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dos escapes que sirven para distraer la atención de la dificultad, son primeramente un esfuerzo para evitar estos estragos; y nunca deberíamos subestimar el verdadero valor de la sobrevivencia en cualquier método de escape que obtenga buen éxito al reemplazar una confusión emocional por un sentido de comodidad, por transitorio que sea.
Desgraciadamente este genuino valor terapéutico está contrarrestado a lo menos por dos clases de consecuencias que a menudo siguen a tal conducta. En primer lugar, fácilmente se convierte en hábito y la persona, acostumbrada a escaparse por medio de la distracción, nunca podrá aprender a enfrentarse con la situación perturbadora de una manera sagaz e inquisitiva. La segunda consecuencia es mucho menos obvia y al mismo tiempo de mucho más alcance. El hábito de escapar de este modo es el que produce una inevitable confusión de valores. Comodidades y distracciones llegan a ser sobreestimadas como fines en sí mismas, oscureciendo el reconocimiento de su relación primordial con formas específicas de peligro.
Escapes que descargan nuestra tensión y producen mágicamente el olvido del peligro, no son recursos seguros después de la infancia, aun cuando en realidad son beneficiosos en sí mismos. Una distinción clara necesita ser establecida entre la recreación que es un alivio inteligente y transitorio y algún escape que actúa por medio del olvido de lo que exige la atención.
El punto que necesita especial énfasis es éste: siempre que el valor fundamental de es cape como tal (proporcionando recreación y alivio a una tensión excesiva) pasa desapercibido, la puerta se cierra automáticamente a las posibilidades de enfrentarse con la perturbación original, mientras que otra puerta se abre simultáneamente al caos en el asunto de la valoración.
El hecho de que, al escapar de una clase de peligro, con frecuencia tropezamos directamen.
te con otras, no debe cegarnos ante los principios fundamentales de la motivación. Tampoco debemos dejarnos ofuscar por la apariencia de gente que a menudo escoge lo nocivo en vez de lo beneficioso para sí misma. Siempre que esto ocurra, debemos estar seguros de que la situación es completamente distinta para ella. Aun el suicida, por lo común citado como una notoria excepción al instinto de autoconservación, es en realidad un ser que huye de una situación que aparece ante él como una catástrofe que se aproxima ineludiblemente.
Entonces se presenta el caso en que el individuo tiene que escoger el menor de los males, es decir, la manera más fácil de morir. Si pudiera dársele una esperanza de resolver su problema, se le vería volver la espalda a la muerte en ese mismo instante, puesto que la muerte no es la elección preferida por nadie.
Nuestro juicio de amigos, tanto como el de enemigos, se ha suavizado grandemente con la introducción de estas consideraciones biológicas en nuestro pensamiento, ya que la intolerancia en muchos depende de nuestra falta de conocimiento de cómo trabaja el instinto. de autoconservación en nuestros semejantes. De igual modo, el juicio de nosotros mismos ha cambiado puesto que los sentimientos de inferioridad en muchos dependen de nuestra carencia de apreciación de cómo actúa el instinto de autoconservación dentro de nosotros mismos. Hay una especie de fuerza insospechada que proviene del reconocimiento por el individuo de los valores de sobrevivencia en sus propias actividades diarias. Esto conduce al au torespeto y a la madurez emocional que una gente muy cultivada a menudo envidia en personalidades primitivas en las cuales la autoconservación actúa más sencilla y más conscientemente. En realidad, la madurez emocional depende de tal reconocimiento y nadie tiene que aventurarse a la manera adolescente buscando el peligro para hacer interesante la vida, si está al tanto de las cuestiones omnipresentes de la sobrevivencia que proporciona una dignidad y un significado a todas las elecciones. El peligro está siempre cercano o por llegar, y la vida se convierte en una aventura por el hecho de estar alerta a las condiciones como realmente son.
El concepto de autoconservación como fuente de toda valoración es radical, porque va a la raíz de las cosas, pero es conservador también porque explica y refuerza las virtudes sociales como derivadas de una necesidad biológica. Así, desde el punto de vista de la biología, cualidades tales como la honradez, la generosidad, el altruísmo y la protección a otros, aparecen como parte de una gran urgencia cooperativa que unifica al grupo y que trabaja por su sobrevivencia. El precepto Haced a los demás lo que queráis que ellos os bagan es una expresión del instinto de autotonservación que trabaja por el mejoramiento social.
En los movimientos reformistas y en cambios de la estructura social, además, se hace evidente la necesidad de métodos nuevos y mejores para la sobrevivencia. Esto se debe a merudo al carácter cambiado de los viejos como en el caso de la guerra que se ha puesto demasiado terrible para ser tolerada más tiempo. La amenaza de un cataclismo que destruirá toda la civilización está dando a los hombres la fuerza propulsora para mantener la paz en la tierra como nunca lo habían hecho antes.
Por lo tanto, reconocer el valor de la sobrevivencia como fundamental no significa de ringuna manera que nos alejemos de nuestros ideales. Más bien significa que empezamos a reconocer relaciones entre el florecimiento social del espíritu humano y estos profundos instintos biológicos que son sus raíces y que se mantienen de tendencias tan hondas en la naturaleza, que las llamamos leyes.
Estas son las leyes, estos son los impulsos que están esperando ser incorporados en nuestro pensamiento diario para proporcionarnos un conjunto de valores fundamentales sobre los cuales, al fin y al cabo, todo el mundo tendrá que ponerse de acuerdo. Al reconocerlos, además, llegamos naturalmente a un principio unificador, de la motivación y del valor, el cual constituye una base verdaderamente sólida para una filosofía de la vida, a la vez nueva y realista.
En memoria (Envío del autor)
Mario Sancho, en recaudo está su nombre, aquí en el corazón, con sentimiento.
Perdióse al escritor y hasta su aliento, al sabio profesor, al mejor hombre.
Llegue a su tumba nuestra admiración, que en deuda elevará su monumento donde la gratitud va a su mansión.
Un epitafio démosle al mentor, que eterna será la obra del talento del suyo, que enseñando fué creador.
Carácter. fué la fibra de su tono; como se ven los árboles erectos, un bello ejemplo deja a sus afectos, y una enseñanza, quien no tuvo encono.
José Saturnino ROJAS.
San José, 22 de octubre de 1948. Este documento es propiedad de la Biblioteca, electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica