REPERTORIO AMERICANO 123 desasosiego y brújula demente.
Pero nadie sabe, las calles continúan, los relojes continúan, fluye la noche y no termina un río, una planicie. no está en su sitio el puente, una ciudad de estrellas se derrumba; se extravía un anillo de árboles, una cita a la lumbre de los sueños; ya la rosa es distinta, aloja toros de agudos cuernos; fluye la pesadumbre y el olvido oh, la noche, una planicie ah, no se ve en la sombra y la sangre se turba, lentamente se vuelve y petrifica, la sangre subterránea y tempestuosa que circula en lo hondo, lo tierno, lo cercano del alma.
ME Respiran hacia adentro las valvas. Una oreja De cal saca el molusco y sílabas de Dios.
Sus brazos glutinosos sin distancia ni ausencia Entreabren los oleajes. Faro, lágrima apenas.
Pero nadie sabe, es necesario saludar y despedirse, la sonrisa puntual es necesaria aunque el pecho se hiele, tierra sonámbula y amarga, se hace largo esperar la madrugada, tierra de soledad inexpugnable, la noche, una planicie.
Los pómulos abruptos de la roca nocturna el loco que da vueltas a su pilar de sombras, Todos siguen su vuelo al pie del pescador. Allá, en disparo exacto, va la impronta apacible.
Acá el loco da vueltas de pánico y turbion.
Talvez, impenetrable, su pecho dió en siniestro Callejón de gemidos y otoño de canción.
Tal vez entre sus dedos agudas soledades, un nombre sumergido y un astro sin región.
Sucede el mar. Por témpanos de sombra el rastro avanza.
Se ahuyenta, duplicado. Se ahuyenta en dardo y sierpe De doble escama prieta el pie del pescador.
Sin borde de sollozos, sin cáscaras de miedo, Impar en su destino sin relojes ni cárceles; Yo abandono este amargo valle al toque postrero del día.
Si escuchas el roce del agua en la hierba y la roca, si suenan las hojas bajo mi sombra la sangre que vierto a ti se vuelve, ah, piensa que me alejo, que en este valle queda mi corazón humeando bajo tierra.
Piensa que permanece esta insondable y pura noche de mi tristeza, disuelta en las raíces, las torres, los mugidos, donde la yedra sube, donde la lluvia cae, en todo lo profundo, sombrío e indecible, en lo que sabe a llanto inexorable.
Descubre esa nostalgia, ese aroma de flores y de ruinas, esa edad de la cruz y la congoja, en todo rumbo, amada, y toda grieta.
Yo voy hacia la muerte.
Más allá de este valle sólo existe lo inmóvil, el silencio.
Pero piensa que dejo mi corazón humeante bajo tierra, piensa que permanece esta insondable y pura noche de mi tristeza.
Univ. of Fla.
Sin garganta partida ni temerosa flor, Paloma gris de arena, ya se perdió en la sombra El pie del pescador.
1948.
Soledad, planicies Poemas del poeta costarricense Eduardo JENKINS Adivino que pronto he de partir sangrando hacia el silencio.
Puede que luego sólo me recuerden los cipreses o la música amarga que baila en el viento.
Cuando pienso en la muerte es porque una voz profunda me habla sobre la vida. me pregunto, entonces, por qué existen las cosas amargas, los trágicos contrastes.
Tal vez, en el aire, flota una sonata de Beethoven, o un comunicado bélico, o solloza en mis manos una rima de Bécquer; tal vez es que miro en la calle un pájaro belado, Pero digo estas cosas ahora que navega mi pensamiento aún, antes de que el tiempo comience a fatigarse.
Digo estas cosas cerca de la medianoche. Sucede entonces que medito entrañablemente y siento que me asedia la angustia, que naufraga mi pecho en el tormento.
La soledad acribilla este mundo, soledad que empieza y se prolonga, se prolonga como la lluvia o el filo de las sierras, o las dunas de arena amarga que el viento azota y deposita, transporta ciegamente y deposita, este viento de muslos desgarrados, India Usquil Por Camino Sánchez. 1930. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica