364 REPERTORIO AMERICANO HORACIO QUIROGA Por Alfredo CARDONA PENA (En El Nacional, de México. Envío del autor, en México. T!
Leo en Repertorio Americano un artículo de César Tiempo dedicado a Horacio Quiroga. Qué dice el artículo? Dice que hace once años el 19 de febrero de 1937 se suicidó, apurando una dosis de cianuro capaz de tumhar a un dinosaurio, el más grande cuentista de nuestro idioma, el biógrafo alucinado y slucinante de Anaconda, hombre que caló más hondo en la psicología de los mensúes, de os prisioneros de la selva, de las mujeres sin amor, amargado por la hostilidad o la indiferencia, que es más amarga de un medio que no supo concederle una estación de paz para sus últimos años. Esta, que es la eterna historia, la repetición más o menos violenta, pero siempre dramática, del talento humillado por las grandes malicias de la citá, no termina con el dato escueto de la indiferencia que precipitó la tragedia. El informe más doloroso que nos suministra César Tiempo no es el de la muerte, con ser ésta desgarradora y cruel.
Es el dato del vacío, del silencio, del casi absoluto desconocimiento de la obra de Quiroga.
Pues a los once años de su desaparecimiento no se vislumbra, en el horizonte de la literatura hispanoamericana, ni el lector completo ni el crítico circular del gran uruguayo. Se lee a Faulkner, a Promfield, a Judith Kelly, no se lee a Horacio Quiroga. Se publican las obras completas de Hugo Wast, no las de Horacio Quiroga. Amarga confesión del amigo, tristes revelaciones en momentos de mutuo acercamiento y de otras dulzainas por el estilo. En México, por ejemplo, el conocimiento de Quiroga es superficial y limitado. Siendo liberales en el conceder, La Gallina Degollada agota el registro de la lectura, y eso porque se trata del cuento de la feliz antología y de la feliz reproducicón. La verdad es que no le ha llegado a Quiroga la hora de la eterna, total justicia. En el Uruguay, claro, después de tenerlo un rato largo, la cosa difiere. Pero avanzando por el norte nos encontramos lagunas incomprensibles. qué se debe esto. Cómo es posible que un relator como éste, apareciendo y desapareciendo como un vivísimo relámpago, lleno de oscuras y lacerantes bellezas, no haya podido merecer la única gloria reservada al Horacio Quiroga. Cervantes (Envío del autor)
Cervantes, padre del Quijote, Profundo en el pensar, primero en el decir, Es para la Humanidad consciente. Dulcinea del Toboso. Antorcha que ilumina con su luz de aurora El camino recto del Deber, que el mundo añora.
Imitar al loco cuerdo Caballero Andante Montado en recia Fe, su Rocinante, desdeñar al gordo Sancho Panza, Es construir en tierra firme de Esperanza Un glorioso, risueño porvenir.
Sin sombras ni temor. digno de vivir.
escritor, que es la vida de sus libros el estudio de sus fantasmas? La respuesta es un tema de psicología colectiva. La respuesta nos probaría cuántos espejimos, cuántas ilusiones de óptica histórica y personal determinan el futuro de la creación literaria, y además nos diría en qué forma asaltan la primera fila muchas individualidades que aprovechan los hechos y las mil oportunidades de la casualidad, para obtener visibilidad y número.
He aquí a Horacio Quiroga. Este hombre, que aparece en el remanso de la aldea natía como una especie de risueño demonio. según nos lo pinta el inolvidable retrato de Alberto Lasplaces, muere voluntariamente a los cincuenta y ocho años de edad, dejando tras de sí una obra breve pero profunda, difícil pero certera, en la cual se aprecian los eléctricos temblores de una prosa genial, hecha para describir los grandes acontecimientos de la naturaleza, de los hombres y de las bestias. Es la suya una vorágine más completa, más totalizadora. Del Uruguay a París, de Paris a las profundidades de la selva del Chaco y de las Misiones, donde establece su morada como un silvano de incalculables energías rituales, Horacio Quiroga escribe los Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917. aprisionando en pocos relatos la siniestra grandeza de los mundos geológicos, el envolvente calor primitivo, la terrorífica presencia de la madre animal. Todos y cada uno de los fenómenos de la selva, la picadura de un ofidio, el martirio de la insolación, la crecida de un río, y sobre todo sobre todo. la salvaje belleza de las víboras, con Anaconda en medio. magnífica boa que por divertirse al crepúsculo atraviesa el Amazonas entero con la mitad del cuerpo erguido fuera del agua. como un cisne diabólico, todo eso, en fin, constituye el peligro y el hechizo del abismo tropical, merece del extraño babitante con barbas y parábolas el esfuerzo y la alegría de un cuento, la quemadura y el insomnio de un cuento.
Quiroga regresa a la ciudad, húmedo todavía de tormentas. Lo fastidian, lo humillan aquellas esperas ministeriales, aquellas cartas pidiendo un poco de dinero, aquel hastío, aquel hastío. La herencia de Los buques suicidantes, que él describiera alguna vez, asoma por lo suyo. Su familia cuenta hasta cuatro suicidios. se mata, eligiendo el veneno y no la pólvora, como ironizando el congreso de las serpientes, allá en su Anaconda inmortal. Tal es el caso de Horacio Quiroga. Tal es la tragedia de este artista a quien, antes de su plena introducción a la crítica americana, se le ha conferido por los pocos escritores que conocen su obra, el título justísimo pero extraño de primer cuentista de América.
Prof. Nicolás MONTERO BRENES.
Costa Rica. 1948. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica