. Güemes, Pusch y todos sus hombres, más sus mujeres, sus madres y sus hijas, anduvieron durante su niñez rodeandola de sorpresas cada día y cada noche, anotando párrafos de un nuevo capítulo de la aun no escrita gran cruzada gaucha en defensa de la libertad.
Venía, pues, Juana Manuela preparada para narrar como testigo escenas ennoblecidas y poetizadas. Ella les dió de añadidura fantasioso despliegue de imaginación novelesca y complació así a las abundantes lectoras de su epoca, aquellas que eran aún capaces de dejar escapar una lágrima cuando lloraba su heroína y se quedaban horas enteras melancólicas y alicaídas cuando el episodio de amor que se leía dejaba de concidir con el final feliz imaginado. Es posible que no pueda citarse en las catedras de literatura a la Gorriti como estilista, pues descuido la forma y con frecuencia se vulgarizaba en la abundancia de su narración; ello no quiere decir que se la borre de nuestra breve historia de las letras, donde ya aparece como el más raro temperamento de mujer que ha producido la tierra argentina (1. a pesar del estilo estropajosamente romanticón.
La tiranía expatrió a todos los suyos. Buscaron refugio en Bolivia. En Sucre transcurrió la juventud de Juana Manuela, y allí completo su instrucción, en tanto iban muriendo lejos de la patria de los sacrificios incontables padres y tíos. Casó en Bolivia con Manuel Isidoro Belzu, que andando los días se vió, por azares políticos, hecho presidente de aquella república, de la misma manera que un día cualquiein murió asesinado por uno de sus parientes más queridos, especie de Bruto que casi nadie sabe qué quiso vengar o remediar con el apresuramiento de su crimen.
La viuda romántica, frente a la cual, seyún cuentan, hacíanse cruces las mujeres piadosamente curiosas y entremetidas en vidas ajenas de Bolivia y el Perú, que había vivido casi todo el espacio matrimonial separada de su marido, cuya demagogia excesiva no pudo soportar de cerca, supo cumplir con los deberes indicados por la situación y corrió al lado del esposo asesinado. Ello dió, sin duda, cierto aire de tragedia muy antigua a la flamante enlutada, que vivió así, sin proponérselo, algún capítulo de sus cuentos dramáticos.
Como los enconos políticos se agravaban, corrióse bacia Lima y allá, tal como se decía en el idioma convencional de su época abrió salón de semanales tertulias literarias, que adquirió alguna fama, y luego una escuela de nifas con que ganar lo indispensable. La suerte la acompañó durante un tiempo y buenas fainilias limeñas enviábanle sus hijas para ser instruídas en los rudimentos escolares, con lo que secó decorosamente sus lágrimas de potre expatriada y de viuda de un político que cayera rápidamente desde la más abundante popularidad a la insoportable odiosidad de sus propios compinches.
Su cultura y su espíritu, si no su belleza ausente, salvaron a doña Juana Manuela de mil trances difíciles, y los hombres de mayor mérito y las mujeres más bonitas de Lima concurrían a su salón admirando su inagotable fantasía y alabando el decoro de su pobreza, que de tal forma sabía vestir lo pobre con las telas de lo bello y disimular lo prosaico con los colores de lo poético.
Cronistas epistolares de esos que aún quedaban, capaces de traducir en una frase todo un compendio noticiero, referían graciosamente cuánto valían las tertulias de aquella casona colonial, mantenidas con gracia, uniendo a su saber y gusto artístico una exquisita volubilidad que la hacía aparecer frívola, risueña, romántica o apasionada. todo sin que dejarase de señalar, como al pasar, el temperamento melodramático de la rara mujer, que, según le dijeron a Rojas, danzaba misteriosos ritos a la luz de la luna en su jardín limeño.
Volvió a sus pagos nativos, recorrió los lugares de su infancia, evocó las sombras amaNació en la finca salteña de los Gorriti, en Horcones, el 15 de junio de 1819, y alli vió, durante sus primeros años, episodios inolvidables, que narró muchas veces y escribió en su desencantada vejez. Entre ellos va, con caracteres que la hacen perdurable, su visión infantil de la figura de Güemes y el relato vivido de cómo se supo, por boca de su padre, don Ignacio, el fin del caudillo cuando la traicionera invasión de Barbarucho y el lloro tragico y la resolución suicida de la mujer, doña Carmen Pusch, que era bella y gentil.
Estos recuerdos de la primera edad salían de su pluma casi sin artificio y de igual manera que sus trabajos novelados pecan por insuficientemente literarios, estos de recuerdos se salvan por su nítida y espontánea ingenuidad. 1) Ricardo Rojas: Historia de la literatura argentina, tomo IV. Buenos Aires, 1922. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica