Sandino

REPERTORIO AMERICANO 229 estarán en todas partes con ojos y puños, como los venezolanos que os esperan para entonces con una botella de petróleo y una guitarra en las manos.
No entres, no entres a Nicaragua tampoco, Sandino duerme en la selva hasta ese día, su fusil se ha llenado de lianas y de lluvia, su rostro no tiene párpados, pero las heridas con que lo matasteis están vivas como las manos de Puerto Rico que esperan la luz de los cuchillos.
Será implacable el mundo para vosotros.
No sólo serán las islas despobladas, sino el aire que ya conoce las palabras que le son queridas.
toda una vasta y alta pared de piedra y sangre, hierro y canciones, coraje y esperanza.
Si tocais ese muro caeréis quemados como el carbón de las usinas, y las sonrisas de Rochester se harán tinieblas que luego esparcirá el aire estepario y luego enterrará para siempre la nieve.
Vendrán los que lucharon desde Pedro basta los nuevos héroes que asombraron la tierra y harán de sus medallas pequeñas balas frías que silbarán sin tregua desde toda la vasta tierra que hoy es alegría. desde el laboratorio cubierto de enredaderas saldrá también el átomo desencadenado hacia vuestras ciudades orgullosas. No llegues a pedir carne de hombre al alto Perú: en la niebla roída de los monumentos el dulce antepasado de nuestra sangre afila contra ti sus espadas de amatista, y por los valles el ronco caracol de batalla congrega a los guerreros, a los honderos hijos de Amarú. Ni por las cordilleras mexicanas busques hombres para llevarlos a combatir la aurora, los fusiles de Zapata no están dormidos, son aceitados y dirigidos a las tierras de Texas.
No entres a Cuba que del fulgor marino, de los cañaverales sudorosos, hay una sola oscura mirada que te espera y un solo grito basta matar o morir.
No llegues a tierras de partisanos en la rumorosa Italia: no pases de las filas de los soldados con jacquet que mantienes en Roma, no pases de San Pedro: más allá los santos rústicos de las aldeas, los santos marineros del pescado, aman el gran país de la estepa en donde floreció de nuevo el mundo.
Que nada de esto pase.
Que despierte el Leñador.
Que venga Abraham con su hacha, y con su plato de madera a comer con los campesinos.
Que su cabeza de corteza, sus ojos vistos en las tablas, en las arrugas de la encina, vuelvan a mirar el mundo subiendo sobre los follajes, más altos que las sequoias.
Que entre a comprar en las farmacias, que tome un autobús a Tampa, que muerda una manzana amarilla, que entre en un cine, que converse con toda la gente sencilla.
Que despierte el Leñador.
Que venga Abraham, que hinche su vieja levadura la tierra dorada y verde de Illinois, y levante el hacha en su pueblo contra los nuevos esclavistas, contra el látigo del esclavo, contra el veneno de la imprenta, contra la mercadería sangrienta que quieren vender.
Que marchen cantando y sonriendo el joven blanco, el joven negro, contra las paredes de oro, contra el fabricante de odio, contra el mercader de su sangre, cantando, sonriendo y venciendo.
Que despierte el Leñador.
No toques los puentes de Bulgaria, no te darán el paso, los ríos de Rumania, les echaremos sangre hirviendo para que quemen a los invasores, no saludes al campesino que hoy conoce la tumba de los feudales, y vigila con su arado y su rifle, no lo mires porque te quemará como una estrella.
No desembarques en China: ya no estará Chiang el Mercenario rodeado de su podrida corte de mandarines: habrá para esperaros una selva de hoces labriegas y un volcán de pólvora.
VI En otras guerras existieron fosos con agua y luego alambradas repetidas, con púas y garras, pero este foso es más grande, estas aguas más bondas, estos alambres más invencibles que todos los metales.
Son un átomo y otro del metal humano, son un nudo y mil nudos de vidas y vidas, son los viejos dolores de los pueblos, de todos los remotos valles y reinos, de todas las banderas y navíos, de todas las cuevas donde se amontonaron, de todas las redes en que salieron contra la tempestad, de todas las ásperas arrugas de las tierras, de todos los infiernos en las calderas calientes, de todos los telares y las fundiciones, de todas las locomotoras perdidas o congregadas.
Este alambre da mil vueltas al mundo: parece dividido, desterrado y de pronto se juntan sus imanos hasta llenar la tierra.
Paz para los crepúsculos que vienen, paz para el puente, paz para el vino, paz para las letras que me buscan y que en mi sangre suben enredando el viejo canto con tierra y amores, paz para la ciudad en la mañana cuando despierta el pan, paz para el río Mississipi, río de las raíces, paz para la camisa de mi hermano, paz en el libro como un sello de aire, paz para el gran koljhoz de Kiev, paz para las cenizas de estos muertos y de estos otros muertos, paz para el hierro negro de Brooklyn, paz para el cartero de casa en casa como el día, paz para el coreógrafo que grita con un embudo a las enredaderas, paz para mi mano derecha, que sólo quiere escribir Rosario, paz para el boliviano secreto como una piedra de estaño, paz para que tú te cases, paz para todos los aserraderos de Bío Bío, paz para el corazón desgarrado Pero aún más allá radiantes y determinados, acerados, sonrientes, para cantar o combatir os esperan hombres y mujeres de la tundra y la taiga, guerreros del Volga que vencieron la muerte, niños de Stalingrado, gigantes de Ukrania. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica