284 REPERTORIO AMERICANO EL EJEMPLO DE VARONA (De las interesantes Informaciones Culturales de la Dirección de Cultura. Ministerio de Educación. La Habana. Año I, NO Enrique José Varona En un país acostumbrado a las posturas gesticulantes y a las explosiones pirotécnicas, que encubren una lamentable superficialidad de intención, es oportuno siempre recordar el ejemplo de Enrique José Varona, que fué grande no por su tono oratorio ni por sus ademanes imprecatorios, sino por la eficacia con que sirvió los valores esenciales de su época de su tierra.
Varona fué uno de los proceres cubanos, cuyo ejemplo más conviene aprender. No era el especimen del apasionado, que tanto abunda en las tierras tropicales. Formado por una larga tarea de lecturas y estudios, impregnado de las corrientes mejores del saber, había comprendido la necesidad de superar los compartimientos estrechos en que el hombre común gusta abroquelarse. Quiso ser un leal servidor de su patria y del mundo, pero no a la manera romántica y declamatoria, sino con profunda humildad y eficacia. Señaló con precisión las lacras coloniales y la necesidad de extirparlas, trajo los más puros acentos culturales de otros pueblos y los ofreció a la incipiente nacionalidad, hizo cuanto pudo por la causa cubana, pero no cayó nunca en parcialidades ni sectarismos inútiles. Dió como ejemplo de su vida una lección armoniosa de equilibrio y de supremo servicio.
Un temperamento singularmente dotado inspiraba aquella conducta ejemplar. Fưe un hombre poseído de una brillante serenidad, de un vigor y una eficacia sin apuros ni desbordamientos. Otros tendrían los desenfrenos de la pasión desorbitada, que parecían rasgar en las profundidades de los males nacionales, pero que sólo afectaban su superficie. Varona era suave en las formas, demoledor y entrañablemente revolucionario en el contenido. Nadie supo adoctrinar como él, salvo aquel iluminado de Martí, nadie brindó tantos ejemplos de civismo y de enseñanzas patrióticas. Pero ese talento buído y esa profunda visión de los problemas, le hacían precisamente sentirse molesto en los contornos del partidarismo, y acabó por abandonar los campos sectarios para acudir a un terreno de combate más adecuado a sus facultades. Pudiera decirse de él que fué un hombre de patria y no de sectas, un receptor de todas las ondas universales de la cultura y no un mero diletante chovinista, un sembrador esclarecido más que vendimiador de las cosechas nacionales. sobre todo un hombre de cabal sinceridad intelectual, incapaz de abjurar de ninguna de sus ideas y principios, para someterse a presiones circunstanciales. Fué un ciudadano centrado en su deber, veraz, útil, antirretórico por excelencia.
Cuba ha dado muy pocos personajes de tan honda y ejemplar calidad humana. Varona es una aislada y honrosa excepción. Hace falta multiplicar una generación de individuos al estilo de Varona, no con su talento preclaro que pocas veces se produce, sino con un espíritu de servicio similar al que alentó en el gran cubano. Ciudadanos que entiendan su deber y se capaciten para ejercerlo, que tengan el culto a la verdad por encima del culto a los partidos, que no hagan del aspaviento toda una técnica política, que sepan ser honestos sin alardes y útiles sin garrulerías. Varona sentó el paradigma de un tipo de ciudadano y hombre público que resulta indispensable para poder progresar como pueblo.
Como sucede a los intelectuales de mejores condiciones en los países de Latino América, Varona tuvo que multiplicar sus servicios y rendir numerosas actividades; así fué renovador filosófico, crítico literario, conferenciante insigne, revolucionario, estadista, educador y periodista. Pedro Henríquez Ureña ha constatado el hecho y lo describe así: Varona fué uno de estos hombres singulares que produce la América española: hombres que en medio de nuestra pobreza espiritual, se echan a las espaldas la tarea de tres o cuatro. El deber moral no los deja ser puros hombres de letras; pero su literatura se llena de calor humano, y los pueblos ganan en la contemplación de altos ejemplos.
Me parece que fué el periodismo una de las actividades en que Varona se dió más cabalmente, de acuerdo con su vocación humana y su más genuina capacidad. Porque el periodismo es un ejercicio que requiere el conocimiento de múltiples disciplinas, que Varona poseía, porque tiene a veces el carácter de la cátedra, pero con auditorios considerablemente más extensos y porque, además, presenta el aditamento de la actualidad, de lo que sabemos que trasciende efectivamente, y Varona, con su gran dosis de idealismo, era un hombre que gustaba también de los logros reales, de los servicios efectivos. El sabía que cuando despertaba la curiosidad intelectual de nuestro medio con sus Conferencias Filosóficas, estaba sólo influyendo sobre un reducido círculo de personas, que su obra era de carácter minoritario, sin eficacia pública. Desde la Universidad adoctrinaba también a núcleos reducidos; en cambio, el periodismo le brindaba la oportunidad de difundir la filosofía, de dar ejemplos de buen gusto literario, de amamantar cívicamente al país, de realizar su obra cubana, con la seguridad de que alcanzaba una amplia resonancia. acaso porque hubo en Varona la vocación periodística, encontramos también en él sus más amplias virtudes. Fué siempre un escritor limpio. Su obra se desarrolló en una época de pasiones exacerbadas, durante los años de la lucha emancipadora y en las primeras etapas de la República. Podría suponerse que, en un hombre que fué actor de esa gesta y no sólo espectador equidistante, debía de haber la marca de su pasión, la expresión dura y estigmatizante, el odio contra el adversario. Pero no fué así. Varona mantuvo, como Martí, un estilo completamente aséptico; no se dejó sojuzgar jamás por los bajos instintos. Su prosa periodísitca es ejemplar en éste como en los otros aspectos.
Su carácter del sentido de la oportunidad, que distingue al periodista de raza, Varona conjugaba lo actual con lo clásico y en sus artículos hallamos esa prodigiosa combinación de circunstancias en que lo coetáneo sirve para arribar a cuestiones esenciales o en que el comentario profundo aflora mediante el artificio de una noticia del día. Porque Varona trató de decir cosas de interés permanente y no sólo emborronar cuartillas para impresionar al público, es por lo que todavía hoy, leemos sus artículos y encontramos que nos producen el mismo deleite y enseñanzas que a sus lectores de antaño. Acaso sea eso la mejor marca de su calidad periodística: casi a medio siglo de distancia sus trabajos siguen teniendo la misma vigencia de antes; no han muerto ni morirán, como es el destino de tanta otra producción de la letra de molde.
Todo ese bagaje de calidades se nos presenta a través de un estilo serenamente clásico, en que parecen advertirse los destellos de la claridad francesa, junto con una sobriedad ejemplar. Acaso lo más extraordinario en Varona haya sido su aptitud para expresar con suma sencillez las ideas más hondas y elaboradas. El pensador que hubo en él no obstruyó al gran artífice literario, y ambas cualidades se conjugaron para ofrecernos un estilo terso y limpio, como pocas veces encontramos en los grandes clásicos de América. Su sobriedad hace recordar aquella frase da Martí: Hay tanto que decir, que ha de decirse con el menor número posible de palabras; eso sí, que cada palabra lleve ala y color. Ala y color, mensaje y matiz, contenían sus vocablos, que eran como flechas disparadas sagazmente hacia el blanco del conocimiento. Prosa castigada y serena la de Varona, siempre contenida, nunca suelta, que lo decía todo cuando la escasez de atuendo apenas denotaba la importancia de su revelación, Todo lo anterior, vocación, cultura, estilo, fué puesto al servicio de un pensamiento tan profundo y certero como pocas veces se encuentra en los proceres americanos. Un pensamiento que trató en todo momento de revelar la verdad, de decir las cosas esenciales. Engañar al pueblo predicaba Varona dandole lo falso por verdadero, es peor que envenenarle el pan y el agua: es inficionarle la atmósfera moral.
Próspero americano, como le llamó Rodó, maestro de juventudes y maestro de pueblos, su esfuerzo, su dignidad, su eficacia no podrán perderse. Honró al periodismo cubano, con el aporte más medular y útil que se recuerde. Sus artículos son modelos a los que habrá que volver cuando nos encontremos ahogados por las mediocridades y miserias a que tan frecuentemente desciende la letra de molde.
Ernesto ARDURA. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica