REPERTORIO AMERICANO 155 los poros de la tierra; y se adormece el cielo.
Silencio sobre el campo.
Un libro de Olga Kochen (En la Revista Nacional de Cultura. Caracas. Marzo Abril de 1948. Sol en la Peña. San José de Costa Rica, 1947. quedamos sin voz ante la vida, en un instante eterno, eterno como ahora, imuerto!
mirar el azul sonoro y escuchar su melodia.
21 ¡Llorar de sentir tan hondo, perderse en las lejanías; no saber ya más del tiempo!
Dejaste tu soledad prendida del azul como nube que se entrega al sol para dorarse.
Henchirse. se extendió tu luz sobre mi angustia haciéndola ligera como el viento.
Para penetrar en la hondura de este poemario de Olga Kochen, joven poetisa venezolana, se necesita el mismo recogimiento y silencio que sentimos ante una tarde luminosa.
Es un libro de honda y vaga poesía mística, que nos recuerda en cierto modo a Rilke sin sus complicaciones. Ciertamente, si admitimos la definición de poesía religiosa del Abate Henri Bremond: la que podría todo cristiano usar como oración, esta de Olga Kochen, fuera de algún poema, no sería poesía religiosa; pero en un sentido más amplio sí lo es, y creo que mística también, que para mí es la más alta cumbre de poesía religiosa. Está toda transida de la búsqueda de Dios, de la unión total con él. Dios, por su nombre no lo hallamos sólo poquísimas veces le llama: Señorpero su luminosa presencia la hallamos en todos los rincones, hasta en los más pequeños, de esta poesía.
Según las enseñanzas de los grandes místicos, el alma, en su camino hacia Dios, primeramente llora sus pecados e imperfecciones, des pués se va deshaciendo de todas las cosas creadas, para llegar finalmente a la plenitud de la unión con Dios, en medio del total silencio de lo creado. El primer camino no existe en la poesía de Olga Kochen, ya está superado. Ella se va desprendiendo de lo criado para unirse al Absoluto, detener la vida, hacer el total silencio en la profunda soledad del ser: fué una sola llama tu soledad, la mía y el poniente!
22 Voy hacia ti y aún llevo ropas.
Ser!
Pero la segunda vía, la iluminativa, es la más patente en esta poesía, toda ella transida de luz, saetada de flechas luminosas y ardientes. Su dolor humano, su recuerdo y su queja hechos grito, el viento los convierte un remolino que lleve mi corazón hasta la luz.
La presencia divina es como la luz derramada en las cimas de los montes. el co razón del poeta danza en el azul infinito de nubes ribeteadas de oro; en su danza se olvida de la tierra, y el contorno de sus formas toca el cielo y siente el roce de sus dedos; pero siente miedo de gozarla, siente miedo de su música celeste y se tiende sobre el monte como niebla. Nótese la antítesis tan llena de sentidos: Luz, niebla. Como niebla se deshace, se pierde en las grietas, se adentra en la tierra, la música no se oye, los dedos divinos no la rozan, pero sigue derramándose luz en la cima de los montes. Como decían los místicos, en el ápice del alma, en medio de las obscuridades, aunque insensible, sigue brillando la luz de Dios.
Siente la necesidad de Dios, su ausencia es una saeta aguda que sigue hurgando la tiniebla de mi angustia. Sedienta se tiende sobre la arena, junto al agua clara en fuga de las sombras.
Las breñas y las piedras, con sol del camino, van rasgando y quemando mis vestidos.
Pero me ignoras aún.
y voy hacia ti.
tu Voy sola y no hay quién ría cuando caen los lienzos de mis hombros.
Detente vida!
queden suspensas las horas y que no haya más ruido que el de mi propio corazón atormentado.
Sólo tú comienzas a mirarme a medida que voy quedando desnuda.
Hágase ya el milagro y quedemos siempre unidas en una sola sombra mi soledad y yo.
Al final me sentirás de cerca, icon mi piel hecha ascua de sol!
y recibirás ¡oh heredero!
mis plenitudes desbordadas. mientras así te anhelo tú me tienes en tus mano: y yo, inconsciente, te ignoro.
mar Se va deshaciendo de todo, se va haciendo el silencio, ya Nada rompe tu paz ¡Oh soledad de mi vida. esa soledad que ella siente extendida y hermosa como un cielo sin nubes. Soledad grande. y dul.
ce. de contornos sin límites como un de montañas azules.
Se ha hecho ama de su propia soledad para sumergirse en su abismo de luz. Ya nada desea, nada sabe, el silencio pasa y repasa por todos los ámbitos de su ser, se ha perdido la noción del tiempo, el alma se ha henchido de hondo sentir. Es: Verse tendida en los montes sin más anhelos ANTONIO URBANO EL GREMIO Teléfono 2157 Apartado 470 Se siente sola en la noche, donde ha perdido su grito, y sus manos no tienen qué dar. pero no permanecen ociosas, llenas de inquietud van en busca de la claridad: Se me han ido las manos cual pájaros ansiosos aleteando en el viento tras un baz luminoso. Sus manos que le son devueltas por el amor en la luminosidad del ocaso, donde todos los afanes van a morir, y todo el tráfago del día se duerme en espera del gran silencio de la noche.
Así iluminada quiere ir a la infinita soledad de Dios, a su honda noche callada: que el alma.
Almacén de Abarrotes al Por Mayor Sentir pasar el silencio como jinete en la brisa.
Deja, Señor, que suba como estrella pequeña a prenderme de la infinita negrura de tu noche.
San José, Costa Rica No saber nada.
No desear nada.
Deja que como nube liviana vague, poniendo una nota blanca sobre el azul sin fin.
Sólo con la soledad Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica