Joaquín García MongeJorge VolioOmar Dengo

REPERTORIO AMERICANO EDITOR García Monge Teléfono 3754 Correos: Letra En Costa Rica: Sus. mensual 00 CUADERNOS DE CULTURA HISPANICA. y concebí una federación de ideas, Mía de Hostos.
El suelo nativo es la única propiedad plena del hombre, tesoro común que a todos iguala y enriquece, por lo que para dicha de la persona y calma pública no se ha de ceder ni fiar a otro, ni hipotecar jamás. José Martí.
EXTERIOR: Suscrición anual. dólares Giro bancario sobre Nueva York Un pequeño gran país: COSTA RICA Por Rafael Heliodoro VALLE (Envío de Mario José Vargas, en San José de Costa Rica y en 1946. Dibujo de Juan MI. Lépiz.
un Lo que más me llamó la atención en Costa Rica, en mi primer viaje, fué sus escuelas.
No creo que las haya mejores en el resto de Hispanoamérica. Son el lujo de esta tierra.
Son la fisonomía de un pueblo que tiene fe en sí mismo y que ha logrado progresar sin recurrir como los otros de Centro América a los torrentes de sangre. Los torrentes más hermosos que hay en Costa Rica son de agua, un agua que desciende como bendición incesante de nubes y de montes, invitando a los moradores a la faenas cuyo testimonio es el pan.
El Ministro de Educación Pública, señor Zamora Elizondo, al llevarme a uno de los alrededores de San José, me dijo. Nosotros no podemos enseñar como México magníficas joyas de arte, museos y palacios, templos coloniales. Pero nuestro orgullo son las escuelas. lo que más nos gusta es que la gente de los pueblos es la que viene a pedirnos que se las construyamos.
Visité Escazú, Desamparados, Goicoechea, y en verdad que los mejores edificios, modernos a cual más, con esa luz interior de las casas en que viven almas, son las escuelas. No llevan nombres de héroes con espada sino de hombres que enseñaron a los niños, que aconsejaron a los adultos o que han escrito páginas bellas o que han sido reformadores de la educación popular: Juan Rafael Mora, Mauro Fernández, Joaquín García Monge, Omar Dengo. En Costa Rica los más hermosos monumentos públicos son las escuelas. Hay otros monumentos dedicados a los genios de nuestra América: Bolívar, San Martín, Sarmiento, Hidalgo, Maceo. Costa Rica tiene más maestros que soldados. Ha tenido uno de los generales verdaderamente ilustres que enorgullecen a Centroamérica: don Juan Rafael Mora, Jefe de los Ejércitos de los cinco países cuando éstos se unieron para defenderse contra el filibustero William Walker. Pero Costa Rica no es clima propicio para que se desarrollen los generales. Conocí a uno, el general Jorge Volio, que lo fué accidentalmente y que es Director de la Facultad de Filosofía y Letras; y sé que hay otro que, como buen periodista, ha preferido derramar la tinta.
En Cartago, en Alajuela, en Heredia, en San José, por donde quiera que fuí qué escủelas, qué maestros, qué muchachos estudiosos, qué maestros más estudiosos todavía! Dá gusto verles trabajar. Eentré en Heredia al aula de Literatura Hispanoamericana para escuchar la lección, y qué gran sorpresa me dió la maestra explicando y discutiendo con los alumnos el texto de Martin Fierro. En seguida me llevaron a ver la biblioteca del Liceo, el laboratorio de Química, el aula en que las señoritas aprenden a cocinar, el busto hermoso de Omar Dengo, uno de los hombres más puros que han pasado por aquella tierra.
En el Liceo de Costa Rica los alumnos son los que organizan las fiestas, mantienen las disciplinas, vigilan la limpieza y son los más fieles colaboradores del Director. El Colegio de Señoritas es otra colmena atareada, ejemplar con esa atmósfera que sólo es posible en las residencias del espíritu. Al salir de una de ellas un maestro me contó. El sabio Henri Pittier, a quien tanto debe Costa Rica por sus investigaciones biológicas, vendrá a pasar los últimos días de su ancianidad entre nosotros, porque se ha resuelto invitarle a que sea huésped vitalicio de la Nación.
Otro día fuimos a conocer un dispensario para tuberculosos, próximo al cráter del Irazú. Un médico insigne fué el iniciador de esta obra que, con justicia, ufana a los tisiólogos, que en sus estudios avaloran la santa casa: el médico fué Presidente de la República y se llamaba Carlos Durán, el mismo que decía que sus mejores compañeros eran los buenos vinos, los buenos cigarros y los buenos caballos.
La ciudad de San José es pulcra, suave, tibia, con un estilo de vida que la inviste de encanto singular. Sus edificios más viejos apenas llegan al siglo. Hasta los anuncios de sus cantinas son graciosos: El Sueño de Colón, Los cuatro gatos, Aquí me quedo, El caballo blanco, La Venus, La Ultima Copa.
Tiene un teatro que vale la pena de ser conocido, porque en él resplandece el buen gusto, a pesar de que en su interior están muchas reliquias de mármol y los dorados tan a la moda en el siglo XIX de Europa. En elogio de los costarricenses y de su teatro se ha dicho, en primer término, que para impedir que no le vaya a herir una bala, no hay revoluciones en Costa Rica; y fué don Jacinto Benavente quien hizo la afirmación de que San José es una ciudad construída en torno de un teatro.
La capital josefina tiene muchas estaciones de radio, servicio de tranvías y de ómnibus, cuatro diarios, muchas librerías y una Biblioteca Nacional bien abastecida. La Casa Presidencial es tan sencilla que se me antoja la casa en que vive uno de esos señores que se dan el lujo de tener portero. Hace algunos años se comenzó a construir otra de arquitectura moderna, más apropiada para dar fiestas y llamarse Palacio; pero los Presidentes tienen miedo de que si llegara a construir, aquel que la estrenara no querría salir de ella y es mejor gastar ese dinero en la construcción de más escuelas; por otra parte, el plano que trazó el arquitecto le da apariencia de fortaleza y ningún Presidente querría encerrarse en un sitio tan incómodo, y sobre todo, tan peligroso.
Se sale de la ciudad en un día de calor, y a los quince minutos de viaje en automóvil se está en uno de esos pueblecitos quietos en que sólo se escucha el rumor del agua o el balido de los ganados. En el camino iy qué excelentes caminos tiene ese país. se van encontrando las carretas tiradas por bueyes, ca.
si todas primorosamente pintadas, porque hay certámenes anuales para premiar a las más bellas. La carreta pintada y el cafetal son los más airosos símbolos de la vida costarricense.
Todas las tierras que el viajero va contemplando al ir por la carretera están sembradas.
De pronto, en un recodo del paisaje, sintiendo la caricia del aire vespertino, gozando el espectáculo de las nieblas, aparece un establo y en torno de él una tierra labrantía, con barrancos llenos de árboles florales, con acequias en que el agua discurre. Es entonces cuando el viajero siente palpitar el corazón de una tierra que se antoja trasunto del Paraíso.
Por supuesto que no todo es luz y armonía en esa tierra de privilegio. Tiene sus graves problemas que también los tienen los grandes países pero la gente es capaz de entenderse, porque la escuela es madrina de la tolerancia, la fuente viva en que nacen millares de almas que saben convivir. Por eso es que hay que ir a la escuela costarricense para comprender por qué en ese país no es posible que un tirano se entronice y que se adueñe de él como de su hacienda. Allí la libertad de prensa es una realidad; pero los periódicos no dan noticias de crímenes. Hubo un Presidente, don Ricardo Jiménez, que era el mejor colaborador de los periódicos. Concluye en la pág. anterior. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica