Yolanda Oreamuno

20 REPERTORIO AMERICANO UN REGALO Es un cuento de Yolanda OREAMUNO.
Dr. García Carrillo Corazón y Vasos CITAS EN EL TEL. 4328.
Electrocardiografía Metabolismo Basal Radioscopía (Envío de la autora.
En México, 1948. Al que está solo le suenan cascabeles de locura en la cabeza: en las manos le vibran temblores eléctricos de impulso fallido; de sus pies van colgando caminos largos hacia ninguna parte; en sus ojos los colores giran hasta producir vertiginosamente la negación de todos los colores. Al que está solo le crecen murallas por enfrente; se le agrandan los seres humanos hasta monstruos; se le confunden con los árboles, los gatos y las puertas. Los gestos ajenos han de proyectarse ante la vista del que está solo como visajes innobles, porque no son para él Huye, pero su miedo es, como el valor, una huida hacia adelante. Huye porque el antídoto de la soledad no es la compañía: es la palabra. La sirena de los barcos, la niebla, el mugido de la vaca, el musgo, la nariz de los perros, el fango, todas las cosas húmedas del mundo se parecen al resentimiento. Cuando algo duele, no hasta herir, pero sí hasta maltratar, el espíritu se reblandece, se licúa como vela al fuego, y ocurren en la boca gestos húmedos que deforman los labios; en los ojos contracciones húmedas que anegan la mirada; en el espíritu reacciones húmedas que diluyen los conceptos. El resentimiento no tiene forma, o tiene la forma de todo lo esponjoso.
No se proyecta, funciona hacia adentro desintegrando gradualmente desde lo que ven nuestros ojos velados por el cóncavo cristal de la lágrima, hasta aquello que sentimos y que también se desintegra dejando en el recuerdo una imagen fantasmal. El resentimiento es una humedad del alma.
Seca y gris como la ceniza; seca y dura como la piedra; seca y movible como la llama; seca y fría como el metal; seca y quebradiza como el vidrio; seca y sonora como la campana; así es la soledad. Tocar por casualidad en la agitación de la calle el brazo de un hombre, no la remedia; rozar por accidente otra mano que ha quedado junto a la nuestra, tampoco. La soledad es ella dentro del bullicio; ella también en el silencio. Se mueve sin contaminarse entre las multitudes, porque la aglomeración de los cuerpos no destruye su rígida integridad. Al que está solo algo seco y también impermeable le sucede en el alma.
Se lleva a sí mismo como dentro de una torre, o dentro de una concha por doquiera que vaya; proyecta su soledad como un miasma, y todos se alejan de él porque despide un tufo repelente. Al que está solo se le va empequeñeciendo el espíritu, agrandando el deseo como un hongo, desorientando el cerebro contra la pared sin eco del silencio, encogiendo la voluntad hasta topar con el sordo límite de la inercia; se le van entorpeciendo los gestos hasta llevarlo al abortado gesto de la imbecilidad.
Así, de tantas cosas miserables, estaba lleno aquel hombre solo y resentido. Se había empleado en su fabricación materiales ruines; el desecho de toda la carne bella con que se construyó la humanidad. Como su destino fué estar solo, no necesitaba tener, para roerlos y consumirlos, elementos cordiales. Su pelo era de paja gris, con una capa de polvo obstruyendo lo que podría haber sido un digno brillo de plata o un frío chasquear metálico. Allí, a la urdimbre de aquella cabellera, no llegaría nunca el viento a la raíz lijosa de su cráneo, no penetraría nunca el sol. Su piel era una mezcla de cristal y cera; se miraba blanca, blanca y pobre; parecía que se iba a quebrar.
Todo lo líquido predominaba en él, y esa piel escasa le proporcionaba el aspecto frágil de una agua turbia que corriera bajo una capa de escarcha. La parquedad de la naturaleza nabía sido tanta, que para economizar lo hizo pequeño y endeble, lento y torpe, cobarde y tímido, insignificante y borroso. Nada de él podría recordarse cuando hubiera muerto.
Tal vez. el brillo lastimero del vencido que había en sus ojos grises, o la humedad resbaladiza del resentido que aparecía en sus comisuras.
II del ostracismo. Malo, eso era malo. Tocarlo habría de quemar o helar el gesto; mirarlo habría de cristalizar la luz; el que le hablara se quedaría con la boca abierta, petrificado, sal, mármol, en la infancia abortada del sonido.
Pero él trató de reaccionar. Humanidad.
No era posible negarle compasión si llegara a pedirsela. El haría un esfuerzo; o dos esfuerzos, o tres, si tantos eran necesarios para acercarse, o mejor dicho, para dejarse aproximar de un ser tan desprovisto de atractivos.
El lo haría. esperaría que el otro lo hiciese.
Así era como convenía. Esperar en los ojos grises una mirada que dijera algo; que de la boca torcida brotara un llamado; o que en la mano del hombre sucediera un gesto inteligible como alumbra un milagro al creyente. El estaba, lo más, dispuesto a esperar. Esperar.
Eso era algo que parecía hacer siempre el extranjero. Se le oía abrir su puerta con la prisa del que escucha un llamado. Después, quejido, la puerta volvía a cerrarse. Se asomaba a veces y se retiraba luego como quien se esconde.
Clausura de ausencia. Cascado y roto. Badajo. Era mejor esperar.
Una tarde, en el pasillo común de los departamento, los pasos del hombre parecieron tomar una dirección definida. Hacia él venía oblicuando la ruta en un corte sesgado que partia en dos triángulos el rectángulo oscuro del zaguán. Esperar. Eso era lo que él se había propuesto hacer cuando del extranjero surgiera un gesto inteligible. aquél lo era. Se plantó al pie de la escalera y tuvo la sensación de ser valiente. Esa sensación indefinida del que realiza algo superior a sus fuerzas normales. Sudor. En las manos. Las secó en la parte trasera de sus pantalones. No estaba bien.
Raíces en los pies para esperar el líquido ser que venía caminando hacia él. Estaba echando raíces por un valor que tomaba prestado de recuerdos, promesas y principios lejanos.
Cuando el hombre estuvo tan cerca que ya podría dirigirle la palabra, cuando realizó que aquélla tendría la intención clara, la manifes.
tación elocuente de ser para él, y que por tanto tendría que contestarla, no pudo resistir el embite blando de aquella agua, sus raíces se convirtieron súbitamente en pies, y comenzó, vuelta la espalda a la compasión, a subir la escalera. También dar la espalda, subir y avanzar, era en cierta forma estar esperando.
El se había movido, pero su propósito no estaba roto, porque todavía podría producirse la palabra Escuchó: pasos, pocos pasos hasta el primer peldaño; luego pasos de vuelta en el pasillo; parábolas de sonido que se iban ce.
rrando, sobre la soledad de aquel hombre hasta dejarlo, encogido y flaco como un guión de desconcierto en medio de dos líneas de esperanza fallida. Un poco de vergüenza. En él.
Por cierto que en él. otra forma de esperanza: Será otra vez. Silencio.
AHORRAR es condición sine qua non de una vida disciplinada DISCIPLINA es la más firme base del buen éxito LA SECCION DE AHORROS del BANCO ANGLO COSTARRICENSE Concordancia en horas de salida y entrada; vecindad de puertas; uniformidad de pobrezas; familiar obsesión de estarlo mirando, le hize casi llegar a tenerle miedo. Simbolizaba alguna raza caída, sin patria ni recuerdo. Cuando se encontraban frente a frente se quedaba fijo con una lágrima seca y un implorante deseo de algo en la pupila. Al caminar por el pasillo se acercaba como para tocarle. Daba espanto. Un poco de lástima y un poco di asco. Todo desagradable. Todo feo.
Sintió también que el hombre olía a pescado, sin que esa reminiscencia marina abriera el horizonte de angustia que sugería. Todo cerrado. Vacilaba como árbol bajo el viento, sin que la reminiscencia vegetal estabilizara ia realidad de su contorno. Todo oblícuo. Ni alga ni pino. Caminaba cayendo. Sus pasos no eran pasos, eran botes, saltos o sentones.
Como canguro. esa reminiscencia animal, tampoco carnalizaba lo inanimado de su figura. Todo nebuloso. Ni llanto, ni grito, ni carcajada, ni palabra. Era el silencio mojado del resentimiento, y la sequedad sarmentosa (el más antiguo del país)
está a la orden para que usted realice este sano propósito AHORRAR Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica