Democracy

REPERTORIO AMERICANO CUADERNOS DE CULTURA HISPANICA Tomo XLV San José, Costa Rica 1949 Lunes 20 de Junio No. 11 Año XXIX No. 1086 Presencia y fervor del Maestro de América Por Manuel TORRE (En El Nacional de México, Campeche. la República entera se viste de gala para honrar el centenario del natalicio de Justo Sierra. Ciudad prócer, patinada por los siglos, perla codiciada por piratas y fenicios europeos, heroica defensora de su integridad, a la que cupo el honor de ser cuna de este patricio civil, que al honrarla en su trayectoria, enaltece los ancestrales valores de la urbe de Montejo. Tierra de sangre y mar, baluarte y rito, en cuyo seno misterioso, el cenote de Xtucumbi Xuman guarda aún el secreto de la doncella que oculto para siempre una maldición de amor. Tierra en cuyo mago recinto se funden el laberinto de la caracola, el murmurio de la ola, el cielo de añil, y la roja pulpa vegetal que llevó en alas de la fama el sacro palo medicinal e industrial. Del hechizo de estas tierras tropicales mostró el maestro los más ricos matices de las flores, el más bello plumaje de los pájaros y la belleza sin par de sus mujeres. La Playera trasunta ritmo de mansa ola y cabrilleo de agua dormida, mar zafíreo de vico centelleo, yodo de litoral, lascas costeras, híspido gorjeo de los alcatraces y gaviotas.
Hombre breve, sobrio y noble, de soledad y de justicia, nombre mayúsculo que pronuncia hoy todo un continente con admiración y respeto. Su verbo fué acicate contra el muro falaz del fanatismo. Mensajero de una gesta liberal, en sus labios ardió la tea que sacudió la férula pigmea en pos de la justicia social.
Creyó en México y fué su credo creencia y creación, luchando siempre en apostólico denuedo, sin claudicar jamás. Unidad, libertad, letras, justicia fueron los hitos de su gesta. Su escuela, crisol de juventudes, que abrió el paso a la falange revolucionaria, forjadora de la patria actual. Ingenuo y fuerte párvulo y gigante, su corazón desbordó siempre de ternura.
El pueblo fué su constante estímulo y al pueblo fué su dádiva madura. Precursor de la lucha social, su rebeldía en los postreros fulgores de la dictadura porfiriana, fué una bandera liberal y una tea. Su verbo en los altibajeos de la vorágine, fué nuncio de patriotismo, sembradura y decálogo de ética cultural. Su nombre, como un eco redentor, llega al agro y de uno a otro mar es un són de profecía. Hambre y sed de justicia gritó en el aguafuerte de su admonición al político caduco, sumergido en una satrapía sin gloria. No hay otra religión que la justicia ni otro rey que el hombre, clamó en arenga viril, ante el colegio de togados, formulando el más noble credo de un hombre libre de prejuicios. Sus labios se llenaron siempre con la palabra ¡Libertad! como si presintiera la cruenta odisea futura de su patria, en la que el pueblo, sacudido hasta la raigambre, recobró lo suyo con el mayestático e inalienable derecho a vivir y ser el amo de la tierra.
La divina certeza de un minuto, fué para él el Amor. Hombre de acción y de dinámico pensamiento, esposo fiel, amante del hogar tradicional mexicano, sintió el amor como una coyunda melífica de por vida, sin los excesos de la aventura y del vicio. Así, aspiró a vivir intensamente lo que siendo eterno, aspira a la inmortalidad del pensamiento. Buscando a Dios en sus años juveniles, sumergido en aquella duda que constituyó el mal del siglo. terminó por ser creyente y hallarlo. En su anhelo, pretendió penetrar en el Libro de los Sellos, aquel tremendo Apocalipsis del visionario Juan para ver Dios a través de los símbolos más altos de la kábala. en su excursión por tierras europeas, la estación de Lourdes, fué para él una nueva revelación. No podía ocurrir otra cosa a un corazón ingenuo y senciHo. El contagio místico del éxtasis, penetró en su alma con ese extraño calofrío del misterio superior. sin poder contenerse, en la antesala del milagro, se postró para besar los pies de la carcomida estatua, que fué otrora escultura bellísima, repitiendo la parábola del monje Teotimo en Cesárea tan cara a Enrique Rodó.
Una oración tan grande como un mundo, fué su ex libris filosófico. Oración universal, desprovista de ficción y estipendio de hierofantes, oración pagana y amorosa, capaz de cobijar bajo sus frases todo el desamparo del hombre. Francia le dió su frágil elegancia. Aurevilly y Nerval su estro sonoro. El padre Hugo el arrogante impulso. Así se plasmo en los espléndidos versos del maestro, una vigorosa resonancia, que describió cuadros románticos, episodios heroicos, interrogaciones al más allá, vibraciones tímidas de amor, discreteos versallescos. Más de una vez asomó en las pulidas y aladas estrofas de oro, aquella pícara marquesa Eulalia de Rubén Darío, cuyo frivolidad gustó de abates, poetas, cortesanos y enamorados, de gavotas y pavanas sentimentales, de pelucas empolvadas, guantes perfumados, rapé, casacas entorchadas palacetes de mármol en jardines de ensueño. Amador de peñascos y de cimas, desde los años mozos en las rocas costaneras del Campeche natal, subió lógicamente al Himalaya del pensamiento con su metáfora cívica derramada como un acicate en la maga noche septembrina. Noche en que el sol brilló. La paradoja se deshojó en todas las almas como un joyel evocando el jocundo fruto del Padre, en el epicedio suntuoso.
El ansia viajera lo condujo a Yanquilandia. en ella vió a los hombres de la gran democracia separados por razas y prejuicios. un lado los blancos y al otro los negros y mulatos. El alma evangélica del maestro se sintió desfallecida en la Babilonia de los rascacielos, como la de Jesús en Jerusalem al ver el templo usurpado por los negociantes fariseos. el maestro prefirió el hormiguero neoyorkino, el ludir de las cigarras nativas, trópico abajo, en el solar de los abuelos, desprovistas de codicia y ebrias de sol y másica. El Arte antiguo en los museos de Roma, sacudió su alma con el fervor de lo inmortal, pero como el abate Froment en la obra de Zola, al contemplar desde el castillo de Santangelo, la urbe de las siete colinas la vió sucia y triste, socavada por la ambición, adormecida en el recuerdo.
PBAIXENCE Justo Sierra Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica