362 REPERTORIO AMERICANO SELECTA HCIA La Cerveza del Hogar KELEGT EXQUISITA SUPERIOR de temor al continente. Libremos de temor a todos nuestros hermanos de América. Hagamos surgir, de este lado de los Océanos, un mundo en que todos puedan vivir su propia vida. No, un mundo en que sólo puedan vivir libremente los héroes. No, un mundo en que para ser libre sea necesario ser valeroso.
No. Yo pido más. Yo espero más de la América del futuro. Yo exijo más del continente fuerte unido que todos ansiamos habitar. Yo confío en la realización plena de una vida común que garantice paz, trabajo, libertad, no solo a los fuertes, no sólo a los que tienen cualidades especiales para arrancárselos al destino, sino también a los débiles, a los tímidos, a los humildes. Es lo menos que puede y que debe brindar a sus hijos un continente que. aún reza a Jesucristo. según el verso sublime de Darío. Arranquemos del alma de nuestros hermanos el miedo a la opresión, a la injusticia, al hambre. Mientras no lo hagamos, ya casi van perdiendo el sentido los conceptos clásicos de la honradez, de la sinceridad, de la virtud cívica. Por qué toleramos aún que sea precisa la heroicidad para ser bueno. Por qué no podemos garantizar el libre ejercicio de la bondad? En un mundo hostil, mercenario e injusto como el que nos tiene en sus garras, la virtud se ha convertido en el monopolio de unos cuantos seres privilegiados. De aquellos que recibieron de la naturaleza particulares dones de vigor moral. bien de aquellos que, en una u otra forma, ocupan posiciones que los elevan por encima de la necesidad y aun de la tentación. yo sueño con un medio en que el hombre de la calle ese cualquiera con que tropezamos todos los días pueda ser honrado y sincero sin temor a que eso le cueste la libertad o la vida. pueda darse el lujo supremo verdadero regalo del espíritu de ostentar púLiicamente las mismas opiniones de Jesús, que Bolívar o que Lincoln sin tener que sufrir lo que ellos sufrieron. Porque si esto no ocurre, habremos de convenir en que Jesús, Bolívar y Lincoln pasaron en vano por este mundo. en que, como dijo el segundo de ellos: ron en el mar.
Y, así planteado el tema, yo me atrevo a marcar el camino que lleva a la unidad de América por la Cultura y la Economía. como una exaltación de los valores humanos continentales. Como una labor conjunta de pueLlos y de gobiernos, encaminada al robustecimiento de la personalidad humana. Algo que, a través de todos los múltiples esfuerzos que requiere, tienda a inculcar en el que manda la generosidad, en el que obedece, la comprensión, y en todos, el respeto y la fraternidad hacia sus semejantes. Y, lo más patético de todo esto consiste en el hecho de que, al expoterlo, no estoy dando a la luz un nuevo y extraordinario concepto de la vida. Estoy simpiemente repitiendo las grandes verdades que informan el concepto de la civilización. Esas verdades que, como dijo Chesterton,. se han vuelto locas. Esas verdades que, de tanto ser repetidas como argumento para sostener tesis antagónicas, ya no se reconocen entre ellas misras. Verdades que son cristianismo, humanismo, justicia social. Verdades que brillaron en el rayo de Jehová como en la dulce palabra de Jesús. En la quietud monacal de la Edad Media como en el látigo de la Revolución Francesa. En el discurso de Gettysburg como en las proclamas de Bolívar y de San Martín. Verdades que el mundo ha conocido como relámpagos en medio de su inmensa noche y de las que todavía no hemos sabido hacer una luz permanente. ellas siguen siendo las mismas.
64. araCuantas veces sepamos buscarlas refulgirán con la misma intensidad original. Quizá no hemos sabido aplicarlas. Quizá no hemos encontrado cl camino de hacerlas entrar dentro del hombre mismo de modo que se integren a su espíritu.
Será que hemos olvidado al hombre. Será que hemos confiado demasiado en las corrientes generales, en la orientación de las sectas, de los partidos, de las escuelas filosóficas? Séame permitido creerlo así. Séame permitido sugerir que, al lado de los lineamientos generales, debemos siempre luchar por la penetración individual del concepto. Creímos durante mucho tiempo en los grupos de hombres, sin comprender que, al fin y al cabo, cada grupo no podía ser otra cosa que una incorporación de individualidades en el conjunto. Hoy ha llegado la hora de rectificar.
Decían una vez de un pastor protestante norteamericano que no sólo predicaba la Biblia sino que la vivía. Hay algo que todavía ro hemos hecho en América y es, precisamente, vivir la letra misma de nuestras constituciones, de nuestras leyes, de nuestros postulados Gemocráticos. Vivirla dentro de cada uno de los habitantes del continente. tampoco heinos sabido vivir el espíritu internacional que cmana de las conferencias, de los tratados y de los discursos de los diplomáticos. El hombre de la calle ese hombre por cuyos fueros vuelvo yo tan a menudo. ha llegado a considerar como natural el divorcio entre esos actos protocolarios y la realidad. esa consideración del hombre de la calle, del ciudadano común y corriente de América, es una verdadera desgracia continental. Confesemos que todos somos un poco culpables por ello. Confesemos que asistimos a las conferencias, que firmamos los tratados y pronunciamos los discursos diplomáticos a sabiendas de que lo que ofrecemos no puede cumplirse en su integridad. Confesemos que, en cada ocasión, hemos defraudado al ciudadano de América. que nuestra falta de sinceridad ha trascendido, se ha proyectado fuera de nosotros mismos. que esa falta de sinceridad es un manto de niebla que se cierne sobre todo el continente. Hombres de poca fe nos llamaría nuevamente Jesús. yo me atrevería a proponer que empezaramos de nuevo. Que volviéramos a pronunciar todas las palabras dichas, pero con un nuevo impulso en el alma. Que volviéramos a prometer, pero con el deseo de cumplir. que fuéramos buscando, dentro de cada hermano continental, el germen de la duda para sustituirlo con un concepto nuevo de una verdad vieja: la armonía internacional. formemos así la nueva cultura de América. Cultura que sería la misma que ya conocemos en su forma. Pero que se esparciría a!
calor de un nuevo y sincero entusiasmo. No busquemos la fórmula salvadora de una nueva receta. Tomemos nuestro tónico vital de siemfre. El aire libre de nuestros bosques y de nuestras montañas. El agua limpia de nuestros 1103. Pero hagámoslo con plena conciencia de que deseamos vivir de ello. Inculquemos en nuestros hermanos el sentimiento rejuvenecido de nuestra fraternidad. Pero hagamos lo que decimos. Vivamos lo que predicamos. el ciudadano de América creerá otra vez en nosotios. Pero, sobre todo, no esbocemos un nuevo plan. No lancemos otra teoría. No formemos una nueva secta. No hagamos nacer una nueva corriente filosófica. No volvamos al mundo de los sistemas. Conformémonos esta vez con vivir en el mundo de los hombres. Limitémonos a decir la verdad y a proceder de acuerdo con ella. Consideremos como un triunfo el poder dar muerte al escepticismo continental. Creamos, como en una gran victoria, en el momento en que el corazón del hombre de América vuelva a vibrar al sonido de las palabras mágicas: libertad, justicia, paz. primera vista, lo anterior parece un programa demasiado elemental. Demasiado simple. Poco digno, quizá, de los grandes propósitos que incluye la unidad de América. Pero no nos equivoquemos al juzgarlo. Reconozcamos, primeramente, que las mejores soluciones son siempre las más sencillas. Que el hecho simple de enfrentarse con la realidad es, en sí mismo, una victoria, cualquiera que sea el resultado final. la realidad americana es un monstruo congelado. Es la inmensa frialdad de un continente que ha perdido la fe. Es un conglomerado que considera las palabras como meros sonidos carentes de valor. Un esfuerzo continental que luche por dar contenido real y, sobre todo, humano, a la sociología y a la política internacional, sería como un estremecimiento de calor y de entusiasmo. Como un temblor de vida entre los dos polos.
Y, por otro lado, simple como parece, el proyecto es de difícil ejecución. Requiere el esfuerzo aunado de todas las naciones. La cooperación de todos los habitantes. La simpatía de todos los gobiernos. En una palabra, la vibración del continente entero. Desde el Presidente del país más grande de América hasta el sacerdote, el maestro o el policía rural del último villorrio indígena, todos deben estar prestos a sembrar en cada alma el eco de la honestidad de sus propias creencias y de la sinceridad de sus actuaciones. Habría que revisar. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica