Liberalism

REPERTORIO AMERICANO 301 PENSANDO EN DON RICARDO. En el Rep. Amer. gar Personas más autorizadas habrán de emprender la honrosa tarea de estudiar a don Ricardo en sus múltiples aspectos de hombre público, jurisconsulto, escritor, político, orador, gran polemista y otras actividades a que consagró su vida y que le valieron por fecundas el justo título de Benemérito.
Conocer las materias en que su espíritu se especializó, conocerlo a él de cerca. haberlo seguido con atención en su gran trayectoria de hombre de meditación y estudio facilita el trabajo.
No es ese mi caso. No entiendo ninguna de estas cosas y jamás tuve el honor de conocer a don Ricardo personalmente. Sin embargo sé que él puede ser para cualquier costarricense de corazón y de juicio un dilecto tema sobre el cual cabría extenderse ampliamente dentro de los anchos límites del cariño, la admiración y el reconocimiento de sus relevantes e indiscutibles méritos.
Desde nuestra infancia, oíamos en el hode labios de nuestros mayores, el elogio para él, la seguridad de que estando el poder en sus manos, serían conducidos con acierto los destinos de la patria, y a través del sentido cívico que con los años se nos iba formando, asociamos en nuestra alma juvenil a ese sentido su gran figura de hombre público en cuyo tino y visión todos confiábamos.
Ahora yo me imagino que, estando lejos de Costa Rica, evocar intensamente ciertas cosas nuestras con las que todos nos hemos familiarizado desde niños, ahondaría nuestra nostalgia. El paisaje de nuestra meseta dentro del que se destaca la silueta inconfundible del Irazú con el disco del sol que se asoma todos los días sobre aquella ascendente línea azul, las carretas pintadas avanzando lentamente por los polvorientos o enlodados caminos, los cafetales florecidos de blanco en abril perfumando el aire con ese aroma que todos conocemos y los granos maduros de rojo en noviembre, las iglesias de los pueblos siempre frente a una plaza verde a las que concurren los fieles mudados y almidonados los domingos, las tapias de las casas coloniales adornadas de guarias por los días de la Semana Santa son cosas que dentro de lo emotivo nos han formado un hondo y singular sentido de la patria.
Pero al menos en mi caso yo sé que si en cuanto a lo objetivo existen todas esas cosas con que nos hemos familiarizado tanto y cuya particularidad a todos nos une ya porque en cuanto a unas la naturaleza fué exclusiva en sus dones o por su arraigo y tradición las otras, en lo que toca al mundo de nuestra objetividad, también el cielo al hacernos un gran regalo en la persona de don Ricardo Jiménez, grabó en nuestras conciencias un particular sentido de la patria y estableció quizás uno de los más fuertes vínculos que nos unen a ella.
Con El Brujo del Irazú motejó alguna vez a don Ricardo la admiración, el cariño, quizá el ingenuo desconcierto que nuestro pueblo sintió ante su talento. es que la personalidad es en el hombre un fenómeno psicológico tan interesante que tal vez, por la relación que guarda con lo que venimos tratando merezca considerarse y analizarse. Si nos concretamos al tema éste nos la sugiere como un proceso de sublimación de las virtudes y nobles cualidades de un pueblo que se cristalizan con fulgor diamantino en un grande hombre, convirtiéndolo en espíritu tutelar y representativo.
Tan costarricense como el Irazú, como el aroma de los azahares del café, como la tonaRicardo Jiménez Oreamuno (Visto por Juan Manuel) lidad cromática de la flor nacional es don Ricardo, y tan costarricense como el conglomerado humano que, con sus particularidades étnicas sociales y espirituales, habita en este pequeño rincón de nuestra América.
Un pueblo pacífico, se dice, poco fanático me parece a mí si se compara con otros del continente y con otras virtudes de las cuales la del humorismo, la del chiste, la de cierta jovial resignación con que acepta y recibe las vicisitudes y los acontecimientos es probablemente la más interesante. En parangón con nuestras hermanas de Centro América por ejemplo, ya sería casi un lugar común ponerse a establecer diferencias sobre todo en el aspecto político.
En esos otros países hay hondas disenciones, rencores, odios profundos y se escuchan con frecuencia esas románticas y necias interjecciones a lo Echegaray: Me la pagarás. Nos vengaremos. Con esa no te quedas! Pero aquí, más discretos tomamos las cosas como aconseja el filósofo chino con realismo y con humor. sonreimos, olvidamos, confiamos en el tiempo que al transcurrir comienza a empequeñecer hasta la justa y corriente dimensión o hasta el infimo tamaño de lo ridículo lo que en otro momento creían los exaltados que era de proporciones catastróficas y descomunales.
Don Ricardo, al asumir la presidencia dejaba en sus puestos a los llamados enemigos políticos. Para su juicio, es probable, esas dos largas palabras resultaban, dada nuestra realidad social algo aparatoso y sin sentido que sin jactancias y a más no haber sustituía por esta otra de perdón y la cual quitándole trascendencias teológicas no viene a ser más que la imposibilidad de un alto espíritu a descender hasta el nivel de los reparos y las mezquindades y las menudencias efímeras mientras haya principios nobles en cuya realización está empeñado y a cuya causa se consagra íntegramente. Cuando, según cuentan, uno de sus servidores de la casa presidencial alarmado ante un tumulto dirigido por algún jefe exaltado que pedía la cabeza de don Ricardo, llegó donde éste a comunicarle la siniestra consigna, el presidente contestó en actitud flemática y festiva: Bueno, pues si pide mi cabeza es porque él no tiene cabeza.
Ejemplo trascendental y vivo es el suyo.
Asumiendo ante la vida una posición progresiva se acoge a las doctrinas del liberalismo y conforta su espíritu con los mejores libros, entre ellos la Biblia que leída con inteligencia es inspiración inagotable de progreso de sabiduría y de justicia. así, con la agilidad que da a la mente una amplia y profunda cultura supo comprender también los signos de los nuevos tiempos. Tener la humildad y al mismo tiempo la flexibilidad de reconocer que las teorías hoy predominantes se hacen en determinado momento insuficientes o caducas y en ese crucial momento no comenzar a volver hacia atrás la cabeza para quedarse mirándolas estérilmente hasta convertirse en estatua de sal, sino acoger lo que surge de más hondas especulaciones y de nuevas verdades es una de las más fecundas enseñanzas que nos da la vida de esta figura prócer. Hoy que un mundo en convulsiones busca incesantemente nuevos y más seguros derroteros para orientarse, deben las juventudes meditar en esto y extraer de la fuerza de una sinceridad bien cultivada ese ánimo audaz y certero que los proteja contra fatales posturas anacrónicas.
Avidos lectores de sus reportajes, buscábamos en ellos la esencia exquisita de su ironía que saboreábamos con deleite y luego, bajo la gracia de la dicción y del ingenio surgia el argumento, la tesis firmemente planteada desde el punto de vista de la filosofía, de la justicia o el derecho. así, su amplitud de visión, su gran talento y su gran cultura, el respeto que inspiraba su autoridad moral y que le permitía ser auténticamente enérgico en las debidas oportunidades, fueron cincelando en él la clásica elegancia del patricio que hoy todos veneramos. Por eso, en la medida en que sigamos el luminoso y providencial ejemplo de este grande hombre, que como un roble enhiesto hundió las raíces en la realidad histórica y social de su pueblo, para elaborar con sustancias fecundas el fruto de su sabiduría, en esa medida se salvará la nación habrá para nosotros cultura y prosperidad. Pero lo otro, que el don Ricardo maestro de maestros nos acostumbró a entender como cosa de mal tono y pésimo gusto, o sea, subirse atolondradamente al trampolín de lo empírico para lanzarse en pirueta trágica y suicida hacia el abismo, sin ahondar antes los hechos, animados por un prudente espíritu de análisis que nos dé una más sabia y menos romántica o descabellada solución; o eso de imitar el lamentable equívoco en que tan a menudo caen pueblos militarizados que creen resolver sus problemas mostrándole al adversario en ademán rugiente e irredimible los ancestrales colmillos de las fieras, no es civilización ni es cultura ni puede conducir a nada efectivo y edificante que no sea desconcierto, barbarie y.
caos.
Por eso insisto en que para los costarricenses la figura de don Ricardo Jiménez será como aquella gigantesca imagen de facciones maravillosas esculpida por la Naturaleza sobre el corte vertical de una roca que describe Nathaniel Hawthorne en su famoso cuento. La gran Faz de Piedra.
Los habitantes del valle dominado por la montaña contemplaban la majestuosa efigie Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica