REPERTORIO AMERICANO 303 KERYLOS Escenario de un idilio inmortal Por Cornelio HISPANO (Es un recorte de El Tiempo de Bogotá. Envío del autor. mo una antorcha en las cumbres de La Victoria. Los atenienses tenían la antiquísima costumbre de vivir en el campo. escribió Tucidides. Muchas veces he repetido esas palabras al recorrer las campiñas del Valle caucano.
Cuenta Goethe que, al pisar la frontera del Tirol y divisar el lago de Garda, vino a su memoria, fresco y palpitante, este verso de Virgilio: Fluctibus et fremitu Resonans Benace marino; crianza y con tal exactitud el cisne mantuano, a quien las musas del campo dieron el encanto y la ternura, había interpretado la belleza de su tierra natal e impreso en ese pasaje el calor de su corazón.
Napoleon amaba tanto la isla de Córcega, donde nació, que pretendía reconocerla por el olor del siste respirado a muchas leguas en el mar. Ese fino instinto del Gran Corso, nosotros los vallecaucanos lo comprendemos y nos orienta cuando, descendiendo del norte, desde la más alta cumbre de la montaña se divisa el Valle. Allí, con las palpitaciones del corazón, sentimos el aroma de la albahaca y el triste canto de los pellares. Porque el valle es alegre y es triste; ese valle de agricultores y pastores donde Jamás una mujer de Arcadia va a la fuente en pleno mediodía. Es la hora de Pan, el dios que asecha las ninfas, vivas también en los rumores del viento y en las canciones del agua.
San Isidro Labrador es el dios Pan de los campesinos y de los pastores vallecaucanos, porque puede hacer cesar las lluvias y traer el buen tiempo, que hará sazonar las sementeras y cebar los ganados.
El Valle es alegre en las mañanas veraniegas, y triste en las horas vespertinas en que nuestra alma parece exhalar esa queja jamás consolada, esa melancólica canción que no puede alegrarse nunca de los mandurianos, hijos de Alesia: No había despertado en mí la razón y ya me eran familiares en mi ciudad natal las cosas de que se habla en el libro de Jorge Isaacs, porque de la hacienda de Zabaletas. propiedad de mi familia, llegaba a nuestra casa todos los sábados el machito remesero con la angarilla cargada de guangos de plátanos, pollos en jigras; arroz, cacao, panelas, tasajos en guambias. Después, en las primeras vacaciones escolares, fuí a Zabaletas, a dos horas de Buga a caballo, pasando por Sonso Pichichi y vadeando Las Guabas y el Paporrinas.
Desde algunos ribazos del camino podían divisarse los fértiles campos de Cananguá y las lejanas lomas de El Pindo. teatro de una de nuestras antiguas reyertas políticas.
Cuando la remesa no llegaba el sábado, era sabido el motivo del retardo, y el peón lo expresaba al día siguiente en esta forma: El Paporrinas y Las Guabas estaban por los montes. Imposible pasar.
Era Zabaletas una vasta hacienda de abranza, tierras abundantes, que se extendía hasta las faldas de la cordillera, y la regaban el río que le dió su nombre, manso y transparente, y la quebrada de La Ronda. que le ofrecía sus iracales venturosas y azucenas silvestres. En la amplia casa invitaban al reposo y al silencio el jardín y el gran huerto de excelentes frutales, de los que quedan algunos. corta distancia discurría el Paporrinas. de aguas apacibles apenas turbadas por el temblor de los sauces. Es El Paraíso de María, que sus antiguos moradores llamaron Las Playas porque en los fuertes veranos esas pampas, tostadas por el sol canicular, se asemejan a las amarillentas playas del mar. Es el Valle caucano, empapado de poesía, de colores y melodías en sus verdes y celestes prados, húmedas líricas llanuras y montañas; allí la brisa deshoja las rosas de pétalo a pétalo, y la vida en el campo es una pausa de dulzura y de encantamiento, las arpas de los árboles suspiran baladas, lieds y pastorales: Deus Naturae.
Reunidas allí, en prodigioso conjunto, todas aquellas cosas sobre las cuales Corot veía esparcida la bondad y Millet la resignación, nos dan la sensación de la eterna Grecia, son los mejores intérpretes de los poemas clásicos y explican por qué el poeta Paul Arene, cantor de las cigarras, invitaba a Anatole France a ir a Provenza a conversar con él y Mistral, bajo los negros cipreses de Maillanne, si quería convertirse en auténtico griego y gustar y comprender mejor la Iliada. Es el Paraíso del Valle, causa de mi leticia, donde los propicios hados derramaron su cornucopia de riquezas y se nace eupatrida como se nace hombre, cuyos bosques y colinas se ven todas las tardes bañados por esa luz de topacio, apacible y misteriosa, que los campesinos llaman el sol de los venados. sin duda porque es la hora en que esos habitantes de las espesuras salen a buscar pastos a las altas cuchillas, en los declives de los montes, o al pie de los magüeyes que crecen entre las grietas de los peñascos.
Nubes de rosa y de oro flotan sobre el Valle mientras la estrella del pastor se enciende coSan Isidro Labrador quita el agua y trae el sol.
Malinconicu cantu, e allegru mai. Melancólica canción y nunca alegre. San Isidro, el campesino madrugador, humilde labriego de sosegados ojos y manto raído. Carga la leña atada con bejucos y recoge las espigas y las mazorcas mezcladas con flores y enredaderas silvestres: pastorea y embelesa los ganados con su flauta de cañutos, sin descuidar ordeñarlos y darles de beber, a tiempo que también vigila y cuida los perros; abona las sementeras y siempre lleva su bordón y un corderillo entre los brazos. Es el mensajero del buen tiempo o de las lluvias bienhechoras y, por ser bienhechoras, celestiales.
La humanidad fué siempre la misma en su anhelo de embellecer la vida. Así como para los pastores de Arcadia todavía hoy el gran Pan no ha muerto en su tierra feliz, y es temido e implorado a la vez; vive en las grutas y a las orillas de los riachuelos, y aún quedan ruinas de sus altares en los recodos de los caminos, a la sombra de los olivos, así en el Valle del Cauca San Isidro Labrador es implorado y temido como el Numen que puede fertilizar los campos y hacer engordar los rebaños. Cuando el sol llega en Arcadia al cenit, se detiene el hacha del leñador, las madres hacen callar a sus hijos y exclaman: Es la hora de Pan y hasta las aves interrumpen sus trinos en los boscajes. Así toda la Naturaleza se entrega, como una amante, al sol, cuyos rayos, decían los antiguos poetas, quedaban marcados en los cuernos de Pan, blanquísimos como las reverberaciones del cielo.
De la hacienda de Zabaletas al Paraíso. escenario de María, se va en una hora a caballo atravesando hatos, esquivando tremedales, orillando cabañas, cortijos y arrozales, huertos donde las ramas se curvan de frutal dulzura y se siente el vaho de la tierra cálida y jugosa; donde el aire a toda hora es tan delicioso que despierta una sensación animal, parece hacer retroceder los linderos de la vida hacia los instintos primitivos del hombre aun montaraz y salvaje. En las vacaciones escolares íbamos los de Zabaletas las familias de los contornos a visitar El Paraíso. y allá pasábamos el día. Después del baño, se almorzaba a la orilla del fresco y espumoso río o debajo de los árboles y, al atardecer, regresaban las cabalgatas al valle. Así, mi predilección por el poema paradisíaco, mi amor por el poeta y el escenario de María, que sigo visitando desde entonces todos los años, nacieron en mi niñez. no sólo esas colinas sino toda la encantadora región de Las Playas la recorrí en aquellos tiempos al paso de un caballo zaino y de una yegua granodeoro. renombrados en la hacienda. Sólo esos nobles brutos fueron testigos de mis deleitosos Dafnis Cloe a las orillas del Zabaletas, en cuyos remansos se bañaban ninfas con parumas, o bajo los guabinos de Las Guabas, donde lavaban su ropa Nausicas morenas como Safo de La Brisa y de Belén. de esas que se casan, entre risas, por manzanas y flores, y tienen la áspeta dulzura de los panales silvestres. La belleza Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica