156 REPERTORIO AMERICANO La ciudad, sumergida en las tinieblas, parece un cuerpo muerto que, en su féretro, la luz de los incendios iluminan, con llamas de cirios gigantescos.
Dijérase que la guerra sirve al amor de aguijón, en su lucha por salir de la muerte vencedor.
innumerables, que están, para llevarme sobre ellos, llamándome sin cesar.
No creas que me he olvidado de nuestra vieja amistad. Otra vez. mar, en mi vida; otra vez, mar!
Densa llovizna, silenciosa y gélida cae sobre la ciudad como un sudario que la empapa en su hielo y que la envuelve en un ambiente fantasmal y trágico.
Sangre que puede perderse hierve con ese temor, y clama por perpetuarse con febril exaltación.
En la sima del horror de su silencio, el ruido del combate que la cerca dijérase el hervir no interrumpido da una olla fabulosamente inmensa.
Asidos van por el talle los novios, con su ilusión, como si estuvieran solos sobie la tierra los dos.
Noche de espanto y pesadilla. Noche de la ciudad cercada por la muerte, con el plomo y el fuego en sus entrañas y corona de espinas en sus sienes.
Si es un instante la muerte otro instante es el amor, y al cabo esos dos instantes toda nuestra vida son.
Frente a ti le nacen alas al corazón, por demás; y a su contacto se eleva, sediento de inmensidad, hacia el misterioso cielo, en busca de un más allá.
Dijérase que tu cósmica energia virginal en mis venas se infiltrase contagiándome tu afán; por eso creo sentirte en mi pecho al respirar, y dentro de mis pupilas tu azul infinito está. Otra vez, mar en mi vida; otra vez, mar!
Cuerpo de la ciudad que empapa al negro alquitran de la noche, cual si fuera el cuerpo vivo de una condenada que en una hoguera gigantesca queman.
Está el aroma del mundo compendiado en una flor, y la luz de cielo tierra cabe en un rayo de sol. en la sima del horror de su silencio.
el ruido del combate que la cerca; que es cilicio clavado en su cintura; que no cesa un instante, que no cesa. si un beso es luz y aroma. qué mucho que el corazón se de todo él en un beso que eternice su pasión?
Frente a la muerte que acecha con su fúnebre crespón, el amor pasa vestido de divino resplandor.
Viejo amigo, siempre joven, eterna es tu mocedad tu inquietud atormentada. cuándo, di, se calmará?
Corrientes que entre sí chocan, olas que vienen y van.
La fuerza que las empuja nadie sabe dónde está; pero cumplen su destino, en perpetuo batallar. Ay, del espíritu, cuando al mar no semeja ya. Otra vez, mar, en mi vida; otra vez, mar!
Nadie piensa que hay guerra. El sol ahuyenta los fantasmas del miedo, en esta tarde de domingo otoñal, que es un alarde de oro y azul, donde la paz alienta.
No puede, quien no lo ha visto, imaginárselo, no; negros horrores de infierno y en él una luz de Dios.
La multitud a cada instante aumenta; para gozar del sol nadie es cobarde, y la alegría es otro sol que arde en la ciudad, que la metralla afrenta.
La ciudad está asediada, toda a tiro de cañón; por sus calles va la muerte.
Pero también va el amor.
El aire rasga el lúgubre silbido de las granadas, sobre los tejados, y aquí y allí atruena su estallido. Bajo nubes de polvo huye la gente; sobre escombros y cuerpos destrozados sigue brillante el sol, indiferente.
En lucha contigo mismo siempre venciéndote estás.
Hasta lo más hondo agita tus aguas el huracán; los abismos del naufragio en ti abre la tempestad; ti agedias como las tuyas nadie puede imaginar; pero sobre ellas se impone siempre tu serenidad inmensa: la que quisiera al cabo de mi alma encontrar, en tu ritmo sosegado con gracia de eternidad. Otra vez, mar, en mi vida; otra vez, mar!
De la ciudad, cuando era niño, huía por los hondos caminos vecinales, que atisban bosques y cañaverales y donde libre, a solas, me sentía. La ciudad está asediada, toda a tiro de cañón; por sus calles va la muerte.
Pero también va el amor.
En el polvo reseco el sol ardia; v, entre un punzante aroma de rosales, de jazmines y huertos de frutalos, toda la tierra, en torno, florecía. Nadie sabe en qué momento, en qué lugar ni ocasión, estallará la granada con siniestro resplandor.
Por aquellos caminos yo soñaba huir de mi niñez, y me buscaba a mí mismo, ya hombre, en el futuro.
Sale de su laberinto, igual que un pájaro ciego, mi corazón, para ir hacia su nido primero.
Ahora por ellos vuelve el pensamiento, en busca de aquel niño, que dió al viento su corazón ilusionado y puro.
Mensajera del espanto es trágico surtidor de metralla, que difunde la muerte y la destrucción Lo guía un punzante aroma de azahares en su vuelo.
Retorna a un ayer lejano y bello, anulando el tiempo; Su silbido nos anuncia la muerte en todo su horror; un horror que imaginarse no podrá quien no lo vió.
desanda años en segundos, enal si el tiempo fuese un sueño, y con su niñez dichosa Otra vez, mar en mi vida. Otra vez, mar!
Viejo amigo de mis sueños gue retoñando ahora están; a tiempo vuelvo a encontrarte, a tiempo de navegar. Oh, qué triste hubiera sido no volverte a encontrar más!
Tus olas son como brazos Tampoco quien no lo ha visto puede imaginarse, no, junto al horror de la guerra el milagro del amor, se encuentra bajo tu cielo. Oh, Tucumán de mi anfancia Tucumán de mis recuerdos. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica