BourgeoisieIndividualism

36 REPERTORIO AMERICANO El traje hace al caballero y lo caracteriza la SASTRERIA Sin duda de esa pugna entre el eslabón el pedernal ha surgido su portentosa obra de poeta y de artista, la zarza ardiente de sus meditaciones de patriota, su ahinco de obrero de la inteligencia, sus laboriosas vigilias sin orillas en la alta noche, en fin, su conducta de hombre cabal que se da integro así en sus aciertos como en sus sinceros errores. El mismo lo confesó en versos memorables: Si amas la vida y sabes merecerla hasta hermosear tu propia desventura, tal así como afina el mar la perla que engendró en la inquietud y la amargura. LA COLOMBIANA de FRANCISCO GOMEZ e HIJO le hace el traje en pagos semanales o mensuales o al contado. Acaba de recibir un surtido de casimires en todos los colores, y cuenta con operarios competentes para la confección de sus trajes.
Especialidad en trajes de etiqueta Tel. 3283 30 vs. Sur Chelles Paseo de los Estudiantes irrumpe en el escenario de nuestras letras. Ulteriores problemas y circunstancias históricosociales aguzarán su conflicto temperamental, pero las líneas dominantes no hacen otra cosa que proyectarse. Arrancan en rigor de aquel primer forcejeo agónico consigo mismo en el que no se dió tregua, y simultáneamente, de lucha con el medio y aun con los propios compromisos proselitistas que sus conquistas le deparaban. El péndulo de sus pronunciamientos osciló entre furiosas antinomias sin avenirse a armonizar los opuestos: individualismo u orden, derecho o deber, progreso o disciplina, en suma, libertad o autoridad. Lugones. serrano sentía una pasión excluyente por el aislamiento de las cimas, así en la naturaleza como en el paisaje de la cultura, aun cuando los picos se unen por la base. En las Odas seculares dió la clave de su andinismo ideológico y espiritual: Yo que soy montañés sé lo que vale la amistad de la piedra para el alma. lo que complementa una de las imprecaciones que restallan en la oración pronunciada en el funeral cívico de Zolá (1902. Abájate monte y te pisotearán las cabras; acrece tu altura y te envolverá la nieve. Antes en el poema La voz contra la roca. que le valió el saludo propiciatorio de Groussac (1896. había escrito: Los arrabales del cielo son las cumbres.
Durante un cuarto de siglo el sociólogo repentista e intuitivo se había venido trepando en Lugones hasta los hombros del vate, si bien sólo después de la primera guerra mondial se vió claro que el teorizante tras de acaparar el puesto de vigía, amenazaba con usurpar la voz e incluso absorber el núcleo más profundo de su personalidad: el poeta. Por fortuna, el autor de Odas seculares ya había publicado El Imperio jesuítico, La guerra gaucha, El Payador, Lunario sentimental, Poemas solariegos, vale decir, casi todas sus obras mayores. No deja de ser significativo que las haya concebido y realizado durante la vigencia de su fe en la libertad y en los ideales del pueblo de Mayo que exaltó en la oda la Patria, su ciclo más fecundo, dicho sea de paso. De ahí que el canto que es el mensaje perdurable de Lugones, haya salido ileso del amago cainita ultimado por el teorizante.
Diez años después de su trágico enmudecimiento, esas lucubraciones doctrinarias no solicitan nuestro interés; en cambio, releemos con renovado placer El dorador, Salmo pluvial, o cualquiera de los Romances del Río Seco, tan henchidos de sugestión de vida, de tierra y de cielo nativos.
Hace cincuenta años Lugones despierta del sueño de los sentidos, descubre el imperativa de la dignidad humana y social, observa a su alrededor y mide sus relaciones con la sociedad y el Estado. Casi con las mismas palabras Schiller plantea esta encrucijada de la doble vocación en una de sus cartas y apunta la salida:. para resolver en la experiencia el problema político, precisa tomar el camino de lo estético, porque a la libertad se llega por la belleza. Estas dos aspiraciones, lejos de excluirse, se potencian recíprocamente en la obra de Schiller, cuya voluntad según observa Dilthey también imprimía a su imaginación la tendencia hacia lo antagónico.
Igualmente Víctor Hugo, ídolo del autor de Las montañas del oro, Carducci, Guerra Junqueiro y otros poetas de acento civil le ofrecían el itinerario de su militancia sin crueles renunciamientos. Más que ellos acaso gravitó sobre el Lugones de las conferencias de 1923 el espejismo intervencionista de su contempoporáneo Annunzio, que fué coronado con pompa cesárea después de la aventura de Fiume. Sin embargo, so era indispensable el paradigma forastero para que nuestro insigne poeta integrara su visión con la del doctrinario, ensamblados ambos dentro de una consecuente unidad de espíritu. Quien había probado la garra en la inconmovible Historia de Sarmiento no tenía más que volver los ojos a Esteban Echeverría. La fidelidad a la tradición de Mayo congruencia de poesía, pensamien.
to y programa de civismo a larga distancia conduce al propio tiempo a encontrar una salida a la encrucijada, acorde con la fórmula de Schiller. quizás a evitar, lo que es más importante, las soluciones desesperadas que en una noble conciencia dictan los antagonismos no con los demás, sino con el propio pasado.
La voluntad y el destino libraron en el espíritu de Lugones una dramática batalla cuyo último se eto acatamos reverentemente.
De tal modo, Lugones se entregó a la búsqueda de un orden severo de vida individual y colectivo. Podía haber hecho suya la confidencia que Hugo dejó caer en el prólogo de Las contemplaciones: comenzar en la multitud y terminar en la soledad. Con la intransigencia de sus días iniciales, se mantuvo inconforme con los sofismas de los locatarios iel octavo círculo dantesco: embaucadores, aduladores, fraudulentos, etcétera. Intimamente insumiso, ni le pidió ni le aceptó halagos al mundo burgués. éste, naturalmente, le era imposible negar a Lugones; en cambio, era eficaz condenarlo a un segundo término perpetuo, relegar su personalidad de aristas bien acusadas, restarle significación en el orden de las fuerzas vivas del país. Esa conciencia de postergado tal vez ha ido acumulándose como una bola de nieve y sin duda contribuyó a amasar el hielo de la muerte. En vano muchos creyeron haberse ganado a Lugones a su causa después del cambio de profesión de fe. El poeta permaneció abrupto como un acantilado sobre el mar, díscolo, inabordable a la lisonja de los satisfechos de la vida. Estos no comprendían el desgarramiento de sus confesiones: el bocado de pan que como sin amargura ni afán. el ochavo de luna que preferí a la fortuna.
Junta Interoriana (Envío del autor, en la ciudad de Panamá. Agapito Aguirre se levanta hoy, como de lostumbre, al rayar el Alba y ensilla su caballo moro para trasladarse en él a su Campo de trabajo de La Picadura, en donde desde hace largo tiempo ha levantado un rancho y se dedica afanosamente a cultivar unas cuantas parcelas de tierra y sembrar en ellas maíz, arroz, frijoles, plátanos, ñames, yucas, otoes y algunas otras plantas alimenticias que arraigan en nuestro suelo; tiene allí también una pequeñas crías de cerdos y de gallinas, las cuales son de mucha utilidad, pues las carnes, huevos y pollos tiernos que ellas dan se venden fácilmente a buen precio en el Mercado del pueblo en donde él ha fijado su residencia; su familia, compuesta por su mujer Anastasia, sus dos hijos Pantaleón y José y su pequeña Eduviges, constituye para Agapito Agui el más valioso tesoro y por eso le consagra gustoso sus desvelos y poderosas energías y se siente feliz cuando, tras el rudo batallar diario, retorna cansado a su humilde hogar en compañía de sus hijos y abraza efusivamente a su virtuosa mujer y a su graciosa hijita.
Modesta y apaciblemente se desliza la vida de ese valeroso y sufrido campesino que, al igual de otros seres más felices que él, teje en sus momentos de placidez y reposo la urdimbre mágica de sus ensueños de prosperidad y ventura; no es de extrañar, pues, que en un luminoso amanecer cuando la Vida pujante y soberbia entona un Himno de amor y de belleza en nuestros fértiles Campos y Natura se engalana con sus preciados dones, el alma noble y sencilla del esforzado labrador istmeño vibre de contento y se sienta hondamente emocionada al creer ver próximos a convertirse en dulces realidades sus dorados sueños de amor paternal, que consisten en poder en breve brindar a su familia, mediante su trabajo constante y honrado, cierta comodidad personal y proporcionar, además, una educación esmerada al último siquiera de sus queridos vástagos.
Son los nobles proyectos que acaricia Agapito Aguirre, mientras se dirige a su Huerta de trabajo en unión de sus dos hijos mayores.
Entre tanto, el Destino inexorable, que señala impasible la suerte propicia o adversa de los mortales del Mundo, urde en la sombra Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica