REPERTORIO AMERICANO CUADERNOS DE CULTURA HISPANICA Tomo XLIV San José, Costa Rica 1948 Viernes 30 de Julio No. Año XXVIII No. 1054 ADVENIMIENTO DE LUGONES Por Emilio SOTO EL HOMBRE ALCIANDRO SRO (En La Nación. Buenos Aires, 22 de febrero de 1948. canso, un prurito de desplazamiento incontenible. Padecía una extraña fiebre de movimiento, pues mientras hablaba no podía permanecer en el mismo sitio. cada rato cambiaba de lugar y de postura como le gustaba hacerlo en el orden de las ideas, pero en la viva unidad humana residía el espectáculo magnífico. según lo definió Rubén Darío. Tal la fuerza deslumbradora de irradiación subjetiva que solía hacer olvidar la mudanza de convicciones. Conversando en la Biblioteca del Consejo se movía de aquí para allá, disparado por un automático impulso, semejante a un resorte, tal como si siguiera en la pedana de su ho1a diaria de esgrima. también departiendo se mantenía en guardia y entraba dialécticamente a fondo.
Accionaba con una arborescencia de adeLeopoldo Lugones manes digna de su extraordinaria facundia. Dibujo de Alejandro Sirio. Paladeaba golosamente la dicción, silabeaba con deleite moroso y sensual, pronunciando lacio Quiroga hizo público oportunamente Jas palabras con ese chasquido de lengua de los sobre tan sonado pleito. Lugones, siempre son.
buenos catadores. De un solo e infalible vis riente, puntualizó con lujo de pormenores tazo se hacía cargo del interlocutor con quien la verdad de lo ocurrido veintitantos años tenía que habérselas si le era desconocido; lue atrás. por supuesto, le dió a Herrera lo que go se replegaba en sí mismo, casi sin levantar era de Herrera y hasta se empequeñeció a sí la vista. No dialogaba, más bien dejaba hablar, mismo para halagar al curioso impertinente.
dándole una pausa a su propio discurso, y Quienes tuvieron el privilegio de tratar a Lude improviso caía con una réplica rasante. Ob gones recordarán siempre la cordial franqueza jetaba con la misma cordialidad que ponía la que acompañaba el guiño intencionado en su risa un tanto contenida, a pesar suyo. de sus ojos vivaces y escrutadores. El filo de Hacía lujo de campechanería y ausencia de la aguda inteligencia unido a su optimismo fórmulas convencionales, sin caer en los exce vital no sólo aceptaban el contrapunto y aun sos de la confianza. Alguien observó que In la pulseada polémica, sino que la estimulaban genieros le ponía a cualquiera las manos so gozosamente, ofreciendo su experimentada desbre el hombro, a los cinco minutos de cono treza a los jóvenes que querían afilar los escerle. Lugones era incapaz de permitirse esos polones dialécticos Ahora, al cumplirse el deextremos. No de balde reverenciaba el sentido cimo aniversario de su muerte, evocamos, más del caballero, histórica y socialmente. Pero sa fascinadores que nunca, el salto de agua de su bía conciliar el respeto sin ceremonia con el charla, su fluencia incontenible y la masa fluafecto y aun la elusividad. Quien se acerca vial de imágenes e ideas que arrastraba bajo ba a Lugones encontraba en seguida su ser el doble arco de sus gafas.
auténtico en la doble vocación de la belleza y la amistad. La primer sorpresa del visitante Con una significativa insistencia se relaera ver que él mismo salía a abrirle la puerta. cionó la desaparición de Leopoldo Lugones Esta disposición para la acogida cálida, hizo con la falta de acústica social que en el país que durante largo tiempo Lugones fuera fa venía encontrando su obra y aun su nombre.
miliarmente visitado por los escritores jóve Unos le atribuyeron más y otros menos imnes, tanto del pais como del extranjero. Era portancia; no pocos de los amigos y admiracomedido hasta el punto de disimular las in dores del poeta hablaron de su conciencia de discreciones de los que iban a verle. Instantá postergado y la asociaron a su decisión postreneamente salvaba los momentos embarazosos ra e irreparable. Un escritor de envergadura con arte de prestidigitador. Cierta vez le pre moral al uso hubiera facilitado la pista a los sentamos a un escritor uruguayo que quería rastreadores, documentando su resentimiento saludarlo. De pronto éste le preguntó a que y su protesta; Lugones se había impuesto el marropa quién había escrito primero los fa silencio por un inviolable decoro sentimental.
mosos sonetos: Lugones o Herrera y Reissig. Los labios de su herida interior no habían siSobre ser una cuestión inoportuna, la agra do conformados para esa queja; estaban sellavaba todavía más el hecho de plantearla un dos por dos impulsos señeros que acusan bien compatriota de Herrera. Para sorpresa nues el arisco carácter español: arrogancia y pudor tra, la respuesta no se hizo esperar, aunque le para exhibir las lamentaciones de honda raihubiera bastado invocar el testimonio que Ho gambre.
Cuando se estaba delante de Lugones se comprendía lo que quiere decir prestancia: suma de elegancia natural y de vigor disciplinado. Erguido, bien plantado, los músculos en tensión y en libertad al mismo tiempo, daba en los últimos años la sensación de que medio siglo de vida no había sido para el desgaste, sino progresivo pulimento. Era una madurez demorada que prometía una ancianidad de patriarca a lo Carducci. Taj su aplomo viril, cuyas canas ostentaban el brillo del acero pavonado.
Impresionaba en Lugones ese difícil equilibrio, esa armonía entre la salud del alma y la dicha rítmica del cuerpo. no se echaba de ver detrás al puritano que no bebe ni fuma y cuya vitalidad es el premio del hombre que renuncia al goce fácil de la vida. Acaso por puro gusto de contradecirse y de contradecir, Lugones desmentía la apariencia sensible del escritor de oficio: ninguna lividez de madrugadas perdidas había en su rostro rasurado como su prosa. Su porte estaba, pues, en desacuerdo con la acreditada y trasnochada efigie del poeta que campea en la portada de los Parnasos hispanoamericanos del siglo XIX. El sensualismo lo dejaba para la imaginación creadora aquel varón de costumbres sobrias, aquel ciudadano que se resistía a perder las virtudes clásicas del criollo.
Porque Lugones era un madrugador incorregible. Las musas no le visitaban entre gallos y media noche: él las citaba, les daba audiencia a primera hora del día. Algunas le abandonaron, irreductibles a su culto a la disciplina; de otras tuvo el amor fiel. Diríase que sus desvelos noctámbulos terminaron una vez escrito El lunario sentimental. Luego entregó su fervor interpretativo al paisaje de la patria y a las deidades civiles. Con frecuencia alternó la túnica del poeta con la toga del preceptista literario entregado de lleno a las dispu.
tas del ágora, sobre todo en la última etapa de su vida. Ese magisterio lo obligó más de una vez a dejar el misterio poético de la postrer estrella por las primeras luces que saludan las dianas.
Lugones, adorador de las formas, mantuvo el cuerpo en forma con la perfección que define el dicho deportivo. Ahora, a los diez años de su muerte, nos consta que se preparaba para el encuentro supremo, resolución estoica que fué el desguite de sus antiguas tendencias paganas. Caminaba con la agilidad de un cadete dijo Gerchunoff de él con doble acierto Difícil resulta afirmar si ese libre juego de la gracia física era más marcial que clímpico.
Inquieto y movedizo, a Lugones le urgía las manos y los pies una impaciencia sin des a Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica