226 REPERTORIO AMERICANO Es tu paz lo que amamos, no tu máscara.
No es hermoso tu rostro de guerrero.
Eres hermosa y ancha, Norte América.
Vienes de humilde cuna como una lavandera, junto a tus ríos, blanca.
Edificada en lo desconocido, es tu paz de panal lo dulce tuyo.
Amamos tu hombre con las manos rojas de barro de Oregón, tu niño negro que te trajo la música nacida en su comarca de marfil, amamos tu ciudad, tu substancia, tu luz, tus mecanismos, la energía del Oeste, la pacífica miel, de colmenar y aldea, el gigante muchacho en el tractor, la avena que heredaste de Jefferson, la rueda rumorosa que mide tu terrestre oceanía, el humo de una fábrica y el beso número mil de una colonia nueva: tu sangre labradora es la que amamos: tu mano popular llena de aceite. Otra cosa se oía en ultramar combatiendo. Un huésped imprevisto como un viejo octopus roído, inmenso, circundante, se instaló en tu casa, soldadito, la prensa destila el antiguo veneno, cultivado en Berlín, los periódicos (Times, Newsweek, etc. se han convertido en amarillas hojas de delación, Hearst que cantó el canto de amor a los nazis, sonríe y afila las uñas para que salgáis de nuevo hacia los arrecifes o las estepas a combatir por este huésped que ocupa tu casa.
No te dan tregua: quieren seguir vendiendo acero y balas, preparan nueva pólvora y hay que venderla pronto, antes de que se adelante la fresca pólvora y caiga en nuevas manos.
Bajo la noche de las praderas hace ya tiempo reposan sobre la piel del búfalo en un grave silencio las sílabas, el canto de lo que fui antes de ser, de lo que fuimos.
Melville es un abeto marino, de sus ramas nace una curva de carena, un brazo de madera y navío. Whitman innumerable como los cereales. Poe en su matemática tiniebla, Dreiser, Wolfe, frescas heridas de nuestra propia ausencia, Lockridge reciente, atados a la profundidad, cuantos otros, atados a la sombra, sobre ellos la misma aurora del hemisferio arde y de ellos está hecho lo que somos.
Poderosos infantes, capitanes ciegos, entre acontecimientos y follajes amedrentados a veces, interrumpidos por la alegría y por el duelo, bajo las praderas cruzadas de tráfico, cuantos muertos en las llanuras antes no visitadas; inocentes atormentados, profetas recién impresos, sobre la piel del búfalo de las praderas. or todas partse los amos instalados en tu mansión alargar sus falanges, aman a España negra y una copa de sangre te ofrecen. un fusilado, cien. el cocktail Marshall.
Escoged sangre joven: campesinos de China, prisioneros de España, sangre y sudor de Cuba azucarera, lágrimas de mujeres de las minas de cobre y del carbón en Chile, luego batid con energía, como un golpe de garrote, no olvidando trocitos de hielo y algunas gotas del canto Defendemos la cultura cristiana. Es amarga esta mezcla?
Ya te acostumbrarán, soldadito, a beberla.
En cualquier sitio del mundo, a la luz de la luna, o en la mañana, en el hotel de lujo, pida usted esta bebida que vigoriza y refresca y páguela con un buen billete con la imagen de Washington.
Has encontrado también que Carlos Chaplin, el último padre de la ternura en el mundo, debe huir, y que los escritores (Howard Fast, etc. los sabios y los artistas en tu tierra deben sentarse para ser enjuiciados por Un american pensamientos ante un tribunal de mercaderes enriquecidos por la guerra.
Hasta los últimos confines del mundo llega el miedo.
Mi tía lee estas noticias asustada, y todos los ojos de la tierra miran esos tribunales de vergüenza y venganza.
De Francia, de Okinawa, de los atolones de Leyte (Norman Mailer lo ha dejado escrito. del aire enfurecido y de las olas, han regresado casi todos los muchachos.
Casi todos. Fué verde y amarga la historia de barro y sudor: no oyeron bastante el canto de los arrecifes ni tocaron tal vez sino para morir en las islas, las coronas de fulgor y fragancia: sangre y estiércol los persiguieron, la mugre y las ratas, y un cansado y desolado corazón que luchaba.
Pero ya han vuelto, los habéis recibido en el ancho espacio de las tierras extendidas y se han cerrado (los que han vuelto) como una corola de innumerables pétalos anónimos para renacer y olvidar.
Son los estrados de los Babitts sangrientos, de los esclavistas, de los asesinos de Lincoln, son las nuevas inquisiciones levantadas ahora no por la cruz (y entonces era horrible e inexplicable)
sino por el oro redondo que golpea las mesas de los prostíbulos y los bancos y que no tiene derecho a juzgar.
II Pero además han encontrado un huésped en la casa, o trajeron nuevos ojos (o fueron ciegos antes)
o el hirsuto ramaje les rompió los párpados, o nuevas cosas hay en las tierras de América.
Aquellos negros que combatieron contigo, los duros sonrientes, mirad: han puesto una cruz ardiendo frente a sus caseríos, ban colgado y quemado a tu hermano de sangre, le hicieron combatiente, hoy le niegan palabra y decisión, se juntan de noche los verdugos encapuchados, con la cruz y el látigo.
En Bogotá se unieron Morinigo, Trujillo, González Videla, Somoza, Dutra, y aplaudieron.
Tú, joven americano, no los conoces, son los vampiros sombríos de nuestro cielo, amarga es la sombra de sus alas: prisiones, martirio, muerte, odio: las tierras del Sur con petróleo y nitrato concibieron monstruos.
De noche en Chile, en Lota, en la humilde y mojada casa de los mineros llega la orden del verdugo. Los hijos se despiertan llorando.
Miles de ellos encarcelados, piensan.
En Paraguay la densa sombra forestal esconde los huesos del patriota asesinado, un tiro suena en la fosforescencia del verano. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica