REPERTORIO AMERICANO 163 AHORRAR es condición sine qua non de una vida disciplinada interesen los valores morales. En la misma contienda pasada, en la resistencia subterránea contra el invasor, iqué cantidad de heroísmo! ahora, hasta en los países destruídos por la guerra, me consta que resurge la pasión por los problemas intelectuales, se pronuncian conferencias literarias en salas desmanteladas, hay reuniones filosóficas entre las ruinas, en unas hojas de mal papel se imprimen publicaciones en que apuntan las ideas nuevas. No lo dudes: estamos en vísperas de un renacimiento espiritual. Pues yo lo dudo. Pero, en fin, terminemos ya esta vana polémica. Vámonos a la calle. Te prometo caminar por la acera del sol. Por ella irás sin darte cuenta. La juventud, aunque no quiera, marcha siempre por la acera de la luz. Lleva tánto optimismo en el corazón que puede muy bien, sin arruinarse, permitirse el lujo de ser pesimista. En cambio, los viejos, si no guardáramos avaramente un poco de optimismo, no tendríamos nada. Nos vamos. Espera un poco. Queda tanto por decirl. todavía la botella. lo ves. está medio llena.
DISCIPLINA es la más firme base del buen éxito LA SECCION DE AHORROS del ESTAMPAS DE GUATEMALA Templos y Mercados BANCO ANGLO COSTARRICENSE (En el Rep. Amer. el más antiguo del país)
está a la orden para que usted realice este sano propósito AHORRAR En las reuniones sociales, en las oficinas públicas y en los despachos particulares, en los clubs y en las calles, por más que aparentemente las gentes se manifiestan con entera espontaneidad, las circunstancias que las rodean y los intereses que las mueven originan acciones o inhibiciones que no exteriorizan el pensar, el sentir o el querer de los individuos, y sólo corresponden a un querer colectivo que nos mueve a todos, como la ola del mar que arrestra en sí el diminuto cuerpo de la gota.
Quizá como la gota en la ola, nuestra vida espiritual no sea más, en estas ocasiones, que un menudo fragmento de la vida colectiva.
Aquí un saludo; allá la zalamera oferta del vendedor; más allá la disculpa que se ofrece al transeúnte con quien se topa uno en la acera; todo esto parece nacer a impulso de nuestro intimo afecto, y las más de las veces no es otra cosa que expresión de un interés mezquino, o un simple acto habitual y por ende mecánico.
Pero hay dos lugares en donde el hombre, no obstante la concurrencia de sus prójimos, parece eludir, en parte al menos, las influencias exteriores, para proceder de una manera más espontánea, es decir, más acorde con sus propias urgencias espirituales: en el templo y en el mercado ese espíritu rompe las reatas con que lo sujeta el medio y, en la respectiva esfera de sentimientos, el hombre haIla libre su espíritu que vuela o se arrastra según su particular menester. Alzado a cumbres de devoción en el templo; aferrado a intereses de lucro en el mercado, el hombre, sabio o ignorante, rico o pobre, joven o anciano, se siente dueño de sí mismo. Embebido en la súplica a la divinidad o en la contemplación de insondables misterios en la casa de Dios, o estimulado por la codicia o por el interés de alcanzar lo mejor por el menor precio, en el mercado, el hombre procede sin temores, ni respetos, ni vergüenza, ni otras inhibiciones, de manera que en uno u otro sitio, el alma, hasta donde esto es compatible con sus propias urgencias psíquicas, se desnuda, y libre de embarazos se siente señora de sí misma. Para observar, pues, a las gentes de un pueblo en sus actitudes sinceras, aquellas que definen y demarcan su personalidad, hay que contemplarlas en los templos o en los mercados.
En los templos y en los mercados, pues, hemos buscado a los hombres de esta raza vernácula de América, a los indígenas, para mirarlos allí a la luz de su propia espontaneidad que, tratándose de hombres que no han afinado su cultura, es ingenuidad. Lo admirable es que aquí, en templos y mercados, hemos visto surgir ante nuestra curiosa indagación, la nítida y bien definida personalidad de estos hombres, no obstante los cuatro siglos de opresión o represión que sobre ella ha impuesto el contacto con la civilización europea. El europeo: conquistador de los primeros días, colonizador de ayer, educador, o sacerdote, o periodista, o guía en cualquier forma, el europeo o americano europeizado, que es peor, se ha empeñado siempre en civilizar al auténtico hombre de Amérita, y para eso ha pretendido transformar a este hombre de América, en vez de desenvolverlo, de cultivar sus aptitudes, de afinar su sensibilidad, pero manteniendo siempre incólume su espíritu, sin deformaciones, sin asimilaciones, en fin, en palabras justas, sin obligar a prevaricaciones o a la traición a la propia dignidad.
Aquí, en templos y mercados, está todavía el indio que, lástimal, ha desaparecido de otros sitios. Se revela aquí el alma del indio, y se muestra plena y nítida. En la calle y en otras situaciones, la presencia del blanco aun ejerce su represión, y el indio, si habla su lengua lo hace en voz baja; en el mercado grita su idioma, lo destaca, como si en un altorrelieve fijara su pensar y su sentir y su querer; y en el templo, cuando el fervor lo liberta y lo fortalece, es su lengua la que oye Dios. Dios no lo oiría si le hablara en español. Pero no es sólo su idioma lo que hace que veamos al indio levantarse como personalidad; son también sus ritos: ritos en templo católico, que todavía tienen mucho de pase mágico y aun de danza ritual. No ha perdido, pues, el indio su propio modo de expresión, la originalidad de sus actitudes, a pesar de los cuatro siglos de influencias contrarias. El indio, hablando su lenguaje y apegado a sus ritos, cuando vive la vida plena y libre, aun entendiendo a su manera las prácticas religiosas no obstante ser sincero y convencido católico, yergue orgullosa su personalidad y la opone como un baluarte al afán de exterminio de su raza. Es decir, el indio ha aceptado elementos de la cultura que le llega del Este, pero ha conservado, no obstante los cuatro siglos de dominación, si fisonomía espiritual, esto es, su personalidad, la personalidad del hombre de su raza. allí está también viva esa personalidad en los tejidos y en los colores de sus ropas, y en sus terracotas, y en sus jardines, y en su música. Lástima; lástima grande que ya la marimba se va trocando en la puerta de la deserción; acompañada de instrumentos exoticos ya no es la voz de la madera del bosque americano. Vuelvan los músicos de acá al camino de la reivindicación. Pero ésta es una excepción tan sólo, y no está consumado el desastre. La vida corriente nos dice que hay aún en el indígena americano, en este de Guatemala más que en otros, una personalidad aprovechable como cimiento robusto de la nueva construcción cultural de nuestra América.
Hernán ZAMORA ELIZONDO.
Guatemala, en marzo de 1949.
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