REPERTORIO AMERICANO 173 ta en ese momento de que llevaba el sable colgado por la correilla del puño, y la mano derecha atravesada de un balazo. Otras dos heridas había recibido, sin percatarse de ellas en el calor de la refriega, pero resultaron menos graves: una en el costado izquierdo y otra en un talón, ambas de bala. Al echar pie a tierra para hablar con el enemigo, estuvo a punto de derrumbarse por efecto de las hemorragias. Se envolvió en el capote militar para no dejar ver su estado, apretó el cuerpo e impuso a Ramírez Terrón las condiciones que éste aceptó: entrega de la plaza, los cañones y las banderas; retirada del enemigo con sus hombres y municiones, dándole un plazo de tres horas para alejarse, al cabo de las cuales se reservaba el derecho de perseguirlo y atacarlo. Ramírez Terrón aceptó. Llorando de emoción y de modo espontáneo, comenzó a dispersar a su gente. Lances de tamaña nobleza, en que los guerreros conservaban la cortesía en medio de la matanza y tenían por honra el combatir sobre aviso, apenas parecen hoy comprensibles.
Ramírez Terrón abandonó el campo, y algún tiempo después, fugitivo y solo, fué a morir a manos de otros. Se defendió con el revólver, hizo algunas víctimas y se dedicó la última bala. Al recoger su cadáver, le encontraron una carta dirigida a mi padre. En ella le declaraba que moría pobre y dejaba sin recursos a su viuda y a sus dos huérfanas.
Invocando la hermandad de las armas, confiaba su familia a mi padre para que éste la protegiera. Mi padre lo hizo, en efecto, y aun obtuvo para ella una pensión del Gobierno de Sinaloa, en mérito a los antiguos servicios de Ramírez Terrón. La viuda se desposó en Mazatlán con cierto médico filántropo, alemán de naturaleza, y las hijas adoptaron el nombre de su padrastro, por el amparo que él supo dispensarles.
Cierto estúpido cronista local que, mientras mi padre fué poderoso, enviaba a éste sus publicaciones (alguna he heredado yo en mi bibliteca privada. con humildes dedicatorias en que casi se le ponía de rodillas, compilaba para sí, y en vista de los nuevos vientos que soplaban, algunas efemérides, más tarde aparecidas, en que pretendió desnaturalizar esta proeza, digna del Romancero, y quitarle todo su valor. Según el triste sujeto, a quien haré la gracia de no nombrar, todo aquello fué arreglado de común acuerdo entre los dos jefes iporque ambos eran masones. Claro que lo eran! ello no tenía entonces nada de extraño. Los grupos masónicos organizados en México a principios del XIX, aunque se divieron en escoceses y yorkinos, ni correspondían por su filiación a las logias extranjeras de iguales nombres, ni eran otra cosa que agrupaciones políticas muy heterogéneas por cuanto a su relación con la creencia y con la política eclesiástica.
La masonería mexicana, en cierto momento, sin compromiso mayor de conciencia, vino a ser el medio único de conspirar y reclutar voluntades para la defensa del país contra la invasión y la traición. Muchos jóvenes de entonces tuvieron que ingresar en la masonería para poder pelear por la República. Mi padre me ha contado las carcajadas con que pasó, de muchacho, por las pruebas de la iniciación, en el rito escocés (el de tradición más limpia) al ver que tantos señores pacíficos, a quienes conocía como mansos vecinos, le ponían la espada al pecho en ademán patibulario. Después, durante su desempeño político en Nuevo León, la masonería nunca fué irrespetuosa para ninguna creencia y la aprovechó como medio de crear una cohesión mayor entre clases trabajadoras que aún no había sindicatos y de ponerlas en contacto directo y fácil con el gobernante. Ya en mis días, tuvo que llamar al orden a cierto sacerdote y hacerle comprender, con toda la energía que él ponía en sus razones, la conveniencia cristiana de no perturbar la nave del Estado. debo añadir que fué entendido y obedecido.
Nunca sacó las cosas de quicio, ni se le ocurrió jamás dictar en esto la conducta que había de elegir su descendencia, libertad que siempre le agradeceré; ni aceptó convertirse nunca en el Grande Oriente, por mucho que se lo ofrecían. Consideraba con igual simpatía éste y los demás instrumentos que pudieran crear entre los hombres una asociación más íntima, encaminada al bien social. Como quiera, figurarse, con aquel infeliz cronista, que los hombres se someten a tales trances, y se juegan la propia vida, su honor de valientes, la carrera, la consideración de sus conciudadanos y la suerte de los suyos por mero fingimiento y teatralidad, es tener la sesera llena de algo que yo me sé y todos adivinan.
Yo he ido en persona a Villa de Unión, y he verificado de cerca los documentos; y hablé todavía con testigos presenciales, como el anciano Carlos Tostado, que vivía fascinado por el recuerdo, y a quien he citado por su nombre en cierto poema que consagré a Villa de Unión. vi todavía las huellas de los balazos en los muros de la Casa Municipal; y en la escalinata del frente, la grada en que mi padre descansaba el pie herido, haciendo prodigios de equilibrio, mientras dictaba sus términos a Ramírez Terrón y su sangre iba goteando en el suelo, Una vez cobrada la plaza, mi padre fué transportado prontamente a la fábrica de hilados que aún existe, comcl existe también el tosco banco de palo en que lo tendieron para hacerle los primeros vendajes. Por cierto que los dueños, que siguen siendo unos españoles como en 1880, me ofrecieron enviarme a México ese banco reliquia para mí inapreciable y todavía lo estoy esperando. marchas forzadas de diligencia, enviaron médicos desde México para salvar al herido. Los cirujanos locales se empeñaban en cortarle la mano y, aprovechando su desmayo, ya habían atravesado la herida con una mecha al modo de entonces, para proceder a la amputación. Mi padre volvió en sí un instante, y lo primero que hizo fué arrancarse la mecha. El dolor le produjo un segundo síncope. Mi madre llegó a tiempo para evitar que los cirujanos locales ejecutaran su intento. Lo estuvo cuidando largos días en una sala de la fábrica, donde tenía que entrar descalza y de puntillas, por el dolor que sentia mi padre con la sola vibración del piso de tarima. Mi hermano Bernardo recordaba todavía la llegada a Villa de Unión, en compañía de mi madre; y en su imaginación de niño se había grabado uno de aquellos siniestros rasgos que son la fantasía de la guerra: a la entrada de la plaza, en la esquina, había un ojo humano arrancado de cuajo y pegado al muro por efecto de una explosión.
De acuerdo con la Ordenanza Militar, y en el mismo sitio, mi padre recibió dos ascensos del Senado de la República, pasando de Coronel a General de Brigada efectivo. Era la tercera vez, en la historia de nuestro ejército, que se daba la oportunidad de aplicar este precepto de la Ordenanza. Entiendo que los otros dos casos fueron Santa Ana y Miramón.
El pintor Francisco de Mendoza ha hecho, sobre este tema, un cuadro histórico. Abajo las armas. que aún se conserva en la familia. Bravo Ugarte, Historia de México, III, Ed. 1944, Páginas 168 169. Villa de Unión, México, Fábula. 1940.
Briznas fragantes Por Josefina ZENDEJAS (En el Rep Amer. Atención de la autora. Un hilillo de agua no desconoce la sabiduría, aunque sería incapaz de jactarse por No todo es fibra intocada en el árbol erello.
guido, que, a veces, la carcoma se aposenta en su médula, de ahí el triunfo del viento.
La burbuja va en lo alto de toda corriente porque. está llena de aire.
Niégate al sueño, pupila mía, y espera; las marejadas de la onda que entrega lo que El agua de la superficie canta o gime; el al abismo arranca, están ya por alzar su geagua de la profundidad sólo sabe callar. nerosa tormenta.
Dura puerta de entrada tiene la corteza, mas sabe ocultar de fatales intemperancias la delicadeza de la savia.
Idéntica ola con agua diversa. No es así el eterno fenómeno de la vida?
De la tierra surge la violeta, maravilla de forma y de esencia, y yo sigo llamando despectivamente a la tierra: polvo.
De la delicadeza de la rama fiera, da señal el ternísimo brote.
La montaña da asilo a mi cuerpo, lo que no obsta para que, a veces, yo le ofrezca mi interior como un amplio y dulcísimo refugio.
No siempre me entusiasma una biblioteca lo que un conjunto de árboles.
La lámpara que conduce la llama, es mesurable, no así, el alcance de su luz.
De tal manera mi charla conmigo misma es interminable, que rara vez concluyo de leer una página sin necesitar escribir dos.
La brea encendida en oficio de antorcha, es algo más que respetable.
Las palabras que conceptúo más profundamente connotativas, son: soledad y silencio. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica